Capítulo Cuarto

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Octavio

Lo primero que hice al despertar fue ir a la casa de Emilia. "Despertar" como una forma de decir, porque no había logrado pegar ojo en toda la noche. Incluso era muy temprano, así que no sabía si alguien se encontraría despierto. Me había cruzado con mis padres cuando salía, ellos llegaban de su caminata matutina.

En el momento en que mi padre me dijo que Rosita¸ había dormido en la casa de Emilia me entró el lobo negro, cómo solía decir mi abuelo cuando a uno le entraba la locura. Le gruñí a mi padre, y él solamente se rió. Obviamente, anoche no me había comentado ese pequeño detalle.

Llegué al frente de la casa, y me metí por el costado, hacia el patio. Sabía de memoria que no cerraban esa puerta, era por donde siempre entraba. Entré a la casa y me fui directo a la habitación de Emilia, la cama estaba abierta, pero ella no estaba ahí. Fui a la cocina, pensando en que tal vez estuviera desayunando. Al entrar al living-cocina, los vi a Rosita y a mi Emi dormidos juntos en el sillón.

No puedo explicar con palabras el gruñido que salió de mi garganta. Emi abrió los ojos asustada, y el estúpido abrió los ojos lentamente como una princesa. Al verme sonrió. Repito: es-tú-pi-do.

- ¿Qué haces acá Octavio? – cerré lo ojos al no oír el Otto, como ella siempre me llamaba.

- Quería saber como estabas. Veo que estas muy bien acompañada.

- Buenos días – Pablo apareció con una sonrisa en la habitación, y frunció el ceño al ver a Emilia en el sillón con Rosita. - ¿Y ustedes que hacen acá?

- Anoche no podía dormir, y vine a hablar con Milo. Me voy a bañar. Hay demasiada testosterona en esta habitación para ser tan temprano. – gruñó. Sonreí. Ese era el típico comentario de Emi. De mi Emi. A lo mejor no todo estaba perdido. Salió de la habitación mientras Pablo abría la heladera para buscar los ingredientes del desayuno.

- Tabo, ¿ya desayunaste?

- No, me uno a ustedes. – Pablo asintió y le pregunto a Rosita que quería desayunar. Después de responderle, este se acercó a la barra de la cocina y se sentó. Me miró fijo, otra vez sentía como si pudiera leerme la mente. Lo dudé, después de todo Rosita era un brujito. Moví la cabeza negando, me estaba volviendo loco. Él sonrió, como si de verdad estuviera en mi mente y se me pararon los pelos de los brazos. Piel de gallina, como decía Emi.

- Entonces, Milo, ¿Qué va a suceder con mi hija ahora?

- Lo mejor sería que se viniera conmigo, así podría entrenarla.

- No me parece. – acoté.

- Creo que es una decisión de Emilia. Ninguno de nosotros debería meterse. Es importante que ella entrene. Luego, puede hacer lo que ella quiera. Puede volver a la manada si el alfa está de acuerdo, o hacer su vida en el lugar que a ella le plazca.

- ¿No puede entrenar acá? – cuestionó Pablo. Asentí, estando de acuerdo con él.

- Podríamos entrenar en el bosque, aunque en mi hacienda está todo preparado para los entrenamientos de los hechiceros. Incluso se encontraría y conocería a más personas como ella. Como yo.

- No sé, Milo. No me encuentro cómodo con toda la situación. No te conozco.

- Usted puede ir con Emilia si lo desea, sería bienvenido en mi casa. Además, algo de compañía en esta transición le haría muy bien.

- Puedo preguntar, si se me permite, ¿Por qué demonios están hablando de lo que me conviene y de lo que no sin mi presencia? – Mierda. Estaba enojada. Conocía su voz de enfado, aunque apareciera poco.

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⏰ Última actualización: Jun 29, 2020 ⏰

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