CAPITULO CUATRO

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Jonás tomó del suelo una linterna que estaba forrada con una especie de material gomoso con pequeños relieves con líneas que le daban la vuelta al cilindro de la agarradera. Se metió la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó unas baterías doble ‘’A’’ que le había sacado a su auto a control remoto, el cual había roto en un intento por lograr que el juguete hiciera una pirueta. Abrió la tapa de la linterna, y colocó las baterías en el interior. Accionó la luz y comenzó a escudriñar el lugar, las paredes tenían rasguños que parecían llevar años allí. A Jonás se le pasó por la mente la imagen de la esposa del asesino, desesperada, enloquecida, arañando las paredes hasta que los dedos le sangraran.
Lo recorrió un escalofrío. Comenzó a revisar unas estanterías viejas, un montón de instrumentos de medicina, bisturís, tijeras, agujas con formas raras, jeringas, etc. A Jonás se le pasó por la mente una imagen macabra de nuevo, esta vez, el asesino torturando a sus prisioneros con el bisturí y como debía de rasgar la piel de las víctimas como si fueran una bolsa de plástico. Jonás se estrujó los ojos, queriendo eliminar las horrorosas imágenes que se le cruzaban por la mente y que amenazaban con destruir su cordura. Comenzó a llorar. << ¿Qué hago aquí? Solo tengo 11 años, debería de estar en mi casa, jugando algún juego estúpido, estando atiborrado de dulces en vez de estar en esta maldita casa>>
- ¡Maldita sea!
Jonás escuchó algo inesperado, era el eco del grito que acababa de proferir. Jonás no se había tomado la molestia de revisar el sótano, la oscuridad podía más que su valentía.
Levantó la luz de la linterna hacia el frente, donde no diera con ningún objeto y se sorprendió al ver que la luz se perdía en la penumbra. Reunió valentía para encaminarse hacia la oscuridad, despreocupándose con el pensamiento de que aun si se quedaba allí, no iba a salir. Luego una esperanza destelló en su mente. Nadie se había tomado la molestia de describir la parte trasera de esa casa, quizás hubiese una escotilla o unas puertas que lo llevaran al patio trasero. Jonás se encaminó hacia la oscuridad, nervioso, pero emocionado a la vez, esperando ver una salida y con suerte, salir después de ver al asesino.
Creyó que las risas que escuchó a sus espaldas solo habían sido una alucinación.

La Casa Al Final De La CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora