Octavio
Me deshice del agarre de Pedro. Nadie me iba a retener de seguir a Emilia. ¡Mierda, y mil veces mierda! Emi no debería haber escuchado todas esas cosas. Ella no... ¡Joder! Jamás había visto tanto dolor en una mirada. Creo que fui capaz de escuchar cómo se rompía su corazón.
Estúpido. Estúpido.
Cuando bajé las escaleras, encontré a mi madre llamando desesperada a Emilia. No frené a responder las preguntas que me gritaba y seguí corriendo. ¡Emilia se había metido en el bosque!
- Cuídala Luna, por favor – rogué.
Vi a Olli corriendo y lo seguí. Él me guiaría a su dueña. Escuché su sollozo y frené. Estaba arrodillada, llorando. Apreté los ojos, como si con ese gesto, pudiera evitar ver como sufría por mi culpa.
Ella gritó, gritó de dolor. Corrí hacia ella, tropezando con una rama. Hice los últimos metros gateando, la agarré para ponerla sobre mi regazo. Podía sentir su dolor. Y hablaba literalmente. Sentí dolor en mi espalda, y en mis manos. Emilia estaba pálida, sus ojos sin enfocar en ningún lado, sus labios agrietados como si hiciera días que no bebía agua. Un pequeño hilillo de sangre salía de su nariz.
- Octavio – susurró, y entonces su cabeza calló hacia el costado. Parecía... muerta.
Sacudí su mentón con mi mano, desesperado.
- ¡Emilia! ¡Emilia! ¡Despierta! – Me paré con ella en mis brazos y corrí hacia la mansión - ¡Ayuda! ¡Ayuda! – Caí de rodillas con ella en mis brazos frente a la puerta de la mansión. Pedro y mi madre corrieron asustados hacia mí. Olli lloraba con su hocico sobre el vientre de Emilia.
Las siguientes dos horas fueron un martirio, el médico de la manda la revisó. Tenía la presión baja, pero no parecía ver nada anormal. Desesperado, no sabía cómo explicar que yo había logrado sentir su dolor. Que ella estaba sufriendo. ¡Su nariz sangraba! Algo estaba mal, y nadie parecía verlo.
Pablo caminaba de una punta a otra en mi habitación, donde habíamos recostado a Emilia. Me preocupé cuando él quiso hablar en privado con mi padre.
- Oscar, ¿podemos hablar un segundo?
- Claro, Pablo. Ven, vamos a mi oficina.
Unos segundos después, los seguí. Yo quería saber qué demonios estaba sucediendo.
- Esto es algo que me temía que sucediera...
- ¿De qué estás hablando, Pablo? – cuestioné, entrando a la oficina, dejando la educación que tanto me había inculcado mi madre en el fondo de mi cerebro.
- Hijo, esta es una conversación privada. – La voz de alfa, anteponiéndose al padre.
- Alfa, yo tengo derecho de estar acá. – Aunque ellos no supieran que el estado de Emilia era mi culpa.
- Está bien Oscar, déjalo – asentí hacia Pablo en agradecimiento.
- Es una historia un poco larga. Sentémonos. – me tensé. El padre de Emi se caracterizaba por ser despreocupado y relajado. En este momento, era todo lo contrario. – Hace tantos años, cuando me enteré que tenía una hija, fue gracias a una carta que dejaron en mi casa. En realidad, cuando la leí por primera vez, obviamente, me pareció una locura y la dejé de lado. Sin embargo, los días siguientes se volvió una obsesión. No podía dejar de pensar en eso, yo no había sido un santo y había tenido aventuras. No era algo totalmente imposible. – suspiró, frotando sus manos en su rostro, como si recordara la desesperación que había vivido. – Unos meses después encontré a Emilia. Demoré más de un mes en comprobar que era mi hija. La ley de los humanos es demasiado lenta. Durante ese tiempo, lo único que pensaba es quien demonios era la madre de esa niña. Y es algo que nunca pude averiguar. Sospechaba de dos mujeres. Una humana, que tenía rasgos similares a ella. La busqué, ella murió meses después del nacimiento de Emi así que nunca pude confirmar si era ella.
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Mundo mágico
RomanceLicántropos, hechiceros, vampiros... Un mundo mágico. La historia de amor de Emilia y Octavio comienza desde que eran muy chicos. Ella lo ama en secreto, o eso cree. Él la admira en silencio, pero como alfa de la Manada Santini, su deber es pensar...