Aquí estoy de nuevo, querido diario, cronicando... ( No, si cuando me da por escribir...):
Después de todo salió bueno el festejo. ¡Recibí un montón de regalos! Todavía es como si escuchara la música de fondo. Yo no quería fiesta de 15, pero mi mamá insistió, insistió, insistió... y ya se sabe que no se puede contra una madre porfiada (menos con la mía). La preparó como si fuese ella la que cumplía los 15. Y se la hizo pagar todita a mi viejo, claro.
Abuela Yamile prestó su casa. Es una casona enorme, antigua. Antes quedaba en las afueras, pero, ahora que la ciudad creció parese estar más cerca. Ojalá no le edifiquen edificios alrededor y el cemento no le trague la luz al patio.
En esa casa nací... Bueno, nacer... lo que se dice nacer, no... pero sí, ahí llegue con mi familia por primera vez. En el zaguán de ingreso están las fotos de las cuatro generaciones de Zucarías ( incluidos papá y yo, cuando era chiquita). ¡Si hablaran esas paredes... las historias que se sabrían! Es que da para todo esa casota. Una vez arranqué un pedazo de zócalo de madera que sobresalía del borde de la escalera que lleva al altillo, y descubrí montones de pequeños trozos de azulejos turquesa, todos prolijamente cuadrados, perfectos para jugar horas y horas a armar hileras, paisajes y formas de animales. Papá me confesó que ese también habia sido su escondite secreto cuando niño. Guardé en aquel refugio una cadena con la medalla de una virgen (muy pequeñita, casi un dije), que dice mi mamá que traia puesta cuando me trajeron del juzgado de Menores.
Adoro esa casa. De chica me fascinaba y, aún hoy, me lleno de alegría y de fantásticos pensamientos cuando me echo sobre el piso de la galería a contar los caballitos y flores de lis de los mosaicos. Tiene seis habitaciones y un balcón de princesa al que se llega mejor trepando la glicina que por la puerta ventana de la habitación principal. ¡Ah!, y un parque maravilloso (aunque un poco selvático, ya), con una fuente de angelitos custodiados por dos palmeras gigantes.
A metros de la fuente montaron la carpa para la fiesta. Por suerte sin globos rosados, ni lilas, ni blancos, ni de ningún color. Le prohibí a mi vieja poner globos. Los detesto. Cuando era chica led tenia terror. Igual que a los payasos. (¿Seré normal yo?) Es que no quería fiesta. No me gustan las fiestas, ni los cumpleaños, ni las navidades (los regalos sí). Para mis 15 prefería ir de viaje con tía Beba a brasil, pero no me dejaron (para variar). Tía dice que lo mismo, cuando yo cumpla 17 y ella se gane la lotería, vamos a ir.
Bueno, pero al fin el festejo no estuvo mal , aunque tuve que imponer algo de sentido común un par de veces. Papá y su mujer (yo creo que fue idea de la ridícula de Adela) pretendían que me pusiera un vestido rosa rocío, lleno de piedras brillantes. Me lo mostraron en un catálogo de la colección de una casa de vestidos de fiestas. La modelo parecía una muñeca del libraco de historia que heredé de mi tía abuela (... de cuando ella iba al colegio), llena de tules y encajes. Antes muerta que ponerme eso. Mamá, a quien le hubiera encantado verme en alguna de esas versiones Barbie, se puso de mi lado por puro gusto de oponerse a mi viejo. Zafé. (Rubén en esto no corta ni pincha... La que me faltaría, ¿no?) Así que me compré unas calzas de seda con una mini de gasa arriba, ambas negras. Una blusa negra y roja con aplicaciones plateadas (cortita, así cuando bailé pude mostrar el piercing de plata que me puse en el ombligo). Al fin y al cabo algo de brillo tenía que llevar. Tacos colorados (no tan altos como hubiese querido por que si no le iba a sacar una cabeza de ventaja a cualquiera de mis amigos).
Me corté el pelo a la nuca (no fuera que quisieran hacerme bucles de princesa). Me maquillaron apenas y tuve que agregarme algo más de delineador de ojos. Un bombón, propiamente. (Lo confieso, no me importa, total este diario es sólo para mí... Me encanta cuando papá me llama "su bombón".)
Al bajar del cuarto hacia la fiesta, papá me colgó una cadena de oro blanco (sabe que odio lo dorado) con un brillante casi microscópico, su regalo. Me sentí una reina en su baile de presentación. Es un romántico incurable, mi viejo. Mamá soltó el moco, y al pie de la escalera me dio una pulsera preciosa con tres dijes de plata (una "C", por mi nombre, obvio; un corazón, por el amor que me tiene, dijo; y el tercero, una ranita esmaltada ¡preciosa!, por la canción que siempre cantaba para dormirme... "cucú, cucú..."). ¡Qué lindo sonó todo eso!... los dijes le pusieron música de cascabeles al abrazo que nos dimos (¡Ay!... No quiero parecer odiosa, pero, por un lado me sentí halagada y protegida por mis padres con esas alhajas, pero por el otro, los imaginé como encadenándome al cogote y a la mano para no soltarme más... Sí, se que suena terrible... Soy una porquería...)
Lo cierto (sin falsas modestias) es que me veía fa-bu-lo-sa. Rara vez me gusto, siempre me falta relleno o me sobran granitos. Me ajusta la ropa o me quedan embolsados los jeans. Pero para mis 15 ¡Estaba Genial! Voy a pegar una foto acá, para no olvidar que a veces soy linda.
Todos me esperaban, a oscuras. Cuando puse un pie adentro de la carpa, un cono de luz me iluminó y una bola giratoria destelló luces intermitentes de colores. Comenzó a sonar una de mis canciones favoritas:
Apoya sobre mi brazo tu pequeño Corazón. No temas, detrás de la ochava nada puede alarmarnos demaciado. Sólo el horizonte que asoma para luego volver a esconderse.
Unos maestros los Sarna con Gusto, son lo más. Todos cantaban y aplaudían sonrientes siquiendo el ritmo de mi banda de rock preferida (mamá quería poner a una lenta... bien romántica... puaj... ¡Qué Ridícula!).
Cuando digo que estaban todos, son ¡T-o-d-o-s! A la derecha mamá y su familia (en esta ocasión, versión Ingalls). A la izquierda, en la otra punta del ring, papá con la suya. Por fortuna, el centro del semicírculo, repleto de amigos míos.
Marianella salió a mi encuentro para darme el primer abrazo, con una rosa en la mano. Es mi mejor amiga. Amiga del alma. Nos conosemos desde siempre (mismo colegio, mismos gustos, mismo club). Íntimas.
Luego, los ochenta invitados se me vinieron encima. Di tantos besos que me despinté un poco.
Un pelotón de amigas me llevaron de acá para allá toda la noche. Debo reconoser que estuvo buena la fiesta: la comida exquisita y con autoservicio, porque eso de esperar que los mozos te sirvan lo que ellos quieren... (No quiero ser tan retorcida, pero no puedo evitarlo... siempre observo particularmente las manos de quienes me alcanzan o preparan alimentos, mmm... porque van al baño y tiene nariz, como todo humano... ¡Ajjj! Ni pensar... ¡Basta!).
Sí. Mucho mejor servirse y comer lo que a uno le gusta. Quien quiso armó su menú con lo que había disponible: fetas de carne, de pollo, de cerdo, de fiambres, verduras, salsas, arrollados y panes. Pizzas a la madrugada. Mesa de dulces por otro lado. Yo comí poco, pero las bandejas quedaron peladas después de la medianoche.
Los arreglos de flores blancas, amarillas y anaranjadas en las mesas quedaron preciosos. Mamá y tía Beba los armaron uno por uno. El que se puso un poco pesado fue el fotógrafo, que me llevaba a cada rincón para posar con los invitados. Tía Beba también, toda la noche, estuvo dele disparar el flash de su cámara digital. Me harté de hacer muecas para las fotos. Pero mis amigos venían a rescatarme a cada rato. Comimos, bebimos, bailamos, transpiramos. Ni hablar de las filmaciones (odié a mi vieja por ese vídeo trillado con fotos y películas de todo mi vida, proyectando en una pantalla gigante... ¿Le puedo perdonar que aya mostrado aquella foto mía del primer día hice pis en el inodoro, calzón abajo y con el dedo incrustado en la nariz escarbándome hasta el cerebro?... A veces pareciera que me odia esa mujer...). Luego vinieron los souvenires, las velas, el vals de los 15 con papá, con Rubèn, con el abuelo Albergó y con mis hermanastros. Mamá llorando. A de la también, para no ser menos. Por fin parecía la Cenicienta. Faltaba que después de las doce campanadas perdiera un zapato y ¡Ya!
Abuela Yamile juntaba los regalos poniéndoles nombres a los que no traían tarjeta, para que los abriese al otro día, mas tranquila. No podía con todo.
El que me sacó a bailar el vals, también, fue Sebas.
Qué lindo estaba. Más que nunca.
(Ya me cansé de escribir.) Siempre tuya.
Ceci
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El Jamón del Sánguche
Teen FictionGraciela Bialet Bueno, ¿Por dónde empiezo mi propia historia?... Aver... Sí, sí. Me tienen podrida. Tironeada de acá. Tironeada de allá. Al fin y al cabo yo era hija única Y ahora, que mis viejos hicieron la suya, Aparecen hermanos por todos lados...