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Kwon Ji Yong

Muy bien, ¡tiempo muerto! En serio. Esto se está yendo de las manos. ¡Y nada de quejas! Tal como lo escuchaste de su boca, seguramente me hará parecer un marica. Pues no lo soy, así que ya pueden quitárselo de la cabeza ahora mismo. Además, soy yo el que cuenta la historia, y lo haré a mi manera. Tendrán que lidiar con eso. Y además, todo esto tendría mucho más sentido si pudiera retroceder un poco para explicarles lo que ha desembocado en ese momento.

Quizá también tendrá más sentido para mí por qué me encuentro delante del comercio Seashack: Regalos y curiosidades abrazando al hermano de mi mejor amigo bajo la lluvia. Una cosa así no debería ocurrirme a mí.

Ya tengo demasiadas de que ocuparme.

Aquí me tienen, con la cabeza dándome vueltas, oyendo aquellas palabras reproduciéndose una y otra vez en mi cerebro:

... se que esto te costará de leer
tengo que irme
Xin dize que Mino no puede ir
le dejaré aquí con tigo
por fabor, no intentes buscarme...

MAMÁ

Creía que se trataba de una broma. Es decir, tenía que serlo, ¿no? Nadie hace una cosa así a sus hijos. Releí la carta, sin dejar de pensar que en cualquier momento saldría alguien y diría: «¡Ja, ja, Gd! ¡Ja, ja, te lo has creído!». Leí la carta por segunda, por tercera, por cuarta vez, pero las palabras no cambiaban. Me resultó imposible leerla por quinta vez, y no entendí por qué hasta que vi que la mano que sujetaba el papel me temblaba tanto que la letra era ilegible.

-¿Mamá? -grazné, entrando con vacilación en la salita.

El sofá de segunda mano hecho jirones donde normalmente se sentaba ella a esa hora de la noche estaba vacío. Me volví y recorrí el corto pasillo hasta su habitación.

Abrí la puerta de golpe y encendí la luz. No había nadie. Tampoco había ninguno de las cosas que tenía en su dormitorio. Abrí los cajones de su cómoda, uno tras otro, y los encontré todos vacíos hasta llegar al último. Contenía una foto enmarcada de Mino y yo que TOP había regalado a mi mamá por su cumpleaños. Nos mostraba andando por la playa cuando Mino tenía tres años, yo cogiéndole de la mano y él señalando algo en el suelo. Era la única foto que ella tenía de nosotros, y la había dejado.

Me apoyé en la pared, notando cómo la bilis me subía a la garganta. «Esto no puede estar pasando -pienso-. Esto no está pasando». Quise sumirme en la oscuridad que se cernía sobre las esquinas de mi vista. Habría sido mucho más fácil acurrucarme hecho un ovillo en el rincón que hacer frente a lo que sucedía realmente. Habría sido mucho más fácil...

HĘŘMÄNاDonde viven las historias. Descúbrelo ahora