X. El city-boy perdido entre dos colinas

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"Hay personas que no saben perder el tiempo ellas solas, y son el azote de las gentes ocupadas"

—Louis De Bonald


No había pasado ni media hora y los dos jefes de familia ya estaban dentro de la suerte de grúa que el señor Yamaguchi había pedido prestada. Al igual que la camioneta en la que habían llegado al pueblo, la grúa estaba vieja y desastrada. Kei esperaba que no se quedara varada en medio del camino. Si ese fuera el caso, el número de problemas se duplicaría pues tendrían que rescatar y reparar dos autos. Y si eso sucedía, su estadía en ese trozo olvidado de mundo sería más larga.

—Iremos a Joetsu, por el dinero del seguro y a comprar partes de refacción. De ahí, usaremos la grúa para ir por el auto. Lo traeremos aquí y mañana empezaremos a repararlo. —Hotaru le explicó a su esposa el plan, y de paso lo repasó para sí mismo. —Ustedes quédense aquí y relájense, yo me encargo de todo esto. Vayan a conocer el pueblo mientras no estoy. —volteó en dirección a Kei, pero el joven estaba mirando a otro lado, ignorándolo intencionalmente. —Si todo va bien, volveremos para el anochecer. —terminó.

La grúa vieja empezó a andar camino abajo por la colina, rechinando y haciendo ruidos. Kei la siguió con la mirada por todo el pueblo hasta que se incorporó con el tramo que conectaba con la carretera y la perdió en el paisaje momentos después.

—Es una buena oportunidad para conocer los alrededores, ¿no crees, Kei? —a diferencia de su padre, su madre sabía imponer respeto. Así que, si Kei se portaba insolente, su madre lo obligaría a recorrer el pueblo con ella. Tendría que elegir con cuidado sus palabras. —Si. Pero aún estoy cansado, quisiera sentarme y relajarme aquí afuera. ¿Está bien? —a un lado del camino de la colina, había un manzano frondoso que daba suficiente sombra. Sentado ahí, Kei podría ver el pueblo en paz.

Su madre asintió. —Iré a ver si la señora Yamaguchi necesita ayuda. Han sido tan buenos huéspedes, es lo menos que puedo hacer. —acto seguido, volvió a entrar en la casa.

Kei se acercó al manzano, la vista desde ahí era linda. Se sentó y extendió las piernas, observando el pueblo.

Solo hasta ese momento pudo ver gente que transitaba por los caminos que no estaban cubiertos por árboles y que eran visibles desde el sitio donde estaba. Al verlos, se dio cuenta. "Solo hay adultos y ancianos aquí", de inmediato pensó en el hijo del campesino cuyo nombre no recordaba. A propósito de él, ¿dónde estaría?

No importaba.

Después de 10 minutos observando la naturaleza, decidió que sus sonidos eran demasiado aburridos y serenos. Así que volvería al cobertizo que tenía como cuarto prestado para sacar sus audífonos.

Al pasar por el patio de la casa de los Yamaguchi, las gallinas seguían igual de molestas. A Kei le provocaba patear el gallinero, pero eso las alborotaría más. Antes de entrar al cobertizo notó en la cerca del patio, a un lado del cobertizo, una puerta que no había visto esa mañana. Se asomó para ver a dónde llegaría.

Tras la cerca, por esa puerta, había un camino de tierra que se bifurcaba. A la izquierda, el camino se extendía y llegaba hasta un establo de madera, probablemente ahí tenían más animales. Siguiendo el camino a la derecha, había un sembradío en el que podía ver racimos de fresas a lo lejos. Entre los racimos, se encontraba el hijo del campesino. Llevaba puesto un sombrero de paja que lo protegía del sol, el mismo overol y las mismas botas que llevaba el día anterior. Parecía ser que no llevaba nada debajo ya que podía distinguir los brazos desnudos del campesino y una porción de pecho sin cubrir por el overol.

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