❉ Capítulo 07 ❉

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Alexander salió de la oficina de Helena con paso tranquilo, ya que todavía tenía unos buenos quince minutos antes de que comenzara la clase, por lo que tenía tiempo de llegar antes.

No obstante, grande fue su sorpresa cuando notó a una de sus estudiantes, a la que observó como un jodido acosador sólo hace algunos minutos, hablando con el secretario del lugar. El hombre mayor sonreía en grande cada vez que la chica lo hacía y Alexander no lo podía culpar, porque la mocosa tenía una sonrisa preciosa.

Se quedó en la esquina del pasillo que llevaba a la oficina de Helena simplemente observando de nuevo. Apoyó el cuerpo contra la pared mientras miraba la forma en que los ojos de ella se abrían enormes cuando intentaba comprender algo y la manera en que las argollas de plata decorando sus orejas brillaban con la luz cada vez que se movía.

Hubo un tipo de intercambio de papeles entre ellos y con un par de sonrisas más, ella dio la vuelta para salir empujando con dificultad la puerta de vidrio dejando así atrás las oficinas administrativas -y un hombre del personal encantado.

Sólo en ese momento, Alex se dio cuenta que una vez más se había quedado reparando en el rostro de la chica, sus rasgos suaves y fascinantes, y sus ojos.

Esos ojos.

Cada vez que los veía quedaba en un tipo de hechizo encantador que entraba por su vista, se repartía por todos sus sentidos, su cuerpo y sus efectos quedaban en su corazón, que latía desbocado en su pecho, y en su cabeza, que quedaba doliendo hasta la mierda.

Esto último no era exactamente bueno.

Ya la había reconocido como la chica que había estudiado en el parque el primer día de clases, luego de que esta se quedará observando la mañana y sus alrededores por casi una hora con una sonrisa satisfecha y contenta en toda su cara.

Esa vez, el sentimiento que todavía tenía al verla había sido más intenso y no había podido apartar la mirada en ningún momento.

El viento había jugado con su oscuro cabello, los pétalos le habían dado un cierto aire etéreo y su sonrisa parecía pertenecer al cuadro del más habilidoso pintor. Y cuando esa misma chica había entrado a su clase con un abrigo más grande de lo que debía y con esos ojos de bambi, enormes y cautivadores, no lo había podido creer.

Tampoco el dolor que atravesaba su cerebro, como partiéndolo en dos, cada vez que se encontraba con ella.

No lo creía un hecho subsiguiente, ya que no pensaba que estuviera realmente relacionado, no tenía sentido, pero no quitaba esa raspa en el fondo de su mente que decía que ahí había algo. Existía un tipo de liga en su interior que se tensaba cada vez que intentaba irse hacia ese lado, por lo que prefería no pensar demasiado en ello.

Admitía que durante clases -o a veces fuera de ellas- se encontraba pensando con detenimiento en ella y la forma en que sus labios se puchereaban constantemente en esas lindas y pequeñas proporciones...

No obstante, no era tan seguido y realmente trataba de enviar esos pensamientos afuera; al menos cuando no estaba en presencia de ella. No le gustaban. Además, no era como si fuera a explorar a dónde lo llevaba todo esto porque normalmente él no era así -nunca lo era-, y siendo ella una de sus estudiantes era un no-no.

Parecía una cría recién graduada, -prácticamente lo era-, y no tenía tiempo para alguna de esas estupideces que había escuchado que habían pasado antes.

¿Un romance entre un profesor y una estudiante? ¡Imposible para él!

No era que lo había pensado, claro...

Ni siquiera le agradaba la idea de hacerse amigo de alguno de sus alumnos. Había visto antes como las personas empezaban a creer que tenían derechos al iniciar relaciones de amistad o más, empezaban a contradecir, comentar u opinar sobre cosas que realmente no les concernía.

Mirada amatistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora