CAPITULO CUATRO

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Lucrezia entró en la habitación y sintió un cambio en el ambiente. La atmósfera alrededor de ellos era completamente distinta. La sensación de confianza y paz que sentía junto a él había aumentado considerablemente, aunque aún tenía algunas pocas dudas porque acababa de conocer a Ville. A pesar de ello, ella sentía que estaba en el lugar y en el momento correctos. Era la primera vez en toda su vida que le agradaba ser observada y atractiva para alguien. Le gustaba saber que a él le atraía no solo como un bonito objeto de colección, ella sentía que apreciaban su belleza no como una simple mercancía. Así es que se dirigió a su mochila y de allí saco un casete el cuál puso en la radiograbadora que estaba sobre una de las mesitas.

- Lamento no tener música como la que te gusta – le sonrió y comenzó a sonar una balada – sé que preferirías alguna canción de Rolling Stones, por ejemplo.

- Ahora mismo podrías colocar una canción típica de algún pueblo olvidado a espaldas de Jesucristo y no me molestaría Lucrezia – le sonrió - Además la canción no está mal – la tomó por una mano y la atrajo hacia él - ¿le gustaría bailar, señorita?

- Encantada – le sonrió de manera muy tierna.

La chica se recostó en el pecho de Ville y ambos comenzaron a moverse al compás de la canción. Para Ville también era la primera vez que se sentía de ese modo. ¿Acaso había estado enamorado antes? Sinceramente, a esas alturas ya no lo creía. Sus relaciones anteriores eran aquellas fugaces que todo jovencito en transición a la adultez suele tener. Encuentros furtivos tras las puertas de algún club nocturno, aquellas escapadas luego de una fiesta, encuentros fugaces con alguna joven hermosa luego de algún concierto. Tener a Lucrezia de aquella manera entre sus brazos lo hacía sentir distinto. Esa joven que viviendo dentro de las paredes de un burdel, no sucumbió a nada de lo que la rodeaba. El hecho de saber que sus labios habían sido los primeros y únicos que había saboreado en toda su vida, lo hacían sentir orgulloso y hasta privilegiado, sentía mucho respeto hacia ella. Al sentirse embargado por esa revelación, soltó la mano de Lucrecia y la envolvió con sus brazos por la cintura. Ella respondió llevando una de sus manos a su cuello y la otra la posó sobre su pecho. De pronto cambió la canción, una balada que Ville no había escuchado nunca. Lucrezia se tensó un poco, esa era su canción favorita y siempre había tenido la idea en la cabeza de que si aparecía alguien muy especial en su vida, se la dedicaría. Qué tonta, las chicas no dedican canciones – pensó y negó con la cabeza.

- Cinco centavos por tus pensamientos – le dijo Ville entre risas.

- No es nada – sus mejillas se pusieron rojas.

- ¿Nada? Pero si tus mejillas están ardiendo – sonreía – pues ahora me dices o no te suelto – y la sujetó más fuerte por la cintura.

- Si es así no te lo diré nunca – se le escapó una carcajada a la chica.

- Vamos, dime...

- Es esa canción – le respondió tímidamente.

- ¿Qué tiene la canción, amor? – la miró a los ojos.

- Es mi favorita – Vaya, me llamó amor. Pensó – y bueno... yo... yo siempre pensé, desde la primera vez que la escuché. Que si encontraba a alguien y pues... si yo... si yo me enamoraba pues... - se le apagó la voz y enterró el rostro en el pecho de Ville.

- Si tú... te enamorabas... Lucrezia, estás... ¿estás enamorada de mí? Yo simplemente no... ¡yo no sólo te gusto! – eso no fue una pregunta en la voz de Ville, eso fue una afirmación. La levantó en brazos – ¡pero si yo también estoy enamorado de ti! – Lucrezia correspondió al abrazo riendo – Ahora dime ¿de qué va lo de la canción?

Gone with the SinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora