U N O

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Llegué temprano al colegio, como siempre, desde pequeña soy la mejor en mi curso, pues me preocupo demasiado por mis notas, tal vez hasta el punto de parecer obsesionada.

No sigan mi ejemplo, mis pequeños.

Desde que tengo cuatro años escribo, ¡amo escribir! siempre mi cabeza está creando mundos de fantasía, llenos de colores y con historias magníficas. En los concursos de escritura que realiza la institución ha ganado una persona por tres años, yo, y evidentemente este año no va a ser diferente.

Al llegar temprano los pasillos se encontraban solitarios, mientras caminaba a mi aula de clases una hermosa melodía endulzó mis oídos. Era un sonido precioso, cada nota tocada era como si pudiese sentir gran desesperación y tristeza.

Mi mano se acercó a la manija de la puerta de madera pero el estruendoso sonido de la campana resonó en toda la instalación, con un puchero y mi cabeza gacha seguí de largo, no quería llegar tarde a química.

(...)


¡Bip bip bip...!

Apagué la alarma y me senté, mis ojos se abrieron con pereza, MUCHA PEREZA, de pronto los nervios invadieron mi sistema... ¡todo lo veía borroso!

Me paré casi pareciendo resorte de mi cómoda y calentita cama.

Por qué rayos veía de esa for...
Ah, es cierto... utilizo lentes.

Miré hacia un lado, estaban ahí, las gafas que tenían los lentes más gruesos que alguna vez haya visto, porque #másmiopenosepuedeser.

Me dirijo al baño, iba lento pero seguro, yo aún no podía creer como es que llegaba tan temprano al colegio, es que a quién se le había ocurrido lo horrorosa idea de crear los lunes, nadie quiere a los lunes; tú no te despiertas pensando: "hoy es lunes, el mejor día de la semana, gracias Diosito." ¡No, Claro que no!

Ya vestido y con mi mochila organizada salgo de mi habitación y bajo al primer piso, esperanzado de encontrar a mi mamá en la cocina haciendo un delicioso desayuno, toda esperanza se va al caño cuando en efecto, no hay nadie. Ni mamá, ni papá... nadie.

De algún modo esto no me sorprende, ellos casi nunca están y cuando si se encuentran en la casa están demasiado ocupados o peleados. Mi estómago gruñó. Mierda, necesito aprender a cocinar, mientras tanto me aguanto.

Tome el autobús...

¿Qué creían?
¿Que tenía carro?
Nah, no cagó dinero.

Ya una vez en el colegio, mis pies se movieron como si tuvieran vida propia al salón de música.

Sonreí, el majestuoso piano frente a mi me pedía ser tocado, no me resistí y me senté en la pequeña silla, mis manos automáticamente se acercaron y mis falanges se movieron con ligereza, mientras tocaba recordé cuando mis padres se sonreían mientras se miraban a los ojos, como dos locos enamorados, que no tenían opción más que amarse con cada fibra de sus cuerpos, recordé mi cumpleaños número diez, la primera vez que los escuché discutiendo, el día en que quedé en primer lugar en una competencia de música... Ah, esos días me había esforzado tanto para ganar y obtener un poco de aquella atención tan anhelada. Pero ni siquiera fueron, con la tonta excusa de que tenían un viaje de negocios.

¿En dónde había quedado ese bello amor que se profesaba como si al día siguiente no pudiesen hacerlo?

En el olvido, junto conmigo, olvidaron mi existencia.

La campana me hizo reaccionar, me di cuenta del camino de lágrimas que se formaban en mis mejillas, la única forma en que me desahogue es con la música, está me hace sentir libre. Me limpié con la manga de mi uniforme y me dirigí a la primera clase, química.

¡Cariño, eres arte!©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora