8.

3.2K 47 2
                                    

Raoul

Ya había pasado una semana desde que habíamos llegado al pueblo. Carlos y yo no habíamos vuelto a mencionar el tema de lo que había pasado en la playa, aunque no podíamos evitar lanzarnos miradas de vez en cuando. Aún así me sorprendió como la noche anterior, mientras estábamos cenando todos juntos, aprovecho que me tenía delante para colocar uno de sus pies descalzos sobre mi entrepierna y empezó a masturbarme hasta que me acabé corriendo mientras charlaba con Ricky, ensuciando mi pantalón negro, que disimulada muy bien mi mancha de lefa. Esa noche me fui a dormir sin haberme limpiado, siquiera, sintiendo esa humedad en mis pantalones hasta que se secaron.
La mañana siguiente me cambié antes de que ninguno de los chicos se despertara. Me puse unos calzoncillos de Ricky que me iban un poco anchos, ya que por culpa de Carlos me había dejado en casa la ropa interior y los bañadores.
Me pasé toda la mañana limpiando la casa en boxers, atrayendo las miradas curiosas de los chicos, aunque yo pensé que eran imaginaciones mías.
Por la tarde todos menos Carlos y yo se fueron a la playa. Yo estaba tumbado en el sofá con un ventilador encendido y con las ventanas abiertas y aún así no podía dejar de sudar ni concentrarme en el libro que está leyendo. Carlos no tardó en salir de la habitación después de echarse una siesta de un par de horas. Recorrió todo el salón hasta llegar a la cocina. Yo lo ignoré y seguí con mi libro hasta que oí como abría la nevera y me llamaba.
—Raoul, ¿quieres cerezas? Las trajo Rania el otro día.— Yo me limité a decirle que sí sin hacerle demasiado caso y cuando me quise dar cuenta el joven se había puesto a mi lado, estaba completamente desnudo y llevaba dos cerezas en la polla, colgadas por el tallo.— Cometelas.— Me ordenó. Yo sin rechistar cerré el libro y empecé a morder una de las cerezas, notando sobre mis labios parte de sus pelotas y de su vello púbico bien recortado. Cuando me acabo las dos, cogió otras del cuenco que llevaba en las manos y se las volvió a colgar del mismo sitio. Estuvimos jugando así un rato, mientras su polla no paraba de crecer, hasta que él cogió una cereza suelta y se la llevó a la boca, entonces yo me incorporé y le dí un beso en los labios mientras él aún se estaba comiendo la cereza.
Poco a poco me fué bajando el bóxer, deslizandolo por mis muslos y finalmente quitándomelo. Mi erección salió disparada inmediatamente, empezando a chorrear algo de preseminal. Carlos me guió para que me pusiera de espaldas, de rodillas sobre el sofá, y me empezó a lamer el agujero. Yo me dejé y empecé a masajearme y pellizcarme los pezones, sintiendo la lengua de mi amigo entrando en mi ano y empezando a gemir. Estábamos tan concentrados en nuestra tarea que no escuchamos la puerta abrirse. Entonces me giré un momento y vi a Ricky, de pie y mojado de la playa, con la cara roja y un ligero bulto en el bañador.
—Yo... Lo siento, no os quería interrumpir, seguid, yo me voy a duchar.— Dijo para después dirigirse al baño y cerrar la puerta tras él. Carlos me miró y ambos pensamos lo mismo a la vez.

Ricky

Después de lo que acababan de ver mis ojos, me encerré corriendo en el baño y me di cuenta de que mi rabo no paraba de crecer bajo el bañador mojado. Me lo quité lo más rápido que pude y me observé en el espejo durante unos segundos. Tenía las pelotas más grandes que nunca, hacia mucho tiempo que no descargaba.
Me metí en la ducha y me empecé a enjabonar sin poder parar de pensar en lo que acababa de ver. Por una parte estaba muy excitado, pero por otra me sentía impotente. No hacía mucho que Raoul me había rechazado, yo pensaba que era porque los dos éramos chicos y no él no estaba preparado para eso, pero después de ver lo que le estaba haciendo Carlos, no pude evitar empezar a derramar lagrimas que se entremezcaban con las gotas de agua de la ducha.
Nunca pensé que me encontraría en una situación tan extraña, me estaba empezando a masturbar mientras no paraba de llorar. Entonces de repente oí la puerta abrirse al otro lado de la mampara empañada. El primero que vi entrar en la ducha fue Carlos, con esa sonrisa tan blanca y el rabo completamente duro. No podía evitar sentirme furioso y por alguna razón me quedé completamente paralizado. El joven se puso detrás de mí, dejando paso a Raoul, que llevaba el miembro exactamente igual que nosotros dos. El rubio se acercó a mi y me empezó a masturbar mientras me daba besos en la mejilla, a la vez que Carlos se agachaba y me empezaba a lamer el ano, provocandome un escalofrío.
Abrí la boca y entre gemidos, logré pronunciar unas palabras.

Ra-Raoul, esto ya ha pasado antes y te arrepentirte. No quiero que te...— Y entonces él me puso un dedo sobre los labios, haciéndome callar, y se agachó para empezar a lamerme el tronco del pene. Yo me limité a cerrar los ojos y a disfrutar de ambas lenguas sobre mi cuerpo.
Estuvimos así durante unos minutos, cuando Carlos se volvió a levantar, rozandome las nalgas con la punta de su miembro. Yo no pude evitar asustarme un poco, pero cuando me puso una mano en el hombro dejé de hacer presión y esperé a que hiciera lo que quisiera. Poco a poco fue introduciendo el pene en mi entrada, escupiendo de vez en cuando para lubricar mejor. Yo me había metido alguna vez algún platano o algún objeto largo dentro de culo, pero nunca una polla de verdad. Ambos gemiamos como animales y Raoul no tardó en levantarse y darse la vuelta, esperando a que le penetrase. Carlos me cogió el rabo con la mano y lo llevó al culo del rubio, introduciendo poco a poco y sin dejar de embestirme el mio propio. Al final los tres acabamos haciendo una cadena y moviéndonos a un mismo ritmo. Yo me sentía como si estuviera en el cielo, sintiendo la polla de uno dentro de mi y el culo del otro rebotando sobre mi pelvis. De repente y sin tener tiempo para avisar, empecé a gemir más alto de lo normal y a correrme dentro del culo de mi amigo. Ellos, al verme, hicieron lo mismo, Carlos dentro de mi y Raoul lanzando chorros por todas partes, sin tocar-se si quiera.
Nos separamos y empezamos a coger aire, mirándonos unos a otros sin parar de sonreír. Aquella tarde acordamos que íbamos a repetir aquello en la habitación todas las noches, solo los tres. Y aquella misma noche no fué la excepción.

VeranOT hotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora