Capítulo 4

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Rubí no mentía cuando decretó que era enemiga de su manada.

En la madrugada quise irme, por una extraña razón me sentía amenaza, había recogido todas mis cosas, el estúpido colgante ahora adornaba mi cuello. Algo captó mi atención, el sonido de pasos demasiado cerca de mi perímetro.

Murmullos se escuchaban afuera, mire por la ventana cuidadosamente. Afuera de la cabaña me esperaba un pequeño grupo, sabía que a estas alturas, el decreto de Rubí ya estaría en cada hogar, muchas personas que sentían que era un enemigo antes del decreto, ahora estarían encantados de arrancarme la cabeza.

Debía irme.

Las malditas cabañas no tenían puerta trasera, afuera eran demasiados para mí sola, y en mi condición.

Abrí sigilosamente la ventana, cuando estuvo completamente abierta me aleje de la ventana, hice que mis pasos se escucharán más pesados para que ellos escucharán, me acerque más a la puerta, escuché como se amontonaban cerca de la puerta. Y fue entonces que con rapidez pero con sigilo, camine a grandes pasos hacia la ventana, y salí.

Traté de que mi peso tocando el suelo, no se escuchara demasiado, había dejado un abrigo detrás la puerta para dejarlos engañados con mi olor.

Caminé lo más rápido posible, pero silenciosamente para escapar, sin embargo dos hombres y una mujer ahora se encontraban frente a mí.

—¿A dónde crees que vas, novata?—me dice una mujer con una sonrisa de satisfacción—. No hay escapatoria, todos aquí te queremos colgando en nuestra pared.

Noto que más gente se une a la chica, debía suponer que era el grupo que me esperaba.

—Te vamos a desgarrar con los dientes— habló un hombre a mi costado—. Somos más, y tu estas herida.

Percibo que la mujer de antes se acerca mucho a mi, me toma del hombro aparentando su agarre, tomé su cuello y la lance lejos dejando marca en la tierra. Los ojos de los demás cambiaron de color a un fuerte naranja.

—Creo que olvidé mencionar, que no soy buena en la madrugada— arranque un pedazo de madera de la pared de la cabaña que se encuentra a unos centímetros detrás de mí.

Los demás corrieron hacía mí, entierro la estaca en el primero que llega hasta a mí, uso el cuerpo para derrumbar a los dos que se aproximan.

Las mujeres tenían intenciones de seguir con el propósito de los hombres, pero terminan en el piso más rápido de lo que tenía planeado.

No me quedaba mucho tiempo, tomé mi pequeño bolso que había terminado en el suelo durante la pelea, las llaves de mi moto seguían en mi bolsillo, voy en busca de mi moto.

Mi cuerpo empieza a doler, como si hubiese sido yo la que recibió la paliza.

—No debiste hacer eso, Ruth—Jordan jadea corriendo detrás de mí cuando llegó al pequeño garaje separado de las cabañas—. Están empezando a alertar a los demás.

—El plazo que tú Alfa me dio, no fue más que una fachada —le dije en un tono indiferente, podía apostar que ella ya sabía sobre todo esto.

¿Por qué estaba aquí de todos modos?

—Vinieron a atacarme.

—¿Qué?— dijo atónita—, no, eso es imposible. Rubí dijo que…

—Rubí me decreto como el enemigo.

Jordán se restregó las manos por su rostro.

—Te ayudaré a escapar— dice en un tono demasiado bajo, como si no tuviera otra opción.

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