Capítulo 11

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ROSS ANDERSSON

—Venga mamá, no me jodas —refunfuñé mirándola de malas maneras.

Me ignoró rotundamente, sin apartar la vista de la revista que sostenía en su regazo.
—Son tus hermanos, Ross, y quieren verte. No puedes negarles tu cariño eternamente, en algún momento tendrás que perdonarles.

—Nadie es digno de mi perdón —gruñí.

Mi comentario pareció tocarle el corazón, porque tragó saliva y suspiró. Ella sabía que nunca le perdonaría lo que había sucedido con Adela, y no sé qué me dolía más, odiar a mi propia madre o el hecho de que mi novia estuviera muerta por su culpa.

Apartó la revista, depositando el objeto en la mesita de luz junto a mi cama.
Estábamos solos, Anthea había marchado a ver a su mejor amiga a un pequeño pueblo a siete horas de aquí, y no volvería hasta mañana.

—Necesito saberlo —pidió con mirada inquisitiva —¿Por qué hacer tu tratamiento por esa muchacha?

—Ya te lo he dicho, no es por ella.

—Mientes —exclamó convencida de su deducción —Te conozco, soy tu madre después de todo. Ves algo en ella que te atrae, y cuando te enamoras pierdes la cabeza.

Eso me cabreó por diversos motivos.
—Uno, no me conoces —espeté entre dientes mientras me cambiaba de camiseta —Dos, no eres mi puñetera madre. Y tres, no estoy enamorado de nadie.

Me precipité hasta la puerta y su voz me hizo detenerme en seco.

—Sólo recuerda de quién es hija —me dijo con rabia.

—Lo recuerdo cada mañana al despertar —murmuré más para mí que para ella con pesar.

Me encaminé hasta el patio en el amago de fumarme un pitillo.

La cajetilla se sentía liviana dado que me había gastado medio paquete en dos días.
Cuando llegué hasta el jardín me recargué contra un árbol y tanteé los bolsillos de mi pantalón. Joder, había olvidado el encendedor.

—Eres muy joven para fumar —me dijo una voz a mi izquierda. Al dirigir mi mirada hacia la voz varonil me topé con un muchacho de ojos grandes, era de baja estatura.

—¿Y tú no tienes vida o qué coño? —hablé con el ceño fruncido.

—Tengo, pero la tuya parece más interesante —me dijo con un deje de recelo.

—¿Y ahora qué, vas a tirarme la de que no debo fumar porque estoy en un hospital ? —me anticipé.

Sonrió levemente.

—Los políticos le roban al pueblo, la oligarquía se mofa de los pobres porque creen que no tienen cerebro para darse cuenta de lo que ocurre a su alrededor —Se encogió de hombros —Creo yo, que comparado con lo que tú haces, lo tuyo se ve menos grave.

Fue inevitable que una sonrisa no pintara mis labios.

Me tendió la mano y en sus dedos sostenía un encendedor —Por cierto, soy Sam.

Aparentaba trece años. Apariencia desgarbada, ojos grandes y piel pálida.

Encendí mi cigarrillo y me aparté dos pasos a la izquierda, era consciente de que a la mayoría le desagradaba el humo.

Sam me sonrió en agradecimiento.

—Ross —dije presentándome.

—Te he visto con Anthea.

—¿La conoces?

Asintió.
—Gran chica —dijo con una sonrisa ladeada —Me ayudó la primera vez que llegué a Hilton.

—¿Cáncer? —pregunté.

Tragó saliva —Es un poco más complicado que eso —sus ojos barrieron el interior del edificio con temor y luego alternó la vista en mí —¿Por qué estás aquí?

Di una calada —LLA.

—Espero te recuperes —dijo con una sonrisa ladeada, me recordó a Anthea, siempre esparciendo buena energía a todo con quién se le pusiera delante. Su mirada volvió a recorrer la estancia con detenimiento, hasta centrarla en un hombre alto que caminaba furioso a distancia —Tengo que irme, nos vemos luego Ross.

Levanté el cigarro en lo alto y le agradecí.

Cuando regresé a la habitación, Joe se hallaba allí, hurgando entre las cosas de Anthea.

—¿Pero qué haces? —le espeté apartándolo de un leve empujón.

—Me han comunicado que André le dió una nota a la cría —habló pasándose la palma de la mano por el rostro en frustración —Y mientras tú —siseó —Vas de galán con ella, otros debemos limpiar tu mierda y hacer tu trabajo.

Me encogí de hombros, sacando un dulce que había cogido de la máquina expendedora de camino y me lo metí a la boca —¿Quién dijo que no estaba haciendo mi trabajo? Para tu información he encontrado esa maldita nota mucho antes que tu inútil persona.

Me fulminó con la mirada.
—¿De qué va la nota?

—El remitente es su padre —le expliqué —La rata ha salido de su alcantarilla, según lo escrito he llegado a la conclusión de que se trata de una especie de lenguaje oculto.

Se incorporó, caminando por la habitación.
—Debemos mandarle la cabeza de la cría —dijo asintiendo para sí —Debemos matarla. Yo mismo me encargaré de ello.

Lo tomé del antebrazo y lo acerqué a mi rostro para que el énfasis de mis palabras quedara claro —A ella no le tocas ni un puto cabello, si lo haces te cortaré la garganta, ¿He sido lo suficientemente directo? —mi tono fue crudo, amenazante.

Sus ojos me escrutaron con desconfianza y perplejidad —¿Pero qué es esto? ¿Le has tomado cariño a la zorra? —entonces agregó con el ceño fruncido —Cuando se cuida de un cordero, Ross, la regla indica que no deberás doblegarte ante él, porque al final, atravesarle el corazón con un cuchillo será tu cometido. ¿Es que estás teniendo compasión por tu cordero?

—No. No olvides que en mí no existe la compasión.

—¡Entonces mátala! O te juro que alguien más lo hará, y no seré yo. Sino tus hermanos.

—Tiempo. Dame tiempo —le pedí —Prometí por el alma de mi hermana que la sangre de Miguel correría en mis manos, y así será.

Muchos creían que la endeble vida de Anthea Harrison se veía amenazada por el cáncer, cuando su verdadero depredador estaba mucho más cerca de lo que ella creía.

Porque era cierto, la habíamos encontrado.

Y mi misión, era matarla...

Llévame Al Cielo | En cursoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora