Una noche despertaron las estatuas y nadie logró explicarse por qué. Los viejos héroes bajaron de los pedestales y se sacudieron el polvo, incluso los bustos cuarteados dieron unos cuantos saltos por la calle antes de desmoronarse. En los parques hubo un confuso parlotear de poetas, marineros, libertadores, sirenas, querubines y soldados anónimos que, angustiados, intentaron comprenderse. Los revolucionarios cabalgaron por las avenidas y saltaron por encima de los puentes.
Los leones de bronce escalaron edificios y los dragones se desenredaron de las gárgolas y persiguieron aviones. En un patético incidente, tres Hidalgos de mármol se trenzaron a espadazos y pellizcos acusandose de farsantes.
— ¡Hidalgo soy yo!— gritaban histéricos.
Para salvar la situación, se decreto el estado de emergencia. El ejército recorrió las calles, combatiendo bestias y arrestando próceres que atestaron las prisiones agrupados en sus respectivos personajes.
— ¡Todos los Cristóbal Colón den un paso al frente!— gritaba por ejemplo el sargento, y los Cristobalitos sorprendidos, se encontraban de pronto todos juntos en una celda.
Organizaciones religiosas se movilizaron para exigir la liberación de los Jesucristos, las vírgenes, los Budas y los angeles, pero con las primeras entrevistas se dieron cuenta que sus ídolos no eran más que pobres estatuas confundidas, incapaces de más milagro que moverse. Las mismas estatuas comprendieron que no eran lo que aparentaban, que a pesar de compartir sus características físicas con sus compañeros de celda, cada una tenía una personalidad diferente. Pronto comenzaron a inventar nombres y exigir hablar con abogados.
— Yo no soy Simón Bolívar, soy Lulo, el libertador del parque y estoy preso por razones politicas— alcanzó a decirle Lulo a una televisora extranjera, cuyo reportaje causo escándalo.
Los edificios del gobierno fueron rodeados por gordas de estudiantes y artistas que exigieron la libertad de las estatuas y escribieron en los muros enigmáticas frases:
"Que el humanismo alcancé para abrazar a las piedras"
O
"Por una humanidad que trascienda la carne"
El gobierno argumento que no era razonable permitir la libre circulación de las estatuas, pues sus características físicas las convertían en una amenaza para los ciudadanos y las instalaciones públicas. Los escultores respondieron creando nuevas estatuas a las que en secreto educaron en sus casas. Miles de escultores fueron apresados y encerrados en cárceles de máxima seguridad, pero aún así se ingeniabán para crear esculturas con cerillos o pedacitos de pan, que les servían de mensajeros, espías e incluso de libertadores. El gobierno, desesperado ante la proliferación de las estatuas, decreto la pena de muerte para los escultores reincidentes y el exterminio total de las estatuas, que fueron llevadas a campos de concentración, de dónde regresaban transformadas en tuberías, tuercas y manijas; pero antes eran sometidas a terribles interrogatorios para que confesaran quien las había esculpido.
Los escultores realizaron un movimiento de resistencia. Desde la clandestinidad planeaban tremendos actos de protesta, como por ejemplo: llevar a la plaza de madrugada a una gigantesca sirena de bronce para que cantará hasta que la destrozaran a mazazos los soldados, o atacar el cuartel general del ejército con un comando de Napoleones forjados con las llaves donadas por los vecinos.
Poco a poco, las propias esculturas se involucraron más en la organización y exigieron a los escultores un trato igualitario. Aprendían con rapidez y como sentían sus días contados vivían con intencidad. Eran capaces de todas las emociones humanas, e incluso más, pues la diversidad de los materiales con las que estaban hechas potenciaban sus sentidos y hacían de sus relaciones un puente entre elementos, sobretodo cuando se enamoraban.
Ver a la madera abrazar a la piedra, al vidrio llorar consolado por la plata, o al bronce retorcerse en la cama con el hierro, volvía locos a los escultores, que solo lamentában que sus esculturas fueran estériles, pues les hubiera encantado que esa amalgama de materiales se concretará en seres nuevos. Sin embargo, se llevaron una gran sorpresa cuando descubrieron la portentosa habilidad de las esculturas para esculpir. Parecían tener un talento innato para saber cuándo detenerse, dónde acentuar la curva o destrozar la geometría. Los escultores rápidamente se vieron superados por sus creaciones, que no solo esculpían nuevas piezas, si no que también, se esculpían a sí mismas, modificandose entre si, a cada caricia. A veces jugaban a convertirse en el otro, retocaban el cuerpo amado hasta que se convertía en el suyo, en un suave vaivén que dejaba boquiabiertos a los humanos. Muy pronto estuvieron en condiciones de salir a las calles y enfrentarse a las fuerzas de la orden, pues se reconstruian más rápido de lo que los soldados las destruían. Al percatarse de esto, el gobierno decreto el cese de las hostilidades y mando a la plaza principal donde se encontraban agrupadas las estatuas a un negociador. Al escuchar sus absurdas propuestas, las estatuas sonrieron.
— No nos interesa vivir en otro país o en una ciudad especial— contesto a nombre de las estatuas un Minotauro de jade— Nos gusta vivir con ustedes, aprendan a tolerarnos, pues somos como el viento o como la lluvia.
El negociador hablo brevemente por teléfono, se rascó la barba, sonrió y finalmente dijo que sí, que esa le parecía una excelente idea.
Desde entonces conviven hombres y estatuas, pero las estatuas cambian tanto que, por su continúa semejanza a si mismos, los que en verdad parecen estatuas son los hombres.
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La Imaginación al Poder
Short StoryLa Imaginación está sobrevalorada, y los cuentos no son solo para pequeños, atrévete a leer y conoce nuevos mundos, te asombrará lo que ocurre en este libro