01 | Joey

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Siento la mañana en mi rostro, una ráfaga de luz me golpea avisándome que es hora de despertar, que es tiempo de enfrentar mis problemas. Es como si me gritara, como si tuviera voz propia y solo quisiera hacer eco en mi cabeza cuando estoy despierta y sobria, justo cuando la vida es más complicada.

Me incorporo lentamente, frotando mis ojos para acostumbrarme a la luz. Con cada movimiento me duele el abdomen y, al sentarme, siento que el vómito se me atora en la garganta, la cabeza me da vueltas y comienzo a ver puntos de colores a mi alrededor. Me levanto de la cama e intento caminar hasta el baño, pero con cada paso siento que camino en pequeñas agujas, como en el cuento original de la sirenita.

Todos mis recuerdos de anoche son borrosos, como si hubiera sido solo un sueño, todas las personas que estuvieron a mi alrededor se ven borrosas, sin facciones, sin rostro, como monstruos que vienen a acechar mi mente, igual que él. Dejo de intentar recordar y me concentro en permanecer con vida.

Cuando llego al baño apenas me da tiempo de llegar al excusado y un poco de vómito queda en el suelo. No me interesa demasiado, continúo vomitando hasta que mi hermano golpea mi puerta.

—El desayuno está listo.

—Un segundo.

Me limpio los labios con la manga del suéter y me lavo la cara antes de salir a desayunar.

—¿Café o té?

—Café —me froto la cara al sentarme.

—Excelente elección —me guiña el ojo con una enorme sonrisa—, porque no hay té.

—Aquí nunca hay té —le devuelvo la sonrisa.

Hace dos años que mi hermano se hace responsable de mí, pero hace mucho más que somos él y yo solos contra el mundo, por lo que no hace mucha diferencia a como es la vida ahorita a como era con nuestros padres.

—¿A qué hora tienes tu primera clase?

—Dentro de una hora.

Noto que se pregunta lo mismo de siempre, si estoy drogándome, si estoy triste o si estoy completa e irremediablemente destrozada. Él sabe que la respuesta a todo eso es si, pero nos gusta fingir que no, nos encanta pretender que seguimos siendo la familia perfecta de la esquina.

—¿Quieres que te lleve?

—Sabes que mi respuesta siempre será no.

No he subido a un coche desde el accidente hace tres años y no hay día que Aidan no intente hacerme superar mis miedos y traumas, aunque sabe que va a fracasar lo sigue intentando, es algo que siempre voy a admirar de él.

—Entonces apresúrate.

Al terminar de desayunar, limpio mi desastre, después tomo una larga ducha y finalmente recojo todas mis cosas para irme a la universidad en cuanto antes. Cuando salgo de casa, Aidan sigue desayunando.

Me gusta cambiar de ruta todos los días porque las rutinas me parecen la cosa más aburrida y asfixiante en el mundo, así que intento cambiar mi ruta cada mañana, mi desayuno, mi cabello, cada día me esfuerzo para que sea diferente al anterior, no quisiera volver a caer en la monotonía, mi vida es suficientemente asfixiante.

Este día decido bajar por las escaleras del edificio sin importar cuantos pisos sean, decido caminar en lugar de tomar mi bicicleta y opto por escuchar el ruido de la ciudad en lugar de ponerme los audífonos. Caminar por la ciudad me relaja, es una ciudad preciosa y casi nunca me trae recuerdos, excepto cuando escucho los ruidos de los coches, de las personas caminando, los recuerdos siempre vienen a mi cuando escucho. Odio escuchar y cuando recuerdo lo mucho que lo odio, me pongo los audífonos.

CatarsisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora