doce.

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Evidentemente estaba muy contenta.

Era como si por fin descubriera al menos la gran mayoría de las respuestas de mis preguntas.

Pero necesitaba contarle a Joey.

Y yo no disponía de mi celular para hacerlo, papá me lo había quitado el día que llegué.

Joey, Joey, Joey.

Eso era lo único que rondaba en mi mente.

Tenía que volver.

Y sea como sea lo haría.

Habían pasado un par de horas desde que descubrí lo de la foto. Ahora me encontraba en mi habitación, por cosa rara había comido un sándwich y medio y tomado casi tres vasos de un jugo de naranja.

Mi humor había cambiado por completo. Y eso me daba la capacidad de poder luchar para salir de allí.

También quería hablar con mamá, pero no la había visto desde que llegué, estaba segura de que no la vería. La casa de mis abuelos queda a un par de horas, además no tenía ganas de buscarla.

Lucy.

La mujer de cabello rojo era la única que tenía, la última esperanza que podría contarme todo.

Más razones para volver.

Aunque ahora ya sabía cómo había llegado el piano a manos de la madre de Joey. Aunque aún faltaba la canción de la cajita de música. La razón por la cual ambos teníamos esa canción reproduciéndose en nuestras mentes constantemente.

Definitivamente tenía que volver.

Tomó una mochila, llevo a ella todo lo necesario. Correría el riesgo de que papá me descubriera, de que volviese a arrastrarme o que me pille incluso antes de siquiera poner un pie fuera de casa.

Meto las fotografías de nuevo en el suéter de Joey, no podría perdonarme si las perdiera. Me lo coloco y saco mi cabello de ella peinandolo un poco con mis dedos.

Vuelvo a tomar la mochila con solamente tres prendas de ropas, la cajita de música y una fotografía que tenía enmarcada que tenía de mi familia. Había sido tomada un año atrás en Francia.

La cierro y la subo a mi hombro, salgo muy cuidadosamente de la habitación mirando a todos lados en caso de que pudiese alguien verme. Los amigos o socios de papá siguen con el en el despacho en la parte baja de la casa. Sus reuniones prudente durar hasta tres horas porque discuten hasta de la cosa más mínima, luego de eso se disponen a tomar un rato y charlar hasta que alguna de sus esposas los llamé y les pida que vuelvan a casa.

Todo eso lo sé porque de pequeña solía estar en esas reuniones, un poco extraño pero era porque era muy traviesa. Me escondía en el escritorio de papá y el aún sabiendo que yo estaba allí nunca me decía nada.

Sonreí ante ese recuerdo, me quedo unos segundos parada a mitad de las escaleras algo pensativa.

No puedo arrepentirme ahora.

Continuó caminando tratando de hacer el menor ruido posible, al llegar a la puerta de la entrada siento un alivio pienso en Joey y en lo feliz que estaré al verlo.

El amor de mi vida. | Joey Birlem.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora