Ecce Perago

6 1 0
                                    

Y así, finalmente, había llegado aquí. Día tras día, semana tras semana, habían venido a él. A hablar con él. Contándole sus mentiras, tratando de ver por dónde lo podían romper. Nunca se dieron cuenta de cuánto le habían revelado a cambio. Cuando has oído suficientes mentiras, desarrollas un sexto sentido para detectar la verdad. Puedes ver la forma de la verdad, por como las mentiras la delinean.

Tenía todo preparado. Lo había tenido todo preparado desde hacía algún tiempo. Planes, tramas y esquemas, todo listo, cuando fuera el momento adecuado. Al final, lo que prendió la mecha fue un simple resfriado. La anciana ya se había encontrado bastante débil, sin permitirse dejarse caer en tratamientos como los demás. Una enfermedad se introdujo en su cuerpo a través de una tos en el momento adecuado, y falleció mientras dormía. Los números por encima y por debajo de ella vinieron a él y le ofrecieron su número. El aceptó, mostrando una aparente reluctancia. Aquellos que muestran deseo de poder son los que menos posibilidades tienen de que les sea confiado.

Y ahora O5-4 se sentaba en su despacho. Le habían dado la placa de la puerta de su oficina. De hueso, un pie de largo, brillante y suave. Su nombre había sido borrado, no sólo de las bases de datos de la Fundación, también de las mentes de todos aquellos que lo habían conocido. Estaba seguro de que los otros números sabían su nombre, pero pronto daría igual. Sus dedos vagaron hacia el teclado que tenía enfrente de él, y una media sonrisa curvó la comisura de sus labios. Solo, sin nadie observando, aún sintió la necesidad de decir, en fin, algo. Para la posteridad. "Me siento como un super villano. Como Lex Luthor, o Adrian Veidt. Heh. 'Hágalo, ¿Dr. Bright? Lo he hecho hace 35 minutos'". Una elección de palabras tan buena como cualquier otra.

Cuatro tocó una serie de botones, poniendo en marcha los eventos que pondrían la totalidad de la Fundación en sus manos. Luego se sentó y esperó. Quince minutos, y todo sería suyo.

13
Trece fue el más fácil. Principalmente porque O5-13 no existía realmente. Oh, al personal de mayor rango se le había dicho que sí. Había notas, hechas por 'O5-13', pero eso sólo era una mentira más. El voto de Trece se rotaba entre el resto de O5, desplazándose cada vez que había un empate y se necesitaba un desempatar. Pero había poder allí. Conocimiento, al que sólo podían acceder aquellos con el voto de Trece. Un simple (aunque en realidad bastante complejo) virus informático se metió en el firewall de los Observadores y dio el poder de Trece a Cuatro. Tan fácil como eso.

12
Un hombre grande africano se sentaba en su silla, tras una mesa cara. La habitación que usaba como su oficina se podría describir también como 'cara'. Incluso el hombre podría ser descrito de la misma manera. Corbata de seda. Gemelos de oro. Traje de Armani. Zapatos hechos de la piel de un reptil exótico. Llevaba unas gafas oscuras cubriéndole la cara, cristal ahumado encajado en marfil, quizás para ocultar sus ojos, quizás para evitar mirar demasiado de cerca todo aquello que debía mirar. Aunque alguna vez había tenido otro nombre, ahora todos le conocían como O5-12. Era el contable del consejo de los Observadores, y hacía que todos los números cuadrasen, en todo.

Su asistente entró en la oficina cumpliendo su horario. Todo lo que hacía Doce estaba programado. Desde el momento en que se despertaba, hasta que se iba a dormir, y quizás incluso sus sueños, todo seguía un orden preciso, práctico. Hacer las cosas de otra manera era una invitación al caos, y al caos lo acompañaba la muerte. El asistente caminó calmadamente hacía el armario de las bebidas, abriéndolo como lo había hecho cada día desde hacía años. En algún lugar de su cabeza, algo estaba cambiando. Una cosa había sido plantada en su cabeza, antes de que se convirtiera en la mano derecha de Doce. Y ahora, esa cosa le hizo escoger una botella diferente a la que normalmente elegía.

Lo echó en el vaso, y parecía whisky. Incluso olía a whisky. Cuando el asistente al que le había lavado el cerebro dejó caer un cubo de hielo dentro, incluso burbujeó como whisky. Pero cuando O5-12 se lo llevó a sus labios y le dio un trago, no actuó como whisky. Al entrar en contacto con la suave y húmeda piel de su lengua y garganta, provocó una reacción química. En vez del dulce ardor del alcohol, Doce fue recompensado con la rápida, ardiente quemadura del ácido.

Relatos de la Fundación SCPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora