Beloved

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Sherlock está en una encrucijada.

Las opciones son dejar a Rosie en casa con la señora Hudson o en St. Barts al cuidado de Molly, pero no quiere separarse de ella. Y tampoco puede llevarla a Sherrinford. No sólo porque no es un parque de recreo apto para una niña.

Tan pronto lo piensa, puede escuchar la voz indignada de John en su cabeza enumerando todas las razones por las que ni siquiera debería considerarlo.

La cuestión es que han pasado meses desde la última visita que le hizo a su hermana y no le parece correcto abandonarla tanto tiempo, no después de lo que sucedió la última vez que Eurus se sintió sola. Además, considera que ella entendería mejor que otras personas los asuntos que le están molestando y su compañía es, de contradictorias maneras, tranquilizadora.

Ella es su hermana, sin importar lo que haya hecho. Puede que otras personas no lo entiendan, pero ellos están más allá del bien y el mal.

Mientras piensa, saca a la niña de su cuna y la balancea un par de veces con suavidad. La pequeña se ríe y agita las piernas como si nadara en el aire. Sherlock no puede estar seguro, pero supone que es por su altura que la pequeña se divierte tanto cada vez que la levanta en sus brazos. Los demás opinan que simplemente es feliz porque adora a su padrino.

— ¿Con quién prefieres quedarte, Rosie? —Le pregunta acomodándola en su brazo mientras toma el teléfono con la otra mano. La respuesta que obtiene es un gorgorito y un balbuceo que, en su opinión experta, no tiene relación con el tema—. De acuerdo, entonces elegiré yo.

Deja de mecerla momentáneamente para poder escribir un mensaje de texto y enviárselo a la forense. Después de ponerse el abrigo, abotona el de la señorita Watson, se acomoda la bufanda, cuelga la pañalera de su brazo libre y sale de casa hablando con la niña. No es muy buena escuchando, se distrae con todo, interrumpe mucho y no se expresa con claridad, pero están haciendo avances. Al menos ahora ya no avienta objetos, más bien los sostiene con fuerza o intenta llevárselos a la boca.

El teléfono timbra en su bolsillo y Rosie grita:

— ¡Fono!

—Gracias, querida, ya lo había notado —Replica Sherlock al tiempo que atiende la llamada. Se le ha complicado ignorarlas desde que Rosie descubrió la conexión entre el botón verde y voces al otro lado del aparato, ahora cada vez que sonaba empezaba a importunarlo para escuchar las voces.

Sherlock le dió un teléfono de juguete para solucionar el problema, pero la niña lo dejó abandonado tan pronto se dió cuenta que ese no tenía voces conocidas.

—Molly.

—Hola, recibí tu mensaje y, aunque de verdad me gustaría ocuparme de ella, estoy en el trabajo... —La forense se interrumpe para saludar a la pequeña rubia que no deja de dar grititos al reconocer su voz.

—No tienes que venir a buscarla, ya te la estoy llevando.

Al otro lado de la línea se escucha algo como una risita ahogada antes de que la mujer entienda que no está bromeando.

—Oh, no.... no puedes traerla a una morgue.

—Descuida, no te va a distraer, en media hora dormirá la siesta. Solo ponla en un sitio donde no se caiga, estoy llevando un almohadón para que esté cómoda. Cabe perfectamente en cajones medianos, ya lo comprobé.

—No es por eso, Sherlock... ¿Cómo que cajones...? No importa, sabes que me encanta su compañía, pero...

—Bien, entonces te veo en un rato —Y corta la comunicación para llamar un taxi.

Her┊ᴶᵒʰᶰˡᵒᶜᵏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora