El pasado

1K 96 88
                                    

—Señorito Suna, como no se dé prisa, su padre se enfadará

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Señorito Suna, como no se dé prisa, su padre se enfadará.

—¿Su enfado importa y no el mío? —protestó el joven con la mirada perdida en su armario ropero, ahora vacío tras el lamentable saqueo. Nunca había sido un niño especialmente coqueto o elegante, mas la ausencia de aquello que lo había acompañado a lo largo de su vida solamente le recordaba su cruel y fatídico futuro.

—Cuando usted sea el señor Rintarou Suna, importará. De momento, tendrá que comprender que él no actúa con malas intenciones. Han sido los negocios, aquellos que usted heredará, los que han decidido vuestra partida a Boston. Piense en ello como una inversión para obtener un futuro mejor.

—Odio que siempre tenga una contestación para todo, profesor Kita —bramó, girándose hacia su interlocutor, que se situaba al pie de la entrada de sus aposentos, con las manos a la espalda y una sonrisa amable e inocente en su rosado y jovial semblante.

Aquel hombre, a pesar de considerarlo como tal, quizá lo sobrepasaba solamente por cinco o seis años. Lampiño, pulcro y solo unos centímetros más alto que él, no parecía digno de la responsabilidad de cuidar al único hijo de la familia Suna, pero a pesar de su aspecto había demostrado ser alguien cultivado y eficiente. Si no fuese tan pobre quizá sería un buen partido para las mujeres de la zona, pero Rintarou tampoco se relacionaba demasiado con los vecinos como para preocuparse por ello. Con la educación en casa y los constantes viajes a causa de los negocios regidos por su padre, no había tenido tiempo para hacer amigos y había aprendido a mimetizarse con el ambiente hasta el punto de detestar cualquier cosa que implicase malgastar saliva o abandonar su refugio personal de olor a incienso y tinta.

Sin embargo, aquella ocasión era diferente a las anteriores; Rintarou por fin había hecho un amigo: se llamaba Kenma y se habían conocido cuando huyó de casa e intentó comprar uno de aquello folletines de poesía que tanto disgustaban a su padre por considerarlos literatura barata y sin calidad. Ante la inmensa biblioteca que poseía, jadeaba, indignado y anonadado a partes iguales, al no valorar todo lo que había al alcance de su mano. Rintarou evitó responder que prefería la poesía a los volúmenes de filosofía complicada. No dejaba de tener trece años: si desease respuestas rebuscadas a sus preguntas, leería ficción; la realidad debía ser más concreta y comprensible y no tan ambigua y enredada.

—¿Señorito Suna, ha vuelto a distraerse? Le recuerdo que va mal de tiempo.

—Lo sé, lo sé —replicó con impaciencia, aceptando su destino y simbolizando su marcha anudando la pajarita negra que antes había dejado languidecer bajo las solapas de su camisa como acto de rebeldía. Las prendas de ropa, aunque demasiado incómodas para su gusto, no lo esconderían de un padre enfadado. Una vez su reflejo en el espejo le devolvió su suspiro de exasperación y su mirada nublada de color oliva, se giró de nuevo hacia su profesor de camino a la salida. Fue entonces que se dio cuenta de que cargaba sobre el antebrazo el abrigo negro que siempre empleaba en temporada invernal—. No me diga que también vendrá con nosotros a Boston.

Caducifolio; OsaSunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora