Día 5: Repostería // Cicatrices

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Noriaki de nuevo se despertó y de nuevo volvió a necesitar tomar sus analgésicos. Todavía no se terminaba de recuperar de la operación que tuvieron que hacerle en el abdomen para que sobreviviera después de tal ataque de DIO. Fueron días difíciles de estar consciente e inconsciente de forma bastante alternada, y aún estando consciente, no terminaba de despertar, aunque podía recordar unas cosas de forma muy borrosa al punto de no estar del todo seguro qué de lo que vio y escuchó en esos momentos era real y qué no lo era y cuando al fin despertó, todavía sentía todo su cuerpo pesado. Al menos ya estaba en casa, sólo era cuestión de terminarse de recuperar y de adaptarse a... lo que sea que tuvieron que hacer en su cuerpo para que sobreviviera. Le habían explicado qué fue, pero, la verdad, fueron demasiados procesos que la cabeza de Noriaki, aún bajo el efecto de la anestesia, no pudo procesar del todo. Quizás hubiera sido mejor anotarlo.

Había una cosa de la que estaba seguro: Esos procesos dolían como nadie tenía idea. Noriaki estaba constantemente drogándose en analgésicos para sobrellevar el dolor. No recordaba necesitar tantos cuando la Fundación Speedwagon lo ayudó a recuperar su vista después del ataque de N'Doul y su Stand, pero esa operación era mucho menor a la que tuvo que pasar para seguir vivo milagrosamente después del ataque de The World. La mitad de su tiempo se la pasaba dormido, la otra mitad era comiendo o intentando mantenerse al día con las tareas de la escuela que le traía Jotaro, pero a veces entre tanto analgésico y otros medicamentos para evitar infecciones, se quedaba dormido incluso con Jotaro en su casa de visita.

—¡Kakyoin! —Como si lo hubiera invocado, la voz de Jotaro se escuchó justo afuera de su casa.
Noriaki se fijó en la hora y vio que esta vez Jotaro vino a su casa un poco más temprano de lo usual. ¿Se saltó una clase? Con algo de dificultad, se levantó de su cama y, apoyándose en las paredes, caminó despacio hasta la puerta.
—Te sigues tardando mucho —dijo Jotaro con un suspiro cuando al fin Noriaki abrió la puerta.
—Pero ya me tardé menos que la vez pasada que tuve que abrirte —rio Noriaki.
Jotaro bajó su gorra un poco más hasta cubrir su rostro mientras suspiraba.
—Como sea, toma —dijo mientras le ponía una bolsa de tela en sus manos.
Noriaki sonrió ligeramente al saber qué eran.
—¿Te aseguraste de ponerles más azúcar y de medir su tiempo en el horno esta vez?
—Te las comiste aún estando desabridas la vez pasada.
Noriaki rio.
—No estaban tan mal como las primeras que hiciste.
—Dame un respiro.

Poco después de que regresaron a Japón, Jotaro empezó a hacerle de vez en cuando pasteles o galletas a Noriaki. Al principio, ambas cosas le salían terribles en todo el sentido de la palabra. Le salían quemadas las galletas, la textura de los pasteles le salía extraña y en muchos casos o no tenían sabor o tenían extremadamente fuerte otro. Noriaki abrió la bolsa y notó que varias tenían formas de estrellas y un espolvoreado de un color verde.
—¿Te ayudó la señorita Holly?
—¿No necesitabas los apuntes de hoy?
Noriaki rio. Jotaro nunca decoraba ni los pasteles ni las galletas que él hacía solo, pero cuando Holly lo ayudaba siempre tenían un detalle extra que los hacía adorables independientemente del sabor, aunque, cuando Holly ayudaba a Jotaro, las texturas y sabores de las galletas o pasteles que él traía eran considerablemente mejores. Tampoco es que Noriaki mismo fuera un experto en hacer repostería, pero al menos siguiendo las instrucciones al pie de la letra le ha horneado cosas bastante decentes a sus padres en alguna festividad. Aún así, Noriaki apreciaba mucho el esfuerzo de Jotaro. Ese muchacho sabía poner buenos golpes a la hora de pelear, pero cuando ponía sus manos a hacer cosas más delicadas era un desastre; de seguro forzar sus manos a algo tan fino como la repostería era un esfuerzo demasiado grande para él, y más si no usaba su Star Platinum, el cual era capaz de ser extremadamente preciso.

Pasaron otra parte de la tarde pasándose apuntes y haciendo tareas, aparte de comer las galletas que había traído Jotaro, las cuales, en efecto, estaban mejores que la vez pasada.
—Ya vas mejorando haciendo galletas, JoJo —Lo felicitó Noriaki mientras agarraba otra—. Me preguntó cómo te saldrán los pasteles ahora.
—Deberás esperar al sábado para que te traiga uno.
—¿También te ayudará la señorita Holly?
—Mejor ponte a estudiar, tú ni siquiera estás yendo a la escuela.
—Y sabes perfectamente porqué —dijo apuntando a su abdomen, en el cual tenía una gran cicatriz que lo decoraba.
Jotaro suavizó la mirada en sus ojos mientras volvía a bajar su gorro y hacía como si su lectura fuera la cosa más interesante del mundo. Al principio, Noriaki no entendía porqué hacía eso cada vez que mencionaba su herida, pero lentamente, entre las miradas que le robaba antes de que decidiera bajar la vista, empezó a armar el rompecabezas.
—No tienes porqué hacer eso cada vez que te lo recuerdo, no es como si apenas nos conociéramos, y tú sabes exactamente a qué me refiero.

Jotaro sólo alzó ligeramente la vista de su gorro. Sí, sí entendía muy bien a qué se refería. Esos 50 días hicieron más que sólo formar un vínculo amistoso entre ambos jóvenes, esos 50 días en los que no sabían si al día siguiente seguirían vivos o no les permitieron conocerse más a profundidad, les permitieron entender al otro de formas sutiles, como marineros entendiendo las estrellas para guiarse por el mar. Habían empezado con conversaciones triviales, luego llegaron a conversaciones más personales, las cuales llevaban a cabo en japonés para que ninguno de los demás los entendiera con exactitud, y de ahí a miradas furtivas en las cuales comunicaban sus deseos de tener una intimidad que llegaba más lejos de sólo conocerse como personas tan bien como conocían las palmas de sus manos, de ahí fueron los besos pequeños, luego los más apasionados y largos, y luego llegaron a la máxima intimidad física que dos amantes pudieran tener. Se conocían, no sólo en mente y alma, sino también en cuerpo. No había nada en uno que el otro no conociera o haya visto. Por el obvio motivo de que ambos eran hombres, preferían mantener su relación discreta, pero cualquiera lo suficientemente atento a la forma en que se miraban el uno al otro podría fácilmente adivinar que estos dos eran más que sólo los mejores amigos que ellos juraban ser.

Noriaki se desabrochó la camisa de su pijama, Jotaro levantó más la vista y sus ojos se quedaron fijos en la cicatriz que cubría todo su abdomen.
—La puedes tocar si gustas —Noriaki le dijo, dejándole claro su consentimiento a lo que él veía en sus ojos azules quería hacer.
Jotaro lentamente se acercó y extendió una mano temblorosa a la cicatriz, soltando un ligero aliento más tembloroso que su mano cuando sus dedos hicieron contacto con ella. Los alejó por un momento antes de volverlos a extender y permitir su mano tocar esa área en su totalidad. Ahí Noriaki confirmó algo, especialmente al ver lo brilloso de sus ojos azules. Jotaro podría no tener cicatrices físicas de esa batalla contra DIO, pero sí tenía unas marcadas en su memoria, en su corazón. Mientras Jotaro se acercaba más, sintiendo esa cicatriz y dejando sus manos explorar todo el torso de Noriaki, acabando en estas sujetando su rostro, Noriaki podía ver en esos ojos que le recordaban al océano que el miedo que sintió de perderlo, que la ira y la desesperación que sintió cuando DIO le dijo que Noriaki había muerto, seguían demasiado presentes en él.

—Sigo aquí, JoJo, y no me pienso ir —dijo mientras ponía sus propias manos sobre las de Jotaro.
—Nori... —Jotaro dijo pesadamente mientras se inclinaba para darle un beso en sus labios.
De ahí bajó a su clavícula y bajó más por su pecho hasta besar ligeramente la cicatriz, haciendo que toda la piel que cubría el cuerpo de Noriaki se erizara. De su cicatriz, volvió a subir por su pecho y volver a acabar en sus labios. Noriaki le devolvió el beso mientras sentía algo líquido caer sobre su rostro, algo líquido cuyo origen pudo confirmar cuando sujetó el rostro de Jotaro con sus manos. Lágrimas.
—Nori... —Volvió a decir Jotaro, entre besos, su voz empezándose a quebrar—. Tenía... tenía mucho... mucho miedo.
—Lo sé, JoJo, lo sé —dijo Noriaki suavemente mientras le enjugaba las lágrimas a la vez que le daba otro beso—. Pero estoy aquí.

Jotaro soltó un sollozo antes de volverlo a besar en un intento de contenerse, el cual falló de todos modos y acabó abrazando fuertemente a Noriaki mientras apoyaba su rostro sobre el hombro del pelirrojo. La gorra lo cubría y hacía de todo para evitar que se escucharan mucho sus sollozos, pero su cuerpo no dejaba de temblar y Noriaki sentía húmedo donde sus lágrimas caían. Lo abrazó también, haciendo círculos en la espalda del de cabellos oscuros mientras le daba besos ligeros en la clavícula. Le movió un poco su gabardina para exponer la piel donde justamente tenía su marca de nacimiento en forma de estrella, la misma forma de estrella que tenían las galletas que trajo, y le dio un beso suave ahí.
—Estoy aquí y no me iré, JoJo, te lo prometo —dijo en un susurro mientras se separaba ligeramente de Jotaro, sujetando el rostro de éste en sus manos.
El usualmente estoico rostro del gran Jotaro Kujo estaba deformado en una expresión demasiado desesperada, demasiado triste, sus ojos brillosos y ligeramente rojos escurriendo aún lágrimas, sus labios aún temblando igual que su cuerpo, era una vista que ese muchacho no le permitiría a nadie ver... nadie excepto Noriaki Kakyoin, su amante y amigo más íntimo.
—Gracias... Nori —dijo con su voz grave quebrada antes de que se dieran otro beso, otro de esos besos largos y apasionados que se daban, sólo que este más que pasión tenía una mezcla de desesperación y alivio.
Desesperación que ahí seguía después de haberse separado por un momento de esa forma cruel, alivio porque ahí seguían, juntos, vivos ambos, aún amándose como siempre lo habían hecho desde que se hicieron íntimos en aquel viaje.

JotaKak Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora