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Scott, 15 años.

—Ya está, cariño. Mírate.

El reflejo de alguien que había sido golpeado le regresó la mirada. Las cicatrices de su rostro habían desaparecido al igual que la sangre seca y algunos moretones. Su madre lo tomó de los hombros y sonrió.

Scott no la entendía.

¿Estaba feliz de haber hecho esto de nuevo? ¿De volver a curar sus heridas con maquillaje?

En su mirada vio cuánto temor había en ella y cuán triste estaba. Aun así, sonreía.

Y se quedaba junto a él.

¿Era tanto su codicia por el dinero que prefería quedarse a lado de aquel hombre monstruoso?

—¿Por qué no lo dejas? —Soltó apartando la mirada. De inmediato se arrepintió de soltar algo así a la ligera— Lo siento, lo dije sin pensar.

Se dio la vuelta para traer sus cosas, a mitad del camino Vanessa volvió a hablar.

—Porque lo amo.

—¿A él? ¿O al dinero?

Silencio.

—Scott, hijo, tu padre es un buen hombre. Te ama y...

—¿Bueno? —Inquirió, irónico— Si tuviera que elegir entre salvarte la vida o salvar la empresa, sabes muy bien lo que él haría. Mamá —dijo soltando un suspiro y mirándola directo a los ojos—, de verdad, estar con mi padre no es un buen lugar. Podemos irnos, huir y tener un mejor...

—Cállate —espetó—. Ve por tus cosas, es tarde. Y no olvides pasar al peluquero si no quieres que tu padre se moleste.

Sin dejarlo responder recogió el maquillaje y se alejó a su habitación.

Todavía no entendía la mente de Vanessa y no creía que lo haría jamás. 

¿Es esta clase de vida la que está bien para ella? ¿De qué manera? ¿Lo soporta por el dinero? ¿O es que realmente le gustaba? Las veces que he intentado hablar han sido en vano, huye de lo que le digo, me ignora o me cambia de tema.

Scott no se quejaba de su vida, porque un chico bueno no hace eso. Es solo que, a veces, de verdad le gustaría algo mejor para su madre.

Y otras, quería atravesarle un cuchillo en la garganta.

Odiaba que lo dejara solo, odiaba que no se enfrentara a Robert, odiaba que cada semana tenía que maquillar sus heridas para que nadie se diera cuenta que Robert era un maldito monstruo.

Odiaba ser él.

Scott a veces pensaba que su padre fue como él a su edad, con los mismos pensamientos torturándolo. Y temía convertirse en él. No quería serlo. Él era cruel.

Con la mochila sobre sus hombros y viéndose por última vez en el espejo, salió de la casa. Simon ya estaba esperándolo con la puerta abierta del auto.

—¿Se encuentra bien, joven Bernard?

—Sí, gracias —respondió sin más, cabizbajo.

Él asintió y subió al auto.

El chico agradeció que Simon no hiciera preguntas. Extrañamente, él sabía cuándo hacerlas, o cuándo darle un sermón, o cuándo mantenerse callado. Tal vez Simon era la única persona a la que no encajaría un cuchillo en la garganta, además de Reachell y Leyla.

—Después de la escuela necesito cortarme el caballero —comentó—. Si puedes llevarme, por favor.

—Es mi trabajo, joven Bernard —hubo un momento de silencio antes de que volviera a hablar—. ¿Alguna vez ha considerado dejarlo crecer?

Scott [Precuela de Adam]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora