00. Prólogo

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La atmósfera húmeda, terrosa y silente reinaba en la mayoría de la ciudad. La larga calle por la que transitaba se vislumbraba tenuemente oscura, mas no completamente solitaria.

Solo unos cuantos despistados deambulaban, o bien, aquellas personas cuyo horario de trabajo tardío no les permitía arribar tan temprano a su hogar.

Las acera iluminada a intervalos por parpadeantes farolas cuyas sombras se reflejaban, era cubierta por una poca cantidad de basura: envoltorios de comida chatarra, botellas vacías y sobre todo muchas, muchas hojas desperdigadas por el impetuoso viento invernal.

Repudiaba esa zona. A su demandante punto de vista, era la más sucia de toda la ciudad, ¿por qué tenía que pasar por ahí todos los días?

Entre la diversidad de sombras, las siluetas de animales callejeros se destacaban vagando de un lado a otro, especialmente, por entre los contenedores de metal, notó a una diminuta bola de pelos que se asomaba.

Parecía ocultarse, encaramarse, mas no lograba con éxito su objetivo, por más que se agazapara al lado de aquella caja raída, sucia y manchada. La luz semi directa de un farol lo delataba.

Gruñidos y ladridos rabiosos de perro se oían con eco a los alrededores, cada vez más cerca de ese lugar donde la criatura con avidez se pegaba más hacia sí, concentrado puramente en proporcionarse el calor vital.

Quizá no era consiente del peligro que corría, o quizá en su inocencia lo ignoró.

Pero él sí lo percibió al instante, helándole la sangre.

Fue entonces que él no tuvo la fuerza suficiente para dejarlo ahí, a su suerte, no solo como carne fresca para sus depredadores, sino también ante la inclemencia de un temporal que no pareciera dar tregua esa noche.

Con cuidado, tomó el débil cuerpecito entre sus manos sintiéndolo cálido, pero tal vez no por mucho tiempo. El animalito temblaba con brío, estaba mojado del lomito y sus orejitas se encontraban caídas, era evidente que se moría de frío. Lo junto más hacia su torso compartiendo su propio calor corporal.

Ignorando cualquier clase de pensamiento insidioso que pudiera hacerle cambiar de opinión, se dirigió apresuradamente hacia su apartamento, dejando detrás de sí la peligrosa negrura de ese deplorable y tétrico callejón.

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