T R E S

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—¿Por qué hay alguien fuera de nuestra puerta que luce como si quisiera matarnos? — pregunta Frances con un susurro temeroso.

Gina, que está preparando un aperitivo en la cocina asoma su cabeza para mirar a su amiga y luego la puerta principal, le hace señas para que se aparte de ahí mientras ella avanza silenciosamente hasta tomar su lugar, se inclina sobre la mirilla con el corazón latiéndole acelerado, ¿cuáles son las posibilidades de que haya alguien a fuera que realmente quiera matarla? No alcanza a dar con una respuesta porque, desgraciadamente, conoce al hombre en el pasillo esperando impaciente a que lo deje entrar.

Maldijo entre dientes.

—Voy a salir— le comunicó a su amiga que la miraba con esos grandes ojos azules llenos de terror —Nada me va a pasar, no seas dramática— rodo los ojos mientras se calzaba los zapatos.

Un golpe fuerte en la puerta le hizo a Frances pensar lo contrario, no era tonta, sabía que a veces Gina desaparecía con hombres que perfectamente podrían entrar en el perfil de secuestradores o violadores. Le era imposible no preocuparse por su amiga incluso si ella insistía en que no debería hacerlo, lo único que la consolaba era que Gina jamás lucia asustada cuando esos hombres aparecían, por el contrario, siempre maldecía y sus iris dorados se encendía con furia.

—Llamaré a la policía si no vuelves en menos de una hora.

Gina soltó una risita irónica, como si lo que había dicho fuera la tontería más grande de todo el mundo.

—Si no vuelvo entonces vas a tomar lo que te herede y hacer ese viaja a Inglaterra que siempre has querido— le dijo con una sonrisa que demostraba que no estaba bromeando.

Frances la miró en shock. Entendía que tenían una relación muy cercana, Gina varias veces había dejado entre ver en sus comentarios que ella era la única persona cercana en su vida, pero de ahí a estar en la herencia de alguien más era un gran paso, además, ¿qué persona de veintiún años tenía una herencia importante?

—Calma, mujer— le dio un beso en la mejilla y la tranquilizo con una sonrisa —, nada me va a pasar, tienes que dejar de ver tanto Criminal Minds.

Después de decirlo tomo su bolso con llaves y celular adentro. Abrió la puerta cuando Jaws se disponía a golpearla de nuevo, miró con fastidio a uno de los soldados de su padre. Era un hombre delgado pero bajito y no tenía ni idea de dónde venía el apodo, pero si su intención era intimidar, con ella no funcionaba.

—¿Qué amenaza voy a escuchar hoy? — preguntó su tono indolente de siempre.

—Su padre quiere hablar con usted.

Rodo los ojos, fuerte, odia que le hablen así, como si fuera de la realeza, uno porque no lo era y dos porque tenía claro que ninguna de esas personas la respetaba, la quería o se interesaban por ella.

Se subieron al auto y Jaws manejo en silencio, sin molestarse en conversar con ella, Gina lo prefería así.

Hace años que no pisaba aquella entrada, la mansión donde había crecido estaba frente a ella y lo único que podía sentir era desprecio, asco revolviendo su estómago y rabia hirviendo en sus venas, no había nada es esta propiedad que la hiciera sentir bienvenida, ni siquiera las personas en su interior. Su madre la recibió con un abrazo y dos besos a cada lado de su mejilla, después la hizo entrar.

—Tanto tiempo sin verte— suspiró en su típica manera —, veo que la vida no te ha tratado muy bien— le tomo las mejillas entre sus manos.

—Nop— le dijo con una sonrisa sínica —, me trata súper bien.

El corazón del diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora