Fifth special.

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Maia et Atlas.

Izar estaba armando coronas de flores en los campos de Hogwarts, siempre le gustó hacerlas para sus amigas y cómo ya había finalizado con sus tareas, no dudo en hacer las coronitas para entretenerse en lo que sus amigas terminaban, además podría darle una a Lily para James, la de ojos azules nunca pudo aprender a hacerlas y le pedía a de ojos almendrados hacer las coronas por ella.

A unos metros y escondido detrás de un arbusto, Atlas observaba la delicada figura de la mujer, sumamente embelesado, la mujer tenía un brillo propio que incluso pensaba que el sol se sentía ofendido. La pelirroja se veía hermosa concentrada, sus pequeñas manos siendo delicadas al armar aquellas coronas, como su cabello se resbalaba de su oreja y le cubría sus ojos almendra o como sus labios se curvaban en una sonrisa, alegre de ver las flores. Era una vista maravillosa a los ojos de Atlas.

El chico se escondió mejor entre los arbustos al ver a su padre acercarse a la chica y preguntarle qué hacía. La muchacha le enseñó al adulto a hacer esas hermosas coronas de flores y el joven contemplaba todo a la lejanía, embelesado por la silueta de la fina mujer. Cuándo su padre se fue, se levantó, arregló su túnica y se aseguró de tener el brazalete que le daría a la chica en el bolsillo. Al estar seguro se acercó a dónde estaba la muchacha.

— Hola, Maia—. Dijo Atlas al encontrarse frente a la chica.

— Oh, Atlas hola—. Saludó la pelirroja con una sonrisa que dejó atontado a Atlas.

— ¿Puedo hacerte compañía?— Comentó al reponerse.

— Sabes que siempre aceptaré tu compañía Dio—. Afirmó Maia palmeando a su lado—. ¿Que te trae por aquí?

— Sólo estaba paseando y quise acercarme al verte tan sola, pensé que algo de compañía no te haría mal—. Respondió al sentarse, rascando su nuca.

Izar se acercó al rostro de Egeón, mirándole con una sonrisa y los ojos entrecerrados, su pelirrojo cabello caía a sus costados y sus ojos avellana miraban inquisidoramente al muchacho.

— Claro y por ello estabas espiandome desde hace rato en ése arbusto—. Mencionó Izar señalando el arbusto del cual Egeón había salido minutos atrás.

— Eso fue porque eh... ¿Me caí y no pude levantarme?— Se excusó Dionisius en un tono de duda que terminó por delatarlo.

— No te creo—. Canturreo volviendo a terminar la corona de margaritas—. Dímelo o te acusaré como acosador.

— ¿Yo, acosador? Pero que cosas dices Iz—. Trató de bromear Egeón.

— Sólo digo que no es normal que el hijo del director esté escondido en los arbustos espiando a las chicas.

— No haría eso por cualquier chica.

— Ah, ¿no?

— No.

— ¿Entonces? ¿Cuál es la razón para espiarme?

— Tú eres especial, Iz. Tú, a diferencia de cualquier otra chica, me gustas—. Dijo Egeón sacando la cajita con un collar que tenía el nombre de Izar junto a una flor de cerezo.

Izar quedó congelada admirando el collar y al chico frente a ella antes de elevar una mano para colocarle la corona de flores que tenía en su regazo y acariciar sus mejillas en el proceso.

— ¿Sabes? Tú también eres muy especial para mí, Dio.

— ¿Estás robando mi frase, señorita Lovelace?

— Creo que estamos a mano, tú me avisas yo robo tus frases, es un buen acuerdo.

Ambos rieron, Atlas olvidó la vergüenza que le generaba hablarle a aquella chica de las flores, la que siempre tenía una sonrisa y estaba dispuesta a ayudar a todo el mundo; Izar, por su parte, dejó fluir sus sentimientos por el muchacho frente a ella, aquel Ravenclaw que aburría a algunos con sus datos interesantes de la magia, aquel caballero que a pesar de su corta edad ya era llamado a ser el próximo investigador de runas antiguas más reconocido de la nueva era.

Behind LimerenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora