Love and Restlessness

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El pelinegro desconocía completamente sobre la existencia del joven amo de la casona, tenía nula conciencia de que el moreno siempre lo observaba cortar de las bellas plantas azules que embellecían ese jardín, bellos movimientos que a su vista eran comunes le llenaban el pecho de suspiros al joven espía que se deleitaba con estos. Una cortada aquí y una acá, después de llenar su canasta se colocaba la gruesa capa que lo cubría del violento y cruel frio que arrastraba consigo pequeños casi diminutos copos de nieve, sus labios se tornaron de un tono rojizo intenso debido a la sangre coagulada y su piel más pálida debido a la falta de nutrientes que también se hacía notable en sus manos y cuerpo, sus delgados y rosados dedos acariciaban las flores con cariño, se despidió de nuevo regándolas y sacudiendo su mano de forma lenta acompañada de una sonrisa de porcelana.

Las notas del piano brincaban de forma bella y levemente danzante sobre los dedos del joven moreno que se deleitaba al tocar casi a ciegas las piezas amarillentas de marfil descuidado, su apetito ya no existía y su rostro dejaba de verse tan desfigurado y comenzaba a reflejar una sonrisa de enamoramiento, caminando en dirección al ventanal que daba vista al jardín por una terraza el joven observo su reflejo en un oxidado espejo de plata, su sonrisa se desvaneció casi al instante, la fea cicatriz de la quemadura en su rostro lo desalentó por completo, sin duda si se acercaba lo aterrorizaría y jamás volvería, tal vez le daría repulsión su feo rostro, no, no se acercaría a él y eso solo le intrigaba, no sabía su nombre, no sabía de donde era, no sabía si el día siguiente volvería, no sabía su estado de ánimo y el por qué se encontraba en la situación de cortar flores o de el por qué se acercaba a la casona a sabiendas de las leyendas y mitos a su al redor, todo en él era desconocido y seguiría de ese modo si no quería que aquel chico de piel clara y cabello negro no volviese nunca.

Esa noche perdió el sueño, se encontraba en un éxtasis total, tenía muchas preguntas, muchas ilusiones y muchas emociones desconocidas que solo le llenaban el pecho de calor y el estómago de una incomodidad nerviosa, sin darse cuenta o tal vez en su nula experiencia se dedicó a dar suspiros con la sonrisa delicada pero aun con el miedo y la angustia presentes.

A la mañana siguiente se despertó con emoción y de puntillas se dirigió hacia la ventana que daba vista al jardín, el chico pelinegro estaba ahí pero con la diferencia de que en su rostro ya no se hallaba la blanca sonrisa de porcelana y que sus ojos que antes brillaban con luceros se hallaban opacados de un tono más oscuro y un tono rojizo en sus cuencas, había llorado, sin duda había llorado; Aquella expresión solo angustio a muerte al joven que lo miraba atravesó de la ventana, siguió cortando las flores hasta que lleno un poco más de lo común su canasta, al completar su cometido dio una ligera sonrisa que cautivo al moreno, sus labios rojos seguían ahí, se alejó sobre pasos cansados y lentos hacia la entrada descuidada de la casona y se perdió ante la vista de Namjoon.

El sonido del piano retumbo en las paredes una vez más, pero esta vez sonó claramente con un tono de angustia, el chiquillo se hallaba perturbado y muy preocupado, el hambre de nuevo se hacía ausente y la molestia en su estómago y el nerviosismo llenaron ese hueco, de lado a lado Namjoon caminaba, sus pasos rápidos cuando no encontraba respuesta y lentos cuando parecía encontrarla, aun así no, no encontraba respuesta alguna, su inquietud parecía comer sus entrañas, quizás estaba siendo dramático y el pelinegro no había tenido un buen día, si quizás solo era eso. Después de la charla consigo mismo se fue a acostar, la inspiración que le daban las visitas del chico pálido le llenaban el cuerpo entero, no podía dormir y eso era problemático, si no dormía no tendría la suficiente fuerza como para verlo a la mañana siguiente, molesto consigo mismo se levantó de la cama y se dirigió al invernadero de su madre, la luna lo iluminaba perfectamente, respiro aquel olor fresco y agradable que le brindaban aquellas flores, de un lado a otro se dedicó a admirarlas, eran bellas, sumamente hermosas pero había una en especial; Peonias, bellas peonias, su color rojo intenso, rojo sangre como los labios gruesos del chico pelinegro, eran sumamente bellas, su tallo era de un tono verde oscuro, embriagante belleza, sus ojos saltaron de sus cuencas y su corazón salía de su pecho, parecían sus labios, era el cielo y más siendo tocadas por la bella luz de luna. Había buen número de ellas, encomiando se acercó a las pronta de ellas y la aprecio no cobre sus labios, era suave, delicada y de un olor delicioso.

Con la cordura desclavándosele y con un fuerte golpeteo en el pecho desenterró gran mayoría de ellas y las sembró en aquel jardín siendo el centro de atención, sonriendo de oreja a oreja y con las manos sucias entro a la casona, esperando a ver la reacción del chico de tez pálida, se fue corriendo feliz como un niño hacia su habitación y durmió profundamente.

La luz matutina ya no le molestaba, al contrario, solo le avisaba delicadamente que era la hora en la que el chico delgado le alegraba con su visita, con un poco de sueño se levantó lo más rápido que pudo hacia la gran ventana, espero, espero con entusiasmo, había pasado alrededor de una hora y su mirada comenzaba a apagarse, el chico de sonrisa hermosa no daba indicios de su presencia y eso solo le angustio el alma al chico de piel morena. La inquietud se hizo presente en el cuerpecillo del joven que buscaba desesperado la cabellera negra del chico, estaba al punto de querer llorar, era un chico sensible y su llanto estaba a punto de desbordarse de no ser por la presencia apenas visible de una sombra que se hacía más grande al acortar la distancia.

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