C U A T R O

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—¿Qué estás haciendo acá?— le dijo su padre con una mueca que pretendía ser una sonrisa, le palmeo el hombro con más fuerza de la necesaria — Anda a buscar a tu prometida.

Massimo hijo se giró hacía el hombre, evaluó su rostro redondo y arrugado un par de segundos y después se devolvió hacia el grupo de hombres con los que había estado conversando.

—El deber llama— dijo a modo de despedida, luego dio media vuelta y se marcho.

De reojo vio como su padre sonreía contento con que le hubiera hecho caso, Massimo apretó la lengua contra el paladar para no decir nada que después pudiera lamentar. Además ahora que le habían recordado el verdadero motivo de la fiesta: anunciar su compromiso, estaba emocionado por ver a Gina de nuevo, quería saber su reacción, algo le decía que iba a estar encantada, después de todo se había acostado con el dos veces, debía saber quien era y a ninguna mujer dentro de la mafia no le hubiera gustado casarse con él. Aunque a ella nunca la había visto en este tipo de fiestas, su familia no era muy importante, pero sí o sí deberían haber considido en algunos eventos, como el año pasado para la masiva fiesta de navidad.

La chica era todo un misterio, lo que la hacia un poco más interesante, eso y que no podía encontrarla por ningún lugar.

—Hey— detuvo a uno de los camareros —¿Has visto a una chica con pelo afro por aquí?

El chico lo miró asustado, debía de tener unos dieciocho años y jamás había tratado con un mafioso como Massimo, padre o hijo los dos eran aterradores, pero el menor tenía fama de poca paciencia y una mente retorcida inigual.

—Ha-ay al-alguien sent-t-ta-da allá— señalo con un dedo tembloroso los sillones apartados.

Y efectivamente se podía distinguir una frondosa cabellera.

Le dio una palmadita en el hombro, suave, pero que igualmente hizo que el pobre chico casi se desmayara. Massimo soltó una risita divertida, sus labios se curvaron en una sonrisa satisfecha y ladina que deshizo las bragas de todas las mujeres que le miraron en ese preciso momento. Ay, como le gustaba que la gente le tuviera miedo, no podía negarlo, era algo que realmente le alegraba la vida.

Se acercó a Gina, ella lo notó cuando estaba a un par de paso, pero después volvió a bajar la mirada a su celular. Massimo carraspeo, llamando su atención, pero ella no reaccionó, es más se acomodo en el asiento como si él no estuviera ahí, se cruzo de brazos ofendido.

—Hola, Giana.

Nada, la chica no lo miró.

Molesto tomo asiento a su lado y le arrebato el celular de las manos, Gina suspiró irritada, como si su sola presencia fuera motivo de enfado. Sí lo era, al menos para ella que no tenía ningún interés en su nuevo prometido y que por obvias razones quería largarse de ahí lo más pronto posible.

—No puedo creer que me estoy casando con un inmaduro— murmuró para sí misma, aunque Massimo igual la escuchó —, devuelve el teléfono— le exigió.

No le hizo caso, se guardo el teléfono en el bolsillo del pantalón, consciente de la mirada que Gina le había dado. 

—No hasta que hablemos, Giana, vamos a casarnos, ¿no crees que deberíamos por lo menos llevarnos bien?

—Como mínimo creo que deberías aprenderte el nombre de tu prometida, me llamo Gina, imbecil— le dijo ella con los dientes apretados y una mirada asesina.

Massimo no pudo evitar sonreir, al parecer la chica tenía garras y no se molestaba en esconderlas. Debería haberlo sabido el primer día, cuando le dijo con su voz dulce que no tenía ningún interes en él, había confundido su repentino escape con miedo, pero la verdad era que Gina no estaba interesada en Massimo en lo más mínimo.

El corazón del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora