PARTE III

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Cuando se despertó, la cabeza parecía un coro de percusiones creando una salvaje sinfonía de destrucción. Pasó la lengua por sus áridos labios, que parecían de cartón. Abrió los ojos con pesadez y se sintió desorientada. Miró alrededor buscando la familiaridad de su cuarto y sus ojos se centraron en el cuadro de la pared, el Guernica de Picasso. Siempre la había calmado observar las caóticas líneas de cada una de las figuras. Le fascinaba sobre todo el caballo. Intentó incorporarse y su mano tocó a su lado un cuerpo caliente. De pronto todos los recuerdos de la noche anterior explotaron en su mente como una caja de fuegos artificiales, todos sin orden ni concierto, todos con ella... La observó como quien contempla una obra de arte que acaba de tirar al suelo. ¿Había pasado algo?

Recordaba la charla mientras ella se bajaba de dos o tres tragos una copa tras otra. Hablaron de miles de cosas y, cuanto más borracha estaba, más sincera se iba volviendo. Hasta le había confesado que no tenía nadie con quien hablar cuando las cosas iban mal. No tenía amigos, había desconectado de la familia... ¿Por qué había tenido que contarle todo eso? Organizando pedazos, llegó al momento en que la pobre enfermera había cargado con ella hasta casa. Pero en cuanto conseguían, no sin esfuerzo, abrir la puerta de casa, toda su mente se nublaba. ¿Qué demonios había ocurrido?

Intentó levantarse despacio para no despertar a la morenaza que descansaba a su lado. Al incorporarse, la sábana cayó y pudo ver que el cuerpo a su lado llevaba una de sus camisetas. Suspiró aliviada, si estaba vestida, lo más probable era que no hubiese pasado nada Arrastró poco a poco el culo para bajarse de la cama, pero sintió el movimiento a su lado inequívocamente. Volvió la vista y encontró una divertida expresión en el rostro de Inma.

— Sabes que es tu casa, ¿verdad? — la sonrisa imprimía un tono gracioso a sus palabras—. No vas a poder huir así como así.

— Yo...— se dio por vencida sin batallar—. Dios, ¡lo siento! No recuerdo qué ha pasado.

— ¿No lo recuerdas?

— Desde que entramos aquí, pues no, la verdad.

— Vomitaste en la entrada.

— Oh, mierda— se incorporó como una flecha para lanzarse a la puerta de la habitación—. Tengo que...

— Ya lo he limpiado yo. Te traje a la habitación y te senté en la cama. Recogí todo y limpié. Espero que no te importe, pero ya me conozco tu casa— la doctora enarcó una ceja y continuó en silencio—. Después vine a ver cómo estabas y te habías quedado frita sentada en el borde de la cama, incorporada y todo. Así que quise ayudarte a desvestirte y al final acabamos las dos sin ropa.

— ¿Cómo?

— Pues al parecer, no te parecía justo que yo te desnudase, así que me arrancaste la camiseta de un tirón— Marta abrió los ojos como platos, ¿de verdad había hecho algo así? —. Conseguí ponerte ese pijama y meterte en la cama. Iba a marcharme, pero...

— Pero ¿qué? — preguntó ansiosa—. ¿Hice algo peor?

— No sé si mejor o peor... Me pediste que me quedase. Te levantaste tambaleándote para darme esta camiseta y, cuando me la puse, me abrazaste por la espalda y me pediste que por favor me quedase a dormir contigo— la doctora se golpeó la frente con la palma de la mano, sin dejar de menear la cabeza—. Lo siento, pero no pude decirte que no... Sollozabas... Y después de todo lo que me has contado esta noche yo...

— Siento haberme comportado así— tomó el antebrazo de la morenaza y lo acarició con el pulgar, al mismo tiempo aliviada y decepcionada por que no hubiese pasado nada más—. No tenía ningún derecho a ponerte en este compromiso.

— Todos merecemos despendolarnos un poco de vez en cuando— sonrió y sus ojos brillaron como estrellas—. Esta vez te tocaba a ti. Para la próxima es mi turno y estaremos en paz.

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