D O S

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Volverse a tropezar con la misma piedra

Tenía que ser una puta broma.

¿Cómo mierda había acabado aquí de nuevo?

Debía dejar de beber tanto y de sumarse a cualquier fiesta, porque eso era lo que había hecho. Recordaba a uno de sus amigos diciéndole que estaba invitado a un cumpleaños en los suburbios y que se la pasaría genial allí, Gina lo siguió sin pensarlo, porque ella iba a donde la fiesta estaba.

Puso un pie fuera de la cama, mirando fijamente a Massimo a su lado, que dormía de espaldas a ella. Tenía la almohada abrazada, dejando a la vista sus bíceps, la sábana blanca estaba arremolinada al final de la cama, ninguno de los dos la había extrañado pues la noche había sido particularmente calurosa.

Gina se arrastró fuera del colchón, lentamente, intentando no hacer ningún ruido, algo le decía que Massimo tenía un sueño muy liviano y ella definitivamente no quería enfrentarlo.

No era por cobardía, más bien orgullo, se había prometido no volver a acostarse con él y aquí estaba. Las malas decisiones eran su pan de cada día y algo con lo que no quería lidiar en este momento porque estaba segura de que Massimo la haría ver como una desesperada y odia cuando los hombres hablaban con su ego masculino y esos aires de grandeza, como si la única meta en la vida de una mujer fuera acostarse con ellos y luego casarse, no eran capaces de entender que a veces ellas también querían un rollo de una noche. Gina jamás había tenido una relación y no era algo que buscará por ahora, le gustaba su vida como estaba, un polvo y si te he visto no me acuerdo, a veces repetía, cuando valía la pena y esa sería la relación más larga que tendría hasta los treinta al menos.

Salió de la cama sin despertar a Massimo, una gran victoria que se vio opacada por el ruido de la puerta siendo abierta y una voz masculina gritándole al hombre en la cama.

—Levántate, tu...— las palabras murieron en sus labios apenas Ace noto la presencia de Gina en el cuarto.

Estaba de pie al lado de la cama, se había agachado para recoger el vestido arrugado en el piso y se lo puso con tranquilidad, demostrándole que no suponía ninguna vergüenza para ella haber estado desnuda frente a un desconocido o que este le mirara con ojos lujuriosos y la boca hecha agua, estaba acostumbrada a atraer ese tipo de atención, sobre todo desnuda y hubiera sido una ofensa para ella que Ace no se hubiera quedado embobado con su cuerpo.

—Es muy temprano, Ace— se quejó Massimo.

El mencionado entorno los ojos, luego los volvió a posar sobre la preciosidad que tenía al frente, sus abruptas curvas seguían al descubierto, su piel oliva no, esta había desaparecido bajo un vestido de seda que no dejaba nada a la imaginación, y aunque Ace estaba acostumbrado a ver chichas bonitas, porque después de todo era el mejor amigo de Massimo y a él siempre lo seguían las chichas guapas, lo diferente de Gina era que a pesar de su juventud se veía como toda una mujer, con un cuerpo de impacto, sí, pero también con una actitud que solo alguien con plena confianza en sí misma podía tener y eso era lo que en verdad enloquecía.

—Yo, mmmh— el pobre Ace no encontraba las palabras en su afectado cerebro.

Gina se rio entre dientes, un sonido dulce y malicioso al mismo tiempo que llamó la atención de los dos hombres, Massimo despegó la mejilla de la almohada para mirarla, sabía que se había ido con alguien a la cama y le había sorprendido encontrarla vacía, pero que importaba, mejor para él, así no tendría que fingir que sabía quién era, bueno toda esa idea se fue a la mierda porque al parecer ella seguía aquí y Massimo, en todos sus recuerdos borrosos, porque esta vez sí que se le había ido la mano con el trago, la recordaba; era la misma chica con la que se había acostado una semana atrás y que después de salir de su cama le estaba haciendo ojitos a su mejor amigo, de seguro era una de esas desesperadas por escalar socialmente.

El corazón del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora