Hacía una mañana preciosa.
El parque Calírroe era un pequeño lugar ubicado en la zona norte del país; para algunas personas de la ciudad, era un pequeño oasis en medio de toda la zona empresarial, gracias a su flora exuberante y hermosa, sus árboles altos y frondosos y las personas que se paseaban por ahí en sus ratos de descanso.
Irene era una de ellas.
La chica de ojos violetas se sentó en una de las bancas a un costado del camino, sintiendo el danzante viento en su cara y en sus rojos labios que apenas habían sido remojados hace tan sólo unos segundos. Sin poder evitarlo, se frotó los brazos a los lados y luego tomó su capuccino entre sus manos con el fin de buscar alguna fuente de calor.
Lastimosamente la jacket negra que la protegía del frío iba a tener que ser retirada en poco tiempo si no quería recibir miradas extrañas por usarla en el sol; aunque debía admitir que esa no era su principal aflicción cuando sentía pequeñas agujas de hielo picoteando su piel, por lo que tal vez aguantaría las miradas si eso significaba que mantendría el pequeño confort. Además, su cabello mojado no ayudaba a su situación, al enviar pequeños escalofríos por su piel cada vez que la fresca brisa hacía de las suyas y rozaba su frígida nuca.
Era primavera.
El soleado clima daba tregua en los inicios del amanecer, pero afortunadamente para Irene después de media mañana los fuertes rayos solares alcanzaban a todos. No es como si le hiciera alguna mejora a su constante estado de gelidez, siendo honestos, pero lo agradecía de igual manera ya que, gracias a eso, las flores estaban en su mejor momento para florecer y el cielo se veía más azul en esos días.
Todo parecía ir bien, el día parecía que sería vivaz, y haber encontrado un asiento justo debajo del árbol de cerezo más grande que había en el parque, alimentaba su positivismo. Los pétalos parecían seguir el canto de alguna sirena lejana, moviéndose en grupos por ráfagas que transportaban los deliciosos aromas que se encontraban en el lugar hasta llegar al pequeño y decorado lago en el centro.
Definitivamente parecía que iba a ser una buena mañana.
Irene prácticamente lo podía asegurar al ver las sonrisas de los niños jugando al otro lado de donde se encontraba ella; tiernas, enormes y con algunos dientes de menos, pero seguían siendo igual de fulgurantes. Es más, brillaban más que el sol que prometía venir dentro de poco y hacían que ella soltara uno de esos gentiles gestos también.
En el parque también estaban los padres, la mayoría con un café en mano tratando de obtener al menos la mitad de energía que tenían sus pequeños; vigilando sus traviesos y alegres pasos con cautela. Algunas personas que se encontraban ahí, leían el periódico con el ceño fruncido, probablemente por alguna noticia preocupante sobre la situación del país; otros tenían reuniones matutinas con algún conocido o socio cercano y a la chica castaña le parecía ver una que otra pareja tratando de hacerle competencia a los pajarillos que cantaban de felicidad.
Todos diferentes, únicos y todos tan cálidos.
Esos eran los humanos e Irene los amaba.
Esa raza extraña que poseía seres tan dulces como amargos, y de parte de su magnífica suerte, se había encontrado más de los primeros que de los segundos. Sin embargo, no era tan boba como para creer que todos eran así y solía ser precavida con respecto a eso.
De todas formas, mantenía la mínima y razonable esperanza de que todos tenían algún bien dentro de ellos.
Quería creerlo.
Y es que eran deslumbrantes, preciosos y no sólo por sus apariencias, porque Irene disfrutaba igual o más que otros de unas bonitas facciones, labios llamativos y expresivos ojos; no obstante, también estaban sus corazones, sus almas, y ese brillo especial que poseían que hacía a otros felices.
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Mirada amatista
RomanceIrene Rizzo es una dulce chica perteneciente a una raza diferente de los seres humanos llamada Irid, los cuales son individuos dotados de una apariencia similar a la de los humanos y dones asombrosos. Ella es una psyk, una clase que posee la caracte...