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   4 de noviembre

  Esperé, con los labios apretados, a que la imagen del imponente hombre terminara de degustar la cucharada de pie de limón. Sentía los nervios y la ansiedad como si estuviera parada ahí mismo bajo los focos y las cámaras, y no quería imaginar cómo se sentiría la dulce chica de cabello rubio que los productores presentaron como Danna. Aunque por el sudor que cruzaba su frente y el temblor de sus labios, podía suponerlo. 

  El chef Sametti dejó la cuchara sobre la pequeña mesa y cruzó sus brazos, mirando fijamente a Danna. 

  —Olvídalo, Ralph. Es obvio que no le gustó. 

  —¡¿Pero en qué se equivocó?!— murmuró, exaltado— Hizo todo a la perfección. No— negó con la cabeza—. Seguro se quedó mudo de la sorpresa. 

  Lo miré como si estuviera loco, él sabía perfectamente que eso era una blasfemia. 

  —No intentes engañarte. Cuando cruza sus brazos y aprieta los labios, todos saben que se viene la "ola del temor". 

  Ralph estiró un brazo hacia atrás para alcanzarme, pero falló estrepitosamente porque ni siquiera se molestó en quitar la vista del televisor como para saber dónde estaba. 

  —Cierra la boca, Brie. Va a hablar. 

  Rodé los ojos pero me impulsé hacia adelante para prestar más atención. En la pantalla, la imagen de Danna parecía estar a punto de vomitar y sus ojos no paraban de recorrer el estudio, seguramente no viendo la hora de irse. O quizá, simplemente estaría analizando la salida más cercana, quién sabe. El chef Sametti, por otro lado, cortó un pedazo de pie de limón y se lo extendió a la concursante. A mi lado, Ralph contuvo un jadeo. 

  —Esto no es bueno. 

  —No— le di la razón—. Espero que no le tire la comida a la cara, como hizo con Samira. 

  —Pobre chica— Ralph negó con la cabeza—. Todavía me acuerdo de sus lágrimas. 

  Danna llevó la cuchara a su boca y comió el pastel con una expresión dudosa. En un principio pareció estar concentrada en saborear, pero luego no pudo evitar fruncir los labios, cerrando sus ojos. El chef Sametti la miró y le preguntó qué había sentido. Danna, ya sabiendo lo que se venía encima, murmuró la palabra "agrio" en un hilo de voz. En cuanto eso salió de su boca, pegué un chillido. 

  —¡Te dije que era demasiada crema de limón para poca masa!— señalé a Ralph, quien me fulminó con la mirada— Dijiste que estaba bien. Y te haces llamar chef. 

  —Alguien va a empezar a cocinarse sola. 

  Solté una carcajada, pero por mi propio bien dejé de hablar. Estiré una mano hacia la bolsa de frituras y tomé algunas, ofreciéndole luego a Ralph. Él, por costumbre, miró hacia la puerta de la cocina para asegurarse de que mamá no viniera. No obstante, ambos sabíamos que eso no pasaría, pues las únicas personas que estaban en la casa eramos nosotros y dos chicas que limpiaban las habitaciones. 

  Volví a mirar la pequeña televisión retro y me acomodé en el mesón, un poco incómoda. Entonces sentí la mirada fulminante de Ralph, probablemente cuestionándome por milésima vez por qué no me sentaba como una persona normal en la silla. De todos modos, él no se molestó en preguntar algo que ya sabía, y yo no me vi envuelta en la necesidad de decirle que simplemente seguía nuestra tradición. Entonces sonreí, ignorando los gritos del chef Sametti.

  Hace un par de años, mamá tomó la decisión de comenzar a trabajar horas extras los sábados, siendo estos, junto a los domingos, los únicos días que podía pasar tiempo conmigo. En su momento, Valerie se disculpó por ello regalándome una computadora portátil, pero pareció olvidar que no soy fanática de las tecnologías. Y aunque sabía perfectamente como era mamá, no puedo mentir diciendo que eso no dolió. No que tomara esa decisión, porque ya estaba más que acostumbrada; sino que creyera que con una simple compensación todo se arreglaría. Y fue ese mismo día que, deprimida, intenté ir hacia la cocina a buscar algo para comer. Tenía (y tengo) la teoría de que con comida, todo mal momento se volvía un poco más ameno.

Las cosas que no me dicesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora