Esta historia fue la primera después de una gran sequía creativa. La escribí casi del tirón, en el móvil, algo que jamás había hecho. Gracias a @CriCri09, me he animado a subirla aquí para compartirla. Así que, si os gusta, podéis agradecérselo a ella.
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Le costaba dejar de mirarla. Era de esas mujeres a las que, incluso vestida con el uniforme verde descolorido del hospital y los horribles zuecos blancos, todo el mundo se volvía a mirar. Tenía que admitir que, desde su llegada, contemplarse en el espejo y no sentirse fea era algo imposible. Seguía sin poder despegar los ojos de ella cuando entraba en los vestuarios. Miraba de reojo ese cuerpo escultural labrado sin duda a base de echar horas en el gimnasio y suspiraba deseándolo para sí misma. Pero era mucho más fácil y cómodo salir de trabajar, tomar unas cañitas con los colegas y apoltronar el culo en el sofá de casa viendo alguna absurda comedia romántica para deprimirse a gusto. Estar en forma era algo secundario. Salir era algo secundario. El sexo era algo secundario. Desde que Ramón, el guapísimo camillero de la segunda planta, la había dejado por la dependienta del quiosco de prensa, más joven y atractiva que ella, prefería no pensar en nada que no fuese el trabajo. Sus únicos momentos de asueto eran las cervecitas con los otros médicos al final de la jornada. Y así estaba, coincidiendo en turnos con la buenorra de la enfermera, que minaba por todas partes su moral y su autoestima con su cuerpazo y todas las aficiones y ligues que la doctora le presuponía mientras ella parecía haber dejado en suspenso su vida.
Lo mejor de todo, tras varias semanas admirando ese culo de escándalo, esos abdominales de infarto, y la maravillosa melena negro azabache deslizándose por su marcada espalda, fue el momento en que sus miradas se cruzaron. No era la primera vez que apreciaba la figura de alguna de sus compañeras de vestuario y nunca le había importado que la pillasen haciendo un escrutinio completo. Sin embargo, esta vez su reacción la sorprendió con una fuerza bestial. Su rostro comenzó a arder, lo que le indicaba que casi toda su sangre se había empeñado en convertir a sus mejillas en dos enormes esferas rojas y llamativas. Su boca se secó por completo y se le hizo un nudo en la garganta que la obligó a toser con violencia, hecho que aprovechó para apartar la vista de aquella bronceada piel perfecta. No estaba preparada para la revolución que un sólo cruce de miradas había causado en toda su anatomía, y mucho menos para el roce de una mano en el hombro que llamaba su atención. Levantó la cabeza con los ojos anegados en lágrimas y encontró el precioso conjunto de tanga y sujetador de encaje negro enmarcando un vientre forjado a máquina.
—Ten- consiguió subir la vista a la altura del rostro de la enfermera, que le ofrecía un vaso de agua con una sonrisa de medio lado en su precioso rostro-. Un poco de agua ayudará.
No tenía muy claro que el agua fuese a frenar aquella marea de fuego que se había despertado en su interior, pero, aun así, temblando, cogió el vaso y se lo llevó a los labios. Ella no dejó de mirarla en ningún momento y, cuando apuró el último trago, tomó de nuevo el recipiente y se dio la vuelta para tirarlo a la papelera. Quiso levantarse para huir lo más rápido posible, pero cuando la enfermera se giró de nuevo, sus voluptuosos pechos chocaron contra ella y ambas se quedaron inmóviles, a escasos veinte centímetros de distancia. Volvió a sentir cómo la sangre fluía hacia sus mejillas, así que carraspeó y se disculpó balbuceando algo para salir lo más rápido que pudo del vestuario. Fuera, se apoyó contra la pared y empezó a recobrar sus sentidos poco a poco. ¿Qué demonios le había ocurrido? Y entonces se dio cuenta de que, al salir tan escopeteada, se había dejado la bata y el fonendo en el banco. Y las llaves. Puestas en la taquilla. Con la taquilla abierta. Se pegó un palmetazo en la frente y armándose de valor volvió a entrar. Por suerte, la enfermera ya tenía puesto su anodino uniforme verde desteñido, pero su mirada al escuchar la puerta y la sonrisa que le dedicó, volvieron a desarmarla de nuevo. Con paso vacilante, se acercó al banco donde descansaban sus pertenencias.
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Vestuario
RomanceLa doctora pasa una mala racha. Conocer a la enfermera buenorra, le podría ayudar. O quizás le complique más la existencia. *** Marta no es la típica doctora mazizorra. Es bajita, está fondona, ya está llegando a una edad complicada... Empieza a ac...