Miki
Miré el reloj de la pared. Las doce y media del mediodía. Yo no sabía cómo había acabado tumbado en la cama, desnudo, y con el culo rojo de los azotes que Joan no me paraba de dar con su cinturón. Intenté hacer memoria. Aquella mañana me había despertado en un sitio distinto a donde me había acostado. Cuando desperté, me di cuenta de que estaba atado a la cama y que me encontraba en lo que parecía una habitación de hotel. Las persianas estaban bajadas, dejando entrar algunos rayos de luz por las rendijas.
Intenté liberarme de las ataduras inútilmente, y cuando empecé a estar más consciente me di cuenta de que solo llevaba unos boxers blancos que ocultaban una gran erección que no podía bajar. Me fijé en mi paquete y me sorprendió ver mi miembro más grande que nunca, y soltando algo de precum.
Estaba a punto de gritar cuando se abrió la puerta del baño y apareció Joan con el pelo mojado y una toalla alrededor de la cintura.
—Veo que mi zorrita ya se ha despertado. En la casa no hay casi intimidad, así que antes de que amaneciera te he drogado y te he traído hasta aquí.— Me dijo.— Anda, veo que ya estás sufriendo los efectos secundarios de la droga. Mira como se te ha puesto el rabo.— Entonces se acercó a mi y me puso un pié en el paquete, empezando a masturbarme mientras hacía presión, haciéndome un poco de daño. Yo me quedé sin palabras, solo empecé a gemir mientras le dejaba hacerme lo que quisiera.
—Joan... Por favor, para... Me haces daño...— Decir eso solo provocó que me presionara más y que me empezara a escupir en la cara. Todas aquellas cosas me hacían sentir inferior, me convertían en su esclavo, pero eso me gustaba. Estaba empezando a disfrutarlo cuando de repente apartó el pie de mi paquete. El solo roce del calzoncillo después de todo aquello hizo que me corriera sin haberme tocado. Gemí lo más fuerte que pude y puse los ojos en blanco.Pensaba que todo aquello había acabado hasta que ví a mi amigo delante de mi, con cara de lujuria y ahora sin la toalla, que había caído al suelo. Tenía una ereccion enorme que apuntaba hacia mi y que no paraba de babear precum. Pensé que me la hiba a meter por alguno de mis orificios cuando se apartó y empezó a rebuscar en una bolsa. De ella empezó a sacar juguetes sexual es de todo tipo.
Lo primero que me hizo fue meterme una pequeña barra de hierro por el hoyito del glande. Nunca había experimentado algo así, pero el solo hecho de notar aquel hierro dentro de mi miembro hizo que me volviera a excitar al poco tiempo. Joan se las ingenió para dejarmelo metido dentro y se volvió a levantar para coger otro artilugio.
—Me encanta escucharte gemir, puta, pero en este hotel hay más gente y no queremos que nos descubran, sería horrible que alguien te viera en este estado. Lo digo para que sepas que esto lo hago por tu bien.— Y entonces me puso una especie de collar con una bola alrededor de la cabeza, dejando la bola metida en mi boca e impidiéndome emitir ningún ruido.
Joan estuvo jugando conmigo durante un rato, rozandome los pezones con vibradores, estirándome de las pelotas, incluso pegándome con celo un pequeño vibrador al glande, haciéndome correrme varias veces, pero lo que más me asustó fué cuando sacó de la bolsa una vela blanca que emitía un dulce olor a vainilla. Alguna vez había visto algún video mientras me masturbaba en el que una mujer derramaba cera caliente sobre el cuerpo de un hombre. Me excitaba ver esa imagen, pero me aterraba la sola idea de que me lo hicieran a mí.
Joan cogió un mechero y encendió la vela sin poder ocultar una sonrisa un poco maléfica. Entonces acercó la vela a mi pecho con algo de vello y derramó las primeras gotas de cera en éste. Yo mordí lo máximo que pude aquella boca, intentando no gemir, ya que Joan había dejado la puerta de la habitación entreabierta, tomando el riesgo de que alguien entrara si escuchaba algún sonido extraño. Las gotas iban cayendo sobre mi pecho a la vez que algunas empezaban a bajar hacia mi abdomen, haciendo un pequeño charco en mi ombligo que rápidamente se solidificó. Sentía aquella cera ardiendo sobre mí cuerpo y a la vez provocandome una gran excitació, ya no sólo por el dolor físico, sino porque sabía que Joan estaba disfrutando muchísimo de aquello. Cuando todo mi cuerpo, incluido mi pene (duro como una roca) y mis pelotas, estuvo completamente lleno de cera, el joven me liberó, confiando en que no me iba a intentar escapar. Y así fue, me encontraba tan entregado que lo único que me importaba en aquel momento era complacer a la persona a la que pertenecía.
Joan me agarró de las caderas y me dió la vuelta bruscamente, dejándome con el culo expuesto. Estaba a punto de girar la cabeza para ver que iba. A hacer cuando noté el primer latigazo en una de mis nalgas. Mi amigo había cogido su cinturón y me estaba empezando a azotar el culo. Sentía la hebilla chocar con mi trasero una y otra vez, haciéndome heridas, pero no me importaba, lo estaba disfrutando como nunca. Sentía que mi rabo iba a explotar de placer y al tener la bola metida en la boca no paraba de babear. A los azotes los sustituyó el gran miembro que hacía tanto rato que estaba esperando. Sentía como lo restregaba por todo mi culo, preparándose para metermelo sin haberme siquiera dilatado. Me la metió de una sola estocada y empezó con un violento y rápido mete-saca que no duró más de cinco minutos. Él explotó dentro de mi, llenando mi interior de lefa caliente, y yo hice lo mismo sobre el colchón, llenándolo por sexta vez, por lo menos.
En aquel momento me quedé quieto sin saber lo que vendría después. No sabía si le había gustado, o si quería más, pero dejé de pensar en todo aquello cuando se tumbó a mi lado y me abrazó por la espalda, dejándome sentir su cuerpo cálido junto al mío. No sentía que aquel gesto fuera nada sexual, simplemente mi viejo amigo Joan se había tumbado a mi lado y me había dado un abrazo, y entonces agradecí que, por mucho que me gustara aquel tipo de sexo, a pesar de todo seguíamos queriéndonos igual. Cuando noté que se había dormido me levanté y me fui a dar una ducha para después volver y ponerme en la misma postura. Me hubiera gustado que aquel momento hubiera sido eterno.?
Recuerdo cuando de pequeño me quedaba a dormir en casa de mi abuelo. Me encantaba pasar tiempo con el. Por las mañanas, después de desayunar, salíamos a dar una vuelta por el puerto, entonces nos parábamos un rato a contemplar el mar y charlabamos de nuestras cosas. Él siempre me contaba historias, no necesariamente ciertas, o sobre él, simplemente historias. Aunque mi favorita era la de como conoció a mi abuela, que ya no se encontraba con nosotros. Me encantaba que me explicara como se vieron por primera vez en una panadería y como coincidieron ahí todas las mañanas hasta que pasado un mes, se hablaron por primera vez. Habían pasado juntos toda su vida y yo soñaba con que a mí me pasara lo mismo alguna vez. Pero aquella imagen idealizada se fué rompiendo conforme pasaban los años. Mi abuelo ya no estaba y yo me iba dando cuenta de que miraba a los hombres de la forma en la que se suponía que tenía que mirar a las mujeres. Tuve mi primer novio con quince años, estaba muy enamorado, ahora me doy cuenta de que mi problema es que realmente estaba enamorado del amor, y no lo pude pasar peor cuando aquel chico me dejó sin razón alguna. Me había acabado haciendo a la idea de que mi vida no sería como la de mi abuela, que no pasaría toda la vida con la misma persona, que era más probable que acabara conociendo a alguien en Grindr que en una panadería, y en vez de tardar un mes en hablarme me iba a mandar una fotopolla a los cinco minutos, y yo por falta de autoestima o por un momento de debilidad haría lo mismo. Y allí me encontraba. En el aeropuerto, con los ojos hinchados y junto a una maleta con todo lo que me había dado tiempo a coger de mi casa después de haber roto con mi actual novio. No teníamos una relación sana y había llegado el momento en el que ambos habíamos explotado. Me había marchado sin tener muy claro a dónde volver, no queria ir a casa de mis padres para no preocuparlos y había perdido el contacto con prácticamente todos mis amigos de la zona, así que después de hacer unas cuantas llamadas decidí ir al único sitio en el que sabía que me sentiría como en casa. Justo cuando me estaba subiendo en el avión me volví a acordar de mi abuelo y de sus historias, lo recordaba como un hombre fuerte, implacable, sin duda el tipo de persona que yo aspiraba a ser. Siempre me decía lo micho que yo me parecía a él y como había insistido tanto en que a mi me pusieran el mismo nombre que a él.
Y yo no podría sentirme más orgulloso de llamarme Agoney.
ESTÁS LEYENDO
VeranOT hot
FanfictionMiki, Joan, Carlos, Ricky, Cepeda y Raoul, todos aparentemente heteros, deciden alquilar una casa en la playa para pasar el último mes de verano todos juntos. Pero lo que ellos no saben es que en un mes y con el calor de agosto pueden pasar muchas c...