Capítulo 13

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ANTHEA HARRISON

—No es tan grave, ¿Verdad? La edad es solo un número —dije lanzando una papa duquesa y encestándolo en la boca de mi mejor amiga, levantamos los brazos en señal de victoria —¡Anotación!

—¿Sabes qué es un número? —dijo masticando — 911.

Puse los ojos en blanco.

—Sólo son dos años —le resté importancia en un ademán de manos.

—Y la cárcel un cuarto —la miré mal —¡Sabes que sólo bromeo! ¡Tú ponle nafta que yo te sigo!

—Además él ya no es un niño, Ross es diferente —murmuré con la mirada perdida más allá de mis pensamientos más remotos.

La mano de Eugenia se pasó frente a mi vista —¿Tierra llamando a Anthea? —dijo con voz de propaganda —Nuestra astronauta ha caído en el planeta del amor, soldado caído, repito, soldado caído.

Me reí.

—¿Qué pasó cuando terminaron de besarse?

Me encogí de hombros —Di media vuelta y huí como alma que sigue el diablo.

—¿Lo dejaste allí sólo? —expresó en sorpresa con los ojos bien abiertos.

—¿Qué podía hacer? Acercarme a él y decirle; ¡Bueno! Fue interesante meterte la lengua en la garganta, ¿Ahora qué prosigue, nos casamos?

Puso los ojos en blanco —¡Qué se yo! ¿Un rapidín?

Bufé —Eso no es lo mío.

—Eso dijo mi hermano, y míralo ahora —alzó los brazos —Limpiando el trasero de una bebé con mofletes cada diez minutos.

Volví a reírme —He de decir, que es una bebé adorable.

Asintió. Justo sonó mi alarma en el móvil y me precipité a moverme. Eugenia me observó con la interrogante en la frente. Cogí mis cosas y me encaminé a la puerta —¿A dónde vas? —musitó mi amiga poniéndose de pié.

La verdad era que estaba evitando a Ross, había programado todo, los horarios en los que él salía y yo regresaba, y de ese modo evitaba momentos embarazosos.
Porque sí, no podía mirarle a los ojos sin sonrojarme o quedarme petrificada.

¿Qué demonios me pasaba?

Mi mejor amiga me pisó los talones musitando un conjunto de razones por la cuál era mejor enfrentar mis miedos, pero la ignoré sumiéndome en la inopia de mis pensamientos.

Ross Andersson ponía mi mundo de cabeza, mi estructural zona de confort se veía amenazada por un joven cuyo único propósito en la vida, era aparentemente tocarme las costillas.

Cuando doblamos por el pasillo me encontré con Sam, un niño que había conocido hacía tiempo en el área de emergencias, era inteligente y sumamente agradable.

—¡Sam! —exclamé esbozando una sonrisa.

Venía con la cabeza gacha, pero cuando oyó mi voz la levantó y sonrió agitando la mano enérgicamente.

—¡Thea!

Lo abracé en cuanto lo tuve delante y me devolvió el gesto con un sonoro beso.
Sam era un preadolescente de trece años, su mayor entretenimiento durante los tiempos prolongados en dónde podía salir de su habitación era analizar las acciones de los demás. Era bueno deduciendo cosas.

—¿Merodeando por los pasillos?

Sonrió —Estoy buscando a un amigo —me contó de lo más normal, ¿Por qué digo normal? Bueno... Sam padecía fobia social.

Llévame Al Cielo | En cursoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora