Horacio y Volkov se encuentran después de la última vez que se vieron y Volkov le llamó retrasado.
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Daniel, vaya mierda de nombre, si no fuera porque de verdad se la pasaba bien peleando y tomándole el pelo a los oficiales en comisaría, además de la buena paga y otros beneficios de ser subinspector, mandaría todo a tomar por culo, en especial ese nombre que no pegaba nada con su esencia como pegaba Horacio, pero bueno. Un día más siendo el subinspector Dan, así es como comenzaban todas sus mañanas, con él dándose ánimos para no cagarla y seguir fingiendo que Horacio Pérez se fue bien lejos y solo quedaba esta extraña versión de él.
Safaera comenzó a reventarle el móvil y supo que era Gus... Frederick. Joder con los nombres.
Contestó antes de ponerse a bailar con su tema favorito.
— ¿Qué pasa? ¿Qué hacemos hoy? — preguntó.
— A ver, "Dan", ¿Qué te parece pasar por comisaría a por armas e irnos a meter miedo por la ciudad? — dijo Gustabo al teléfono, y se notaba, por su voz, que estaba en su modo diablo como le decían.
— Pero bueno... — respondió, entretenido.
— Venga, mueve el culo, nos vemos en comisaría en media hora.
— Vale, hasta entonces.
Cada mañana cuando se ponía aquella máscara de Daniel, el subinspector, se preguntaba si volvería a ver a Horacio por ahí, haciendo el tonto con su amigo y hermano Gustabo, conociendo a los que luego se llamaron la "mafia sexy", pasándola bien por una vez en sus jodidas vidas.
Algunas veces le deprimía su nueva vida.
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Al llegar a comisaría se dio cuenta de que era bastante temprano así que se quedó en su camioneta escuchando música y viendo twitter hasta que un coche pequeño y jodidamente otaku se estacionó a su lado.
— Madre mía — suspiró.
Ahí estaba, el comisario Volkov, ignorando que existía como siempre. Fuera Horacio o se cambiara el nombre, el ruso jamás se preocuparía por él como él se preocupaba —aún— por su jodido culo. Sin poder aguantar los impulsos de querer ir a hablarle, apagó la música, cogió las llaves y se bajó del coche. Volkov, instintivamente, se volteó a ver al dueño del coche desconocido y se percató de la presencia del enmascarado.
— Buenas, comisario — dijo Horacio, Volkov frunció el ceño y caminó hacia él.
— Disculpe, ¿Lo conozco? — respondió tranquilamente.
Horacio se llevó la mano a la cabeza y se quitó el pasamontaña que se había comprado para cumplir la función de subinspector como le había instruido Conway.
— Horacio — se sorprendió el ruso.
Hace mucho que no se veían, la última vez no había acabado bien: entre el helicóptero, la lluvia y su temperamento cuando se cabreaba no creía que el exalumno del CNP le viera con tanto cariño como antes, pero le dieron ganas de sonreír ¿Enternecido? Cuando vio que Horacio le miraba con los mismos ojos de siempre y una nueva tristeza que no se podía explicar.
— Si, Volkov, solo que ahora voy bajo el nombre de Dan — respondió el moreno, secamente.
— Bien. Enhorabuena por su nuevo puesto, Ho...
— Solo quiero decirle algo, comisario — lo interrumpió. Era la primera vez que le hablaba de ese modo y, de haber sido otra persona, Volkov hubiera mandado todo a tomar por culo hasta con la porra, pero en ese instante se quedó petrificado. — Yo no sé qué le he hecho, pero escúcheme: nunca más... nunca más voy a aguantar que me trate como un retrasado, porque no lo soy. Lo único que he querido, toda mi puta vida, es un poco de respeto.
— Le ofrezco... le ofrezco mis disculpas, Horacio — intentó decir el comisario, pero el de cresta no quería detenerse, no en ese momento.
— Yo hubiera dado mi vida por protegerlo a usted, quiero que lo sepa, Volkov — escupió. — Hubiera dado mi vida y más, pero todo lo que hace es despreciarme, creer que soy un capullo, que no tengo neuronas, no lo olvido...
— Cuando me enojo yo...
— No tiene que explicármelo, ¿Sabe? — volvió a interrumpirlo.
— ¡Ya basta! — Volkov se acercó peligrosamente y Horacio retrocedió un paso, intimidado. Se odiaba por seguir considerando adorable su cara de susto, como le decía Gustabo siempre con desprecio por haberlo herido. — Escúcheme bien usted a mí, Horacio, ¿Vale? Por mucho que yo quiera estar con usted, no se puede... NO-SE-PUEDE. Estamos en peligro, la situación es complicada, quizás es lo mejor que usted me esté odiando en este... en este minuto, para serle sincero. Estar cerca de mí es una sentencia de muerte que quiero evitarle, Horacio, que siempre querré evitarle.
Horacio estaba atónito, pero, en el fondo, lleno de dicha, como si el alma le hubiera vuelto al cuerpo. Avanzó los pasos que había retrocedido cuando Volkov se le acercó, decidido a terminar con esa estúpida tensión que sentía cada vez que estaban cerca, pero el ruso lo atajó con un simple gesto.
Había puesto sus manos en frente, pidiéndole que se detuviera sin tener que decirle nada.
— No aquí... — dijo, tajante, pero con un leve rubor en sus pálidas mejillas.
— ¿Horacio? Pero ¿Qué haces, tío? deja la tontería y vente pa'dentro, no me jodas — llegó Gustabo gruñendo hasta que llegó a su lado y lo cogió del brazo, pasando olímpicamente de Volkov.
Ahora que sabía que solo le debía lealtad y obediencia a Conway, y que podía ser como realmente era frente a todos —y dentro del marco de la ley— le importaba muy poco lo que pudiera pensar Volkov de sus palabras, de ignorarlo, de todo. Solo quería evitar que Horacio saliera nuevamente herido por volver a ver al cabeza-hormiga ese.
Cuando lo arrastró lo suficientemente lejos y subieron por las escaleras que llevaban a la entrada de la comisaría, volvió a hablar:
— Ya está el cara-susto este haciéndote olvidar todo lo que te ha hecho — lo regañó.
— Pero Gustabo...
— ¡Eh, eh! Frederick, ahora — dijo, poniéndose el pasamontaña.
— Menudos nombres de mierda — admitió Horacio y también puso el suyo sobre su cabeza, cubriendo su cara y dejando solo a la vista sus ojos. — Y no sabes lo que ha pasado allí en el estacionamiento, macho...
— ¡A tomar por culo! Ni que te hubiera declarado su amor — se molestó Gustabo, visiblemente mosqueado por el entusiasmo de su amigo.
¿Cómo podía ser tan ciego? El tío ese pasaba de él, ¿Qué tan difícil era entenderlo?
Horacio, por su lado, suspiró y prefirió callar, lo cual Gustabo tomó como una muestra de que le estaba dando la razón, y prosiguió con su camino a buscar las armas con una sonrisa satisfecha.
"Por mucho que yo quiera estar con usted...", "No aquí...".
Si Horacio se había ido lejos, Volkov lo había traído de vuelta de un tirón para quedarse.
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Imagines || Volkacio
Fiksi PenggemarVarias cosas que se me ocurren lloran2 por una pareja que nunca será canon.