CAPÍTULO 6

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Horacio conducía en silencio mientras Gustabo sólo podía mirar a través de la ventanilla del coche pensativo. Ciertamente, se sentía muy vulnerable, y desde luego que Conway era una de sus grandes debilidades, pero tampoco le parecía bien cómo se le estaba tratando. Parecía que el mayor se estaba aprovechando de sus sentimientos por él para divertirse, y eso Gustabo ya lo había vivido, y no quería que volviera a pasar.

Suspiró, entrecerrando los ojos, y pudo notar cómo las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos, a lo que su mejor amigo se dio cuenta. Habían sido unos días muy intensos para su amigo, y en parte había sido por su culpa y por haberle dado las drogas, por lo que optó por mejor no decir nada.

— ¿Sabes, Horacio? A veces me gustaría simplemente ser un chico normal, que se enamora y la gente no tiene miedo de enamorarse de él. A veces me gustaría simplemente no haber vivido lo que vivimos.— silencio, eso es lo que Horacio pensó que era más oportuno, dejar que se desahogara y tratar de no cagar la situación. Pudo ver cómo algunas lágrimas caían por las mejillas de él, haciendo que se sintiera realmente mal por él.

— Gustabo... vinimos aquí porque se nos dio una segunda oportunidad en la vida. Aquí podemos ser realmente libres.— dijo por fin su amigo mientras le tomaba suavemente de la mano para tranquilizarle.— No deberías quedarte atascado en el pasado, yo tampoco lo hago y te aseguro que así disfrutas más de esta nueva vida.— añadió para que su amigo se quedara en silencio, como pensando qué era lo próximo que iba a decir. Horacio no entendía a qué se debía su actitud, rara vez había visto llorar a su amigo, por lo que supuso que algo había pasado en comisaría que le había puesto así.


— Pues la verdad es que trabajar en un club de strip-tease y de camellos no es la vida que yo me imaginaba aquí. — suspiró de nuevo, con cierta melancolía.— Al final va a resultar que mis padres tenían razón, y que la vida que había elegido nunca me iba a hacer feliz.— añadió esas palabras, para de nuevo sentir cómo estaba a punto de llorar.

— Tus padres nunca tuvieron razón, Gustabo. Y los míos tampoco. Déjate de gilipolleces porque lo sabes mejor que nadie.— dijo Horacio, un tanto superado por la situación. Siendo sinceros, no se le daba demasiado bien animar a las personas, y ver a su amigo mal era algo que no sabía cómo manejar. Por lo que, creyó que era el momento de cambiar de tema, antes de que la conversación fuera a peor. —El policía que te llevó esposado hasta la sala de reuniones... era el de la cafetería, ¿verdad? — preguntó tratando de distraer a su amigo.

— Sí, pero preferiría no hablar de él. Es un capullo.— respondió Gustabo muy rotundamente. Horacio no era tan idiota como podía parecer, sabía que algo había ocurrido entre ellos dos, pero respetó la opinión de su mejor amigo de no querer hablar del tema. — ¿Cómo lo has sabido? — Horacio sonrió un poco al escuchar la pregunta tan inocente de su amigo.

— Digamos que se le notó en la mirada. — más bien en cómo te miraba pensó para sus adentros. Tantos años habiendo estado con hombres le daba pistas sobre cuándo uno sentía algo por otro, se le podría llamar algo así como un gay-dar. Pero no quiso arruinar la magia para su mejor amigo. — Ya hemos llegado a casa, será mejor que te prepares. Hoy por la noche trabajas.

Gustabo bajó del coche, dispuesto a ducharse y a cambiarse de ropa antes de ir a trabajar. Al fin y al cabo, haber estado casi dos días sin ducharse pasaba factura. Por lo menos el tener que trabajar esa noche lo distraería de todo lo que abrumaba su cabeza, y sólo tendría que centrarse por unas horas en servir copas a desconocidos. Además, que al ser un club de strip-tease, no se ganaba mal, ya que la mayoría del público que eran hombres bien situados económicamente.

Cuando salió de la ducha ya vestido y arreglado su reloj marcaba las 7:50 pm, por lo que quedaba poco tiempo para que empezara su turno de trabajo. Se dirigió a la calle y llamó a un taxi para que le acercara al club, que estaba a unos escasos 15 minutos de su piso compartido. Una vez habiendo llegado, bajó del coche y entró en el club, y cogiendo el delantal que solía tener en el perchero comenzó a servir copas a los pocos clientes que comenzaban a llegar.

Una taza de café - INTENDENTEPLAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora