Capítulo 9

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ANTHEA HARRISON

La doctora Hawking deslizó sus manos morenas por mi rostro en el afán de que mis ojos, cuya atención se encontraba detrás de su persona, se dirigieran a la seriedad de su semblante ecuánime y sumamente mesurado. Un intervalo de diez metros me separaba de los cuerpos cubiertos por sábanas blancas, donde la sangre salpicaba el suelo y cintas amarillas rodeaban el predio.

La doctora Hawkins fue concisa al decirme que nos tomarían declaración a Ross y a mí dado que las cámaras de seguridad habían captado nuestra imagen a metros de aquellos criminales, sobre todo porque mi querido compañero de habitación había llegado a interactuar con uno de ellos cuando una bala 9mm casi nos abre la cabeza.

Aquella doctora morena de rulos azabache que siempre intentaba dedicarme la mejor atención, fue la primera en verificar que estuviera con todas las partes de mi cuerpo en su lugar, para posterior a ello continuar con su trabajo.

Vislumbré a distancia como el oficial Stathman interrogaba a varios presentes, y para cuando fue mi turno hice amago de enfilar, pero una mano me cogió del brazo de manera velóz.

Me topé con ese par de ojos celestes que últimamente no mostraban nada de transparencia.

-Cuidado con lo que dices, Harrisson -bisbiseó por lo bajo.

Enarqué una ceja y lo observé con desdén.

-¿Es que temes que hable con la policía? -le desafié mirándole de los pies a la cabeza con disgusto-¿Que termine diciendo toda la verdad?

-¿Cuál verdad? -espetó sin un atisbo de temor, cada rasgo de su fisionomía estaba bajo absoluto control. -Puedo asegurarte que lo he contado sólo es la punta del iceberg.

Me soltó de pronto y sonrió como el gato de Alicia en el país de las maravillas. Fue una de esas sonrisas que te compran al instante. Pero conmigo no funcionaba, por supuesto que no...

Aquella mueca me pareció lo más falso que hubiera visto.

-No tengo nada que perder, han matado gente inocente por ti -arrugué la naríz, enardecida por el suceso que había arrebatado vidas de personas inocentes que nada tenían que ver con Ross Andersson.

-Ah, ah -negó chisteando la lengua. -En este mundo pequeña, yo soy el puto diablo encarnado, y te aseguro que si caigo, esas personas no serán las únicas almas que llevaré conmigo -entonces me miró con coquetería -De todas maneras sé que no hablarás.

-¿Por qué? -vociferé por lo bajo, aquella situación ya estaba comenzando a romper con mis casillas.

-Porque estás enamorada de mí -respondió con simpleza -Y harás lo que sea con tal de salvarme.

Entonces me pasó por el costado y prosiguió a andar despreocupadamente en dirección a uno de los oficiales que llamó a su apellido, no sin antes voltear por sobre el hombro y guiñarme el ojo.

-Anthea Harrison -volvió a decir la voz de aquel oficial. Tragando saliva, y con aquel idiota retumbando en mis entrañas, avancé.

Atravesé el mismo auditorio en donde había retratado a Ross Andersson horas atrás, sin saber lo que estaba a punto de suceder. Ahora habían dos oficiales en la puerta, cerciorando que nadie osara interrumpir mi declaración. El oficial Stathman me invitó a sentarme en una butaca de cuerina roja y comenzó con el protocolo asignado. Su mirada era tan intensa como el negro que cubre los cielos por las noches, y seguía cada uno de mis movimientos, esperando a ver algo fuera de lo normal.

Aquella mirada penetrante que me dedicó, fue como si gritara ¡Culpable! A medio mundo.

-Señorita Harrison, ¿Sabe por qué se encuentra aquí?

Llévame Al Cielo | En cursoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora