Capítulo primero

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Emilia

Después de varios kilómetros logré entrar en calor, estábamos en mitad del otoño y ya el frío era tremendo. Sonreí, estaba demasiado acostumbrada a los inviernos duros y largos. Llegué al kilómetro diez, todavía me faltaban cinco para llegar, sin embargo, ya sentía que estaba muriendo. Por qué demonios no nací licántropo. Octavio se reiría de ella si la viera cansada a los diez kilómetros, él en su forma humana corría hasta veinte kilómetros sin siquiera transpirar. Octavio Santini era su mejor amigo, el amor de su vida -en secreto- y el alfa de la manada donde vivía desde que Pablo, su padre, se había enterado que tenía una hija, hacía ya quince años. Jamás conocí a mi madre, papá me contó que él me encontró en un orfanato, donde viví dos años de mi vida. Los primeros dos años. Desde entonces, vivo en la manada. Mi padre es arquitecto, encargado de realizar cualquier tipo de construcción dentro de nuestra manada.

Aunque tengo genes licántropos dentro de mí, nunca me convertí. Parece ser que lo único que me dejó mi anónima madre fueron sus fuertes genes. Porque al parecer, yo era cien por ciento humana. No, al parecer no, evidentemente era humana. Correr diez kilómetros es aniquilante para mi cuerpo, y eso es un juego de niños para cualquier lobo. En fin, en seis meses era mi cumpleaños y cumpliría mi año número dieciséis dentro de la Manada Santini, ya que, por casualidades de la vida, mi padre me había encontrado el día de mi cumpleaños número dos. Cumpliría dieciocho años, sería mayor de edad. Y ya no estaría obligada a quedarme dentro de la manda. Lo estaría si me hubiera convertido, pero como solo soy humana, no es obligación.

En realidad, no quería irme, era feliz donde estaba. En el mundo sólo quedaban cuatro manadas. Yo era parte de una, me sentía un ser muy especial. Además, aunque sabía que Octavio me veía como su amiga únicamente, yo albergaba mi esperanza de poder, algún día, ser algo más que amigos.

El reloj deportivo que tenía en mi muñeca izquierda vibró, era un mensaje de Octavio.

Te espero en mi casa en diez minutos. No tardes.

Fruncí el ceño. Me extrañó la urgencia, era sábado por la mañana. En este momento debería estar en el entrenamiento de lucha. Incliné los hombros restándole importancia, troté un par de metros más dentro de la strada statale 289 y entré en el camino de tierra que me internaba dentro del Parco dei Nebrodi en Sicilia, donde hacia cientos de años se encontraba mi manada. Un secreto de estado que jamás se había publicado, y jamás se publicaría.

Llegué a mi casa, veinte minutos después. Antes de entrar por el portón secreto cubierto por una línea de intensos árboles, había aprovechado para estirar en el silencio que tanto amaba. Uno lleno de ruidos de animales y de la naturaleza, pero que para mí era un silencio que me llenaba de paz. Cuando llegué a la puerta de mi casa me encontré a mi padre con cara de enfado, y cuando abrí la boca, detrás de él estaba Octavio.

- Buen día a todo el mundo – dije, sarcásticamente - ¿Comieron tostadas quemadas esta hermosa mañana? ¿Cuál es la razón por la que me están fulminando con la mirada? – cuestioné, aunque ya sabía la razón.

- Emilia, volviste a salir de la manada para ir a correr a esa maldita ruta, sola. ¿Sabes lo peligroso que es? Te he advertido cientos de veces qu..

- Papá, comprendo tu miedo, pero es infundado.

- No, Emilia – la voz de Octavio tajante – Lo estamos diciendo para protegerte, tienes prohibido salir de la manada sin avisar. Y sabes eso de memoria.

- Necesitaba estar sola un rato. Ya basta, ¿sí?

Evidentemente no pararon, pero después de un rato, me dejaron en paz.

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