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- ¿Qué has hecho ahora cuñado? - dijo Chris riendo.
- Nada - me encogí de hombros ¿se lo va a contará todo el mundo?.
- Pues para no hacer nada tienes muy cabreada a mi hermana... Y no se suele cabrear por nada.
- Lo sé - suspiré - Raúl llamó y yo me molesté mucho, y saqué el tema de su secuestro y todo eso...
- ¡Pero Poncho! Sabes como es con ese tema... Es solo Raúl, no va a pasar nada.
- Lo sé pero se alegra tanto cuando habla con él... es como si el tiempo no hubiese pasado, y aún estuviésemos en casa de mis padres, antes de graduarse. Chris, no sabes lo que era. Todo el día estaban hablando por teléfono... cuando no veía a pasar las tardes con ella... me alegré tanto cuando dejaron de hablar. No te voy a mentir. Creo que es con el chico con el que más celos he tenido, siento que me la puede quitar en cualquier momento.
- No seas así hombre, mi hermana te ama... siempre lo ha hecho. Además, tenéis dos hijos, y otro en camino - me guiñó el ojo y yo suspiré.
- Iré a casa, se va a hacer tarde...

Me despedí de mis sobrinos y de mi cuñada y Chris me acompañó hasta la puerta. Dio un golpe en mi espalda y me guiñó el ojo seguido de un "suerte con lo tuyo". Sonreí pesadamente y me dirigí a casa pensando en todo lo que le diría a Annie y en como intentar solucionar todo lo que me estaba pasando. Desde la calle vi las luces del salón encendidas, estaba empezando a oscurecer Annie seguramente estaría terminando de preparar la cena. Subí con la cabeza a punto de explotar y cuando abrí la puerta de casa escuché su risa, como hacía tiempo no la escuchaba, alta, clara, alegre y sobretodo, sincera. Sonreí y todos los problemas en los que pensaba desaparecieron. Seguí el ruido de su risa hasta llegar a la cocina y encontrarme toda una escena familiar. Mis hijos sentados en sus sillas esperando la cena mientras reían y Annie poniendo las cosas en la mesa mientras reía y Raúl hacia la cena. La sonrisa se me borró de golpe, al igual que a Annie, la cual se incorporó y carraspeó con su garganta.

- Hola Poncho - sonrió tímida.
- Papi - gritaron mis hijos corriendo hacia mi.
- ¡Alfonso! Justo a tiempo - sonrió Raúl como si él fuese el dueño de la casa y yo un simple invitado - he hecho mi especialidad, lasaña y patatas.
- Qué suerte - dije un poco sarcástico, pero intentando que no lo notasen los niños, aunque Annie sabía que si lo había hecho.
- Bueno familia, a la mesa, esto está casi casi terminado - dijo Raúl sonriendo ampliamente mostrando sus dientes blancos.

Lo observé mientras cocinaba. Había cambiado mucho, ya no era el típico estudiante de instituto con miedo a lo desconocido, inseguro de sí mismo. Ahora se veía más alto, más musculoso y con seguridad. Su piel estaba tostada por el sol y ya no usaba más gafas. Su pelo también había cambiado, lo llevaba despeinado, pero perfectamente cortado y colocado. Terminó de preparar la comida y nos sirvió a cada uno una porción antes de sentarse junto a Annie para cenar.

- Esto está delicioso - dijo ella probando un trozo de lasaña mientras yo me limitaba a removerla.
- Gracias - sonrió - siempre lo cocino en el barco. Alfonso ¿no comes?
- Está muy caliente - dije, dejando el tenedor y levantándome de la mesa a por una cerveza - pero seguro está delicioso Raúl, gracias - me volví a sentar y di un sorbo a mi cerveza con la mirada clavada en él, iba a ser una larga velada.

Cuando la cena terminó era hora de dormir a los niños. No sé si el destino me estaba diciendo algo o qué, pero ambos me eligieron a mi para que les llevase a la cama. Me levanté a regañadientes de mi sitio y con una falsa sonrisa me despedí de ambos, acompañando a mis hijos a sus cuartos. Mía era más mayor, por lo que antes de dormir leía un libro sola, en lo que yo se lo leía a su hermano, después me contaba un resumen de lo que había leído y ya por último se dormida. Ambos se pusieron sus pijamas y fueron a lavarse los dientes. Se dieron un abrazo, Mía entró a su cuarto y Miguel y yo al suyo. Mi hijo escogió un libro y se metió en la cama.

Siempre a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora