Segunda carta: Hanbury Street

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Sábado, 8 de septiembre de 1888, 5:04 a.m.; Whitechapel:

Aquí estoy otra vez, tras una semana del primer asesinato, bueno, ellos lo van a tratar como el primero, aunque yo ya he segado las vidas de las pobres Emma y Martha. Qué más da, no los considerarán "canónicos", aunque para mi suerte (y la de las mujeres de esta ciudad), yo habré desaparecido. Aquí estoy otra vez, escribiendo sobre mis andanzas en el East End de Londres, e iré relatando cada asesinato que cometa, lector, mejor que no estés comiendo para cuando leas esto, pues voy a intentar no omitir muchos detalles, considérate afortunado de que no estés muerto todavía, o muerta...

Aquella noche era una noche especialmente fría, se notaba que pronto llegaría el otoño, aunque bien es sabido por todos que Londres no es precisamente una ciudad con un clima mediterráneo, aquí siempre hace frío. Y cuando digo siempre, es siempre. El verano parece no llegar nunca, y bueno, por las noches puede que ande buscando algo de calor. Por Dios, espero que mi mujer no acabe leyendo esto.

Miré por la ventana y vi varias aves en vuelo rasante, aquello tenía que significar algo, posiblemente la llegada del otoño, pero yo lo vi como una señal, tenía que volver a actuar. Hacía ya una semana que había matado a Polly, pobre Polly, quizá se acercó demasiado a mi cuchillo...

Lo que más me satisface es haberme llevado un recuerdo suyo que tengo guardado en un frasco de formol. Lo tengo en el trastero bien escondido, dudo que lo encuentren nunca, mejor para ellos, supongo.

Ahora Scotland Yard me estaba investigando, pero para su desgracia, no iba dejando pistas por ahí, no soy tan tonto, qué más quisieran ellos. Pero vamos a lo importante, tenía una cita con una tal Annie aquella noche, ella creía que estaba interesado en uno de los productos que ella andaba vendiendo, y la verdad es que, como tapadera, funcionó de las mil maravillas...

Me puse en camino hacia el 29 de Hanbury Street, donde ella residía. Para no llamar la atención, decidí ir por las vías del tren y seguir uno de los raíles, así estaría más seguro. La policía no solía husmear en las vías del tren, afortunadamente. Seguí caminando durante largo rato, y me aseguré de llevar un buen cuchillo encima. Comprobado esto, proseguí mi camino. Al pasar por el reloj de la iglesia de Whitechapel, ya daban casi las seis menos veinticinco de la mañana, tenía que hacerlo, y rápido.

Finalmente, llegué a donde vivía esa mujer, que no estaba muy lejos de casa, todo hay que decirlo, si tenía que huir, volvería rápidamente a cambiarme de ropa. Finalmente, no fue necesario, tiempo ahorrado, supongo. Me acerqué y llamé a su puerta. Una mujer de unos 47-48 años bajó a recibirme, de pelo oscuro. La edad ya empezaba a hacer estragos en su rostro, y pese a ser tan temprano, me recibió con una sonrisa. Cuando comencé a hablar con ella, una señora (a la que luego conoceréis como la señorita E. Long) pasó por delante y decidí que la calle no era un sitio seguro.

—¿Puedes enseñarme eso que estabas tan interesada en venderme? Y ya de paso puedes decirme lo que pides por él —dije yo, tratando de no despertar sospechas.

—¡Oh claro!, pero qué tonta soy, pasad, lo tengo en el trastero del patio de atrás —y con un gesto de su mano me invitó a seguirla hasta el interior de su casa.

Ya fuera, ella fue a buscar dicho objeto, una joya que, según ella, había heredado de su tatarabuela, la duquesa de no sé qué, y que valía una fortuna. Bueno, al menos podría empeñar la baratija por un par de libras.

Cuando se me acercó, alcé mis manos para coger la joya, pero en vez de eso, mis manos fueron a parar a su cuello, y cuando me di cuenta, ella estaba en el suelo, y yo sobre ella. Para asegurarme de que no se volvía a levantar, cogí el cuchillo y le rebané el cuello. Salió sangre, no demasiada, pues ya estaba muerta cuando le rajé el cuello. Eso sí, había suficiente sangre todavía como para salpicar la valla que tenía al lado.

Quizá me sobrepasé con el corte, pues casi la decapito. Casi. Ya que estaba, me divertí un poco. Muchos consideraréis que soy un maníaco, y seguro que tendréis vuestras razones, pero no podía dejar pasar la oportunidad. Con el mismo cuchillo, le rajé el estómago y le saqué las tripas, las tiré cerca de su hombro izquierdo. Obviamente, volví a llevarme un órgano suyo como recuerdo, como ya hiciera con la anterior, a ver si ahora voy a hacerme coleccionista...

Para no dejar muchas sospechas, me dispuse a "limpiar" un poco, crucé sus brazos sobre su pecho y le retiré el anillo que llevaba en la mano izquierda. Seguro que me darían algo por él. Luego, dispuse de varios objetos que ella llevaba encima de forma inconexa en el suelo, cerca de su pie. Eso seguro que los confundiría. También cogí la supuesta joya que quería venderme, no iba a dejarla allí, y me fui rápido, seguro que no tardarían en avisar a la policía, y no quería estar allí para entonces. Hasta bueno estaría...

Luego volví a casa, me cambié y limpié, y aprovechando que los niños y mi esposa estaban durmiendo, me decidí a escribir esto, como ya había hecho la semana anterior con Polly. Encuentro cierto divertimento en escribir mis, digamos, trabajos por Whitechapel, al fin y al cabo, alguien tendría que dejarlo por escrito, y ya que no me voy a dejar coger, al menos quiero que sepan cómo lo hice. ¿Por qué lo hice? ¿Sinceramente? Pues no lo sé a ciencia cierta. Puede que, por venganza, y algún día os explicaré el por qué. Pero no será hoy, eso os lo aseguro.

Las cartas de JackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora