C I N C O

5.8K 213 5
                                    

El anuncio de su matrimonio fue un chiste, al menos para Gina.

Massimo padre hizo un brindis y después dejo caer la bomba, anunciando que su único y amado hijo, por fin se casaría con una hermosa mujer que de seguro le traería nietos hermosos, ese era su papel en el discurso: la fábrica de bebés con un adicional de una belleza indiscutible. Tener que estar ahí, sonriéndole a su prontamente suegro fue un trabajo realmente difícil, se daba asco a si misma por no ponerle un alto a la situación, pero a su vez no sabía qué hacer para acabar con ella, lo que la hacía sentir frustrada porque ella siempre tenía una solución para las cosas, excepto que ahora no.

Apenas había comido y ahora se sentía un poco mareada. Le era fácil saber cuándo los golpes de su padre le iban a dejar un ojo morado o cuando iba a necesitar más que maquillaje para cubrir el daño, tenía parámetros que sabía de memoria porque cosas así nunca se olvidan, pero jamás había sido golpeada en algo que no fuera la cara y ahora creía que lo prefería así, pues el dolor en sus costillas y espalda eran insoportables, nada que hubiera sentido antes, era diferente a cuando te golpeaban en el rostro, porque al menos no necesitas que se mueva para respirar o para caminar y es fácil poner hielo en él.

Se sentía pésimo y estaba comenzando a dudar de su salud, tal vez estaba siendo un poco paranoica, pero era mejor prevenir que lamentar, así que se puso de pie y camino, con los ojos de todos sobre ella, hasta el bar donde había visto al Doc. Se sentó un puesto más allá de él, porque ya les había dado demasiado sobre que hablar a todos en la fiesta, primero al aparecer, después por el compromiso.

Pidió un trago y lo bebió lentamente mientras esperaba a que todos regresaran a sus asuntos, estaba terminando cuando el Doc. se puso de pie, le dirigió una mirada e inclinó la cabeza a modo de saludo.

—Necesito su ayuda.

El hombre, ya mayor, con canas y entradas la miró confundido.

—Sígueme— fue lo único que Gina le dijo y después paso frente a él caminando con su andar seguro.

Tenía una manera de hablar cuando quería que la obedecieran que nunca nadie le decía que no, era la seguridad con la que hablaba, una orden escondida tras palabras dulces, además era hermosa, ya lo he dicho un par de veces y no hay hombre que se pueda resistirse a su encanto.

Tal como esperaba Doc. la siguió, ella estaba demasiado concentrada en caminar, respirar y pensar sin que nada le doliera y él nunca había sido un hombre muy sensitivo así que ninguno se dio cuenta de que alguien los estaba observando.

Se metieron en una de las muchas habitaciones ahí, Gina cerró la puerta con cuidado y después se giró hacia él con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Si le dices a alguien lo que vas a ver, eres hombre muerto.

—¿Disculpa? — pregunto Doc., no acostumbrado a ser amenazado.

Gina dio un paso al frente dejando que los brazos colgaran a los costados, sus ojos alargados se achinaron cuando volvió a hablar.

—Vas a darme tu palabra de que nada va a salir de este cuarto.

Orgullo, el orgullo era lo que le hacía decir como esas, porque no quería que nadie la mirara con pena, que se sintieran compasión o que simplemente hablaran de ella. Odia tener los ojos de las víboras sobre su persona.

—Bien— asintió.

Gina asintió también y le dio la espalda mientras se bajaba los tirantes del vestido. Doc. protesto con un ruidito gutural y cerró los ojos sin saber lo que Gina iba a hacer, pero luego los entreabrió con cierta curiosidad, su boca colgó al ver el cuadro de pinturas moradas que era su espalda.

El corazón del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora