Capítulo tres

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Jeremy estaba llorando de nuevo.

  El sonido del llanto del chico le ponía los pelos de punta a la chica. Había tratado de dormir más de una vez, pero el chico estaba llorando en sueños. Se le hacía raro que nadie le hubiese escuchado, pero quizás se encontraban demasiado ocupados o seguían en el salón, como hacían algunas noches.

  La noche anterior había llorado también, pero Lissa no había tardado en acudir a calmarlo y había vuelto a dormirse después de unos momentos.

  Sabía que Eithan había salido de casa algún rato atrás y que su primo estaba encerrado en su laboratorio, así que no le quedaba de otra que tranquilizar al niño por sí misma.

  Se había retirado a dormir temprano aquella noche ya que, a pesar de toda la cara de chica dura que ponía, su cuerpo seguía adolorido y cansado después del ataque de aquella Sombra en la casa de los cuadros. Aquel día se había encontrado a sí misma quedándose dormida sobre la novela que estaba leyendo bajo la tenue luz de las velas que Lynwood había encendido para Elle, quién las miraba fascinada con sus ojos bicolor, así que se había retirado a su habitación para intentar dormir.

  Eso había sido antes de que el niño empezase a sollozar, lo que empezó a traerle a la memoria cosas que no quería recordar. Suspirando pesadamente se puso de pie y fue hasta la pieza del chico.

“¿Jeremy?” preguntó en voz queda al entreabrir la puerta de la habitación del niño.

  Adelaine solía mantenerse alejada de él; no porque le desagradara (dudaba que nadie pudiera sentir algo menos que adoración hacia ese chico), sino porque le recordaba a otro niño que años atrás había conocido demasiado bien.

  Un par de grandes ojos marrones la miraban desde la oscuridad y los sollozos se calmaron casi al instante.

“¿Qué ocurre?” preguntó sentándose a la orilla de la cama.

  Sabía que los niños temían de la oscuridad, porque era cuando los monstruos salían de sus escondites para comérselos vivos, en un sentido más literal del que era sano para sus jóvenes mentes. Sin embargo Jeremy había crecido en un hogar en el que todos manejaban armas y lo defenderían a muerte y eso siempre había parecido mantenerlo calmado.

“Alguien gritó… escuché un grito y… y pensé que venían a por nosotros” tartamudeó el chico entre hipidos.

  Adelaine se obligó sonreír y le dio un golpecito en la nariz.

“Nadie viene a por nosotros, tontillo. Aquí estás a salvo.

  Pero lo cierto es que ella había creído escuchar aquel mismo grito también y le había puesto de nervios durante unos momentos.

  A veces se le olvidaba que incluso aunque se mantuvieran en las casas durante las noches, no había nada que parara a las Sombras de ir a por ellos de todas maneras.

  Ese era el temor que mantenía muchos despiertos por las noches. A veces parecía un juego, una espera a por quién sería el siguiente y más de uno había perdido el juicio con ello. El no saber si el sonido que habían escuchado sobre las ventanas era el viento o algo que estaba dispuesto a matarlos, podía hacer entrar en pánico al menos nervioso. Sin embargo lo peor eran las noches de tormenta, aquellas en las que se hacía difícil e incluso imposible escuchar algo sobre el sonido de la lluvia y los truenos, en esas noches todos se quedaban tensados sobre sus camas con las pistolas a mano, sin poder dormir y apenas respirando, hasta que veían el sol salir por el horizonte y sabían que había acabado por aquel día.

  Tras varios minutos de silencio el chico volvió a hablar y buscó su mano sobre las mantas.

“¿Puedes contarme un cuento? Todos me han contado cuentos en esta casa, todos menos tú.

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