CAPITULO DOS

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A la mañana siguiente Ville salió de su hotel temprano a buscar una tienda para comprar algo más de ropa. La noche anterior se había ganado un "delicioso" y "atractivo" aroma a licor y tabaco y si quería acercarse a alguna de las jóvenes que vio en el Palazzo, por lo menos tenía que estar presentable. Fiel a su estilo compró pantalones, un par de camisas y otro abrigo en color negro y para facilitarse las cosas se cortó el cabello. Al llegar a su hotel pidió que le lavaran toda la ropa y se metió a la bañera mientras esperaba que el servicio exprés de la lavandería sea en verdad un exprés y que en alrededor de una hora tuviera la ropa limpia y seca en su habitación. Bingo – dijo cuando encontró sobre la cama la ropa lavada y planchada. Se cambió y salió. Estaba muriendo de hambre y entró en un pequeño restaurante vegetariano. Tomó una mesa que daba de cara a una ventana con vista a una pequeña plaza. No se había percatado del detalle que la calle paralela a donde él se encontraba estaba el Palazzo Medici, por lo que casi se atraganta con un tomate cherry cuando vio a Cara acompañada de Din Din detenerse a mirar entre tiendas. Ambos señalaban locales como intentando decidirse por un lugar para comer. Al poco tiempo se les unieron Lucrezia y una bella mujer, quizás de unos treinta y pocos quién caminaba del brazo con la joven. Puede ser la madre de Lucrezia – pensó –aunque es muy joven para serlo. Lo que es el destino y ellos escogen el restaurante donde se encontraba Ville. Todos entraron y se sentaron en una mesa que le daba a Ville una vista privilegiada de Lucrezia. La miraba con insistencia como esperando que ella reparara en su presencia y se dignara en devolverle la mirada, pero nada. Ella, o era inmune al resto de personas o simplemente no le importaba nada más que la gente que estaba en su círculo cercano. Era inútil. Se le ocurrió la brillante idea de coquetear con la mesera, la cual inmediatamente le apuntó su número telefónico en uno de los papelitos en donde se anotan los pedidos. Un guiño le bastó para que otra joven en una mesa aledaña le hiciera conversación y hasta le extendiera una invitación para unos tragos esa noche. Pero qué demonios – Ville maldijo en su mente cuando ellos hubieron terminado su almuerzo y así alegres como llegaron, se levantaron y salieron. Allí Lucrezia volteó y le lanzó una mirada que no supo interpretar. ¿Intriga? ¿Duda? Ville se hartó y decidió descartarla de su cabeza. Se dijo que en ese momento compraría su boleto de retorno a Milán, tenía demasiadas cosas que hacer con su banda y ya se suponía que el asunto se había olvidado y todo estaría tranquilo por allá. Recordó claramente la rabieta de hace dos días y la estúpida razón por la que salió disparado con rumbo desconocido. Yendo calle abajo pensando en cómo hablar con Migé para disculparse por su infantil actitud se topó con la figura de Lucrezia, esta vez sola. Andaba en dirección al "Puente viejo" con un vaso de café en la mano y un pequeño libro en la otra. Como si algo lo arrastrara hacia ella la siguió. Se estaba comportando como un adolescente y él, hasta hace un par de semanas, había gritado a voz en cuello que ya no era un chiquillo ante los regaños de su mejor amigo Migé. Lucrezia se acercó al barandal del puente y se puso cómoda. De pie frente al agua abrió el libro y se puso a leer. Ville estaba parado frente a ella como un bobo.

· Puedo saber ¿por qué estás siguiéndome? – le lanzó sin siquiera voltear a mirarlo. No desprendía la vista de su libro. La voz de la joven escuchada de cerca era como seda. Semejante belleza no podía ser real. Un mechón de su cabello cayó sobre su rostro y ella lo apartó levantando la mirada y dirigiendo sus amatistas a Ville. Ahí fue ella quien se sorprendió, aunque probablemente él no lo haya notado. Había visto el color de sus ojos la noche anterior, le había dado una leve mirada porque el cabello largo le cubría parte de su joven rostro. Ahora, el muchacho que la estaba mirando frente a frente no tenía como esconder la pálida tez y mucho menos sus enormes ojos felinos. Sus rizos eran más cortos y definidos, sus labios casi tan rojos como los suyos. Pero lo más llamativo, la expresión que ostentaba. Ville estaba maravillado con ella.

· Ehm... soy...- se aclaró la garganta y continuó - soy Ville Valo – se acercó lentamente como si de una fiera salvaje o de una criatura angélica se tratara, temiendo que desaparecería al tocarla. La joven no era mal educada y al ver la mano extendida del muchacho, hizo lo mismo.

Gone with the SinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora