Piropos para Ethan.

Capítulo I

Capítulo I: Corazón de palta.

Adeline no comprendía el amor. Le parecía algo irracional enamorarse a temprana edad cuando podría estar haciendo lo que quisiera cuando quisiera sin "atarse" a una persona en una relación. No le gustaba idealizar un amor duradero con alguien cuando era obvio que romperían en menos de lo que canta un gallo. Ella prefería los amores a lo estúpido, relaciones cortas y sin compromiso alguno, de esos que no duran ni un mes. De esos amores que son para matar el tiempo y complacer los placeres de la vida.

Se juró a si misma que no se enamoraría antes de los 25, pero como cualquier otro adolescente, ella rompió su palabra. Se enamoró del niño que todos -o la mayoría- preferían ignorar, el niño que nunca dice nada, el que se quiere ir a la casa por la vergüenza que le da cuando tiene que hacer una disertación. No lo entendía, y por eso le gustaba, le gustaba bastante.

Se planteó una nueva meta, quería conquistarlo y lo haría, pero para su mala suerte poseía la elegancia de un simio en todo su esplendor y seducirlo con un inexistente "encanto femenino" sería una tarea prácticamente imposible. Adeline era una de las pocas chilenas dentro de la academia conocida como "El revoltijo de los extranjeros" donde asistía una variedad de estudiantes con nacionalidades diferentes, pensó en usar eso a su favor. Llevaba ya horas pensando en qué hacer para enamorar a ese chico que tanto llamaba su atención, molestando a su mejor amigo para que la ayudase en su peligrosa misión.

Recordó un detalle mientras se tragaba un pan de palta y queso junto a Noah, daba la curiosa casualidad que en Chile los piropos llueven por donde mires, ¿Por qué no intentar con esto? Aunque ella veía los pro y los contras, valía la pena intentar algo mínimo por su amor platónico.

—No lo hagas —dijo Noah cuando Adeline chilló emocionada al ver a Ethan, posó como modelo preparándose para poner su plan en marcha. Negó con la cabeza cuando Noah le mostró lo ridícula que se veía, carraspeó su garganta y continuó con el plan.

—¡Hey, Ethan! —gritó la morena a todo pulmón en medio de la cafetería llamando la atención de todos, él la miró avergonzado. «Debe ser otro Ethan» pensó agobiado, buscando una salida para poder huir—. Tú, sí tú —Él, detuvo su plan de huida. La Riquelme exclamó eufórica—: ¡Paliducho de ojos azules!

—No lo hagas —reiteró Noah.

—¡WASHITO RICO CORAZÓN DE PALTA, YO SOY LA MINA QUE TE HACE FALTA! —Ethan tenía el rostro colorado. Huyó del lugar, muerto de vergüenza. «¡Pobre alma inocente!» Era el pensamiento colectivo dentro de la cafetería.

—Te dije que no lo hicieras, estúpida. Lo asustas —dijo Noah golpeando la cabeza de Adeline.

—No me digas estúpida, cara de niña.

—Eso no es un insulto, alimaña —La morena entrecerró los ojos al escucharlo.

—Así te ves más fea —Ella, en respuesta, jaló el cabello de Noah.

—Adeline —El par de amigos dejaron de pelear, volteando a ver al individuo que hizo acto de presencia.

—Oh, buenas ¿Cómo te baila la existencia, Rigoberto? —Noah apretó las mejilla derecha de Adeline tirándola, mientras ella seguía jalando el cabello del mismo.

—¿Por qué gritaste eso? —cuestionó confundido.

La morena se acomodó en el asiento, soltando a Noah y explicó—: Rigoberto querido, amigo mío. Te explico lo obvio: Como buena samaritana enamorada he decidido poner en marcha mi metodología de conquista, unos piropos como que no quiere la cosa y ¡Pum! Un amor inmarcesible.

—Es estúpida, se cayó de la cama cuando era bebé —ironizó Noah.

—Cállate, animal.

—Cállate tú.

—¿Vamos a comer completos? —preguntó ignorando la tercera presencia.

—¿Con palta y mayonesa?

—Maravilloso —Ambos se marcharon. Rigoberto quedó ahí, viendo como se alejaban, soltó una pequeña risita y fue a buscar a Ethan, para contarle las buenas nuevas.

Pobre Ethan, casi se desmaya cuando Rigoberto le contó que tenía una pretendiente.