PARTE II

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Se sentaron en una discreta mesa al fondo del local. Pese a sus intentos por pasar desapercibidas, todas las miradas del establecimiento, en mayor o menor medida, estaban puestas en ellas. O más bien en la escultural morenaza, que vestía unos simples vaqueros ajustados y una camiseta con un escote de vértigo. Le costaba centrar su atención en ella cuando había tanta gente observando cada uno de sus movimientos. Sentía cómo algo desagradable se instalaba sobre sus pulmones dificultándole respirar.

- Lo siento- susurró la enfermera-. Me temo que es culpa mía...

- ¿Perdona?

- Las miradas... Te siento incómoda y no me agrada. Sobre todo, porque es culpa mía- cogió aire y sus mejillas comenzaron a ruborizarse-. Hay algo que no te he dicho de mí y que es la causa de que no me quiten los ojos de encima. No quería confesártelo por miedo a que no quisieras aceptar mi invitación... Pero te juro que no hay intenciones ocultas ni nada por el estilo, ¿vale? Es solo que...

- Ya basta- imaginaba lo que le iba a contar, precisamente sobre lo que Ramón le había advertido, así que imprimió a su tono de voz la mayor dulzura de la que fue capaz-. Desembucha de una vez.

- Verás...- bajó la voz, casi como si se avergonzase de sí misma, algo increíble en alguien tan bello por dentro como por fuera-. Me gustan las mujeres.

- ¿Y? - comentó después de un pequeño silencio, la enfermera levantó la vista con cara de asombro y fijó su mirada en los cansados y ojerosos ojos de la doctora-. ¿De verdad crees que te miran por eso?

- ¿Qué quieres decir?

- Pues que es probable que la mitad del bar te conozca del hospital, con lo cual pueden haber escuchado el rumor de que eres lesbiana. Pero la otra mitad del bar no te había visto en su vida... Te miran porque estás buenísima y ese pantalón te hace un culo espectacular, por no hablar del escote de vértigo que te gastas, niña.

Pegó un trago largo a su café como colofón a su discurso progre de «no, querida, no me importa que seas bollera». Pero casi se atraganta al ser consciente de lo que acababa de decirle a la enfermera. Le había confesado lo atractiva que le parecía sin despeinarse siquiera. Entendía perfectamente que la hermosa mujer se hubiese puesto roja de frente a mentón y que la mirase con la mueca de asombro más graciosa que había visto en su vida.

- ¿Tú crees que...? Quiero decir... ¿Ya lo sabías?

- Mi ex me vino con el cuento- hice un gesto con la mano para restarle importancia-. Pero me pareció una estupidez y lo mandé a la mierda. Fíjate que hasta habría jurado que parecía celoso...

- ¿Tu ex?

- Sí, mujer, Ramón- ante su cara de desconcierto, decidió añadir algún dato más-. Ramón, el camillero de tu planta, el guapo pero tonto, el que me engañó y me dejó por la chiquilla del quiosco de prensa. Pensaba que esa historia era de dominio público...

- ¿Ese palurdo es tu ex?

- Pues sí, niña, sí. Idas de olla que le dan a una al llegar a los cuarenta.

- Joder... Ahora lo entiendo...

- ¿El qué?

- No... Nada...- permaneció un momento en silencio acariciándose los labios con el dedo índice de un modo muy provocativo, finalmente levantó la vista y esbozó una sonrisa pícara-. Así que piensas que estoy buenísima.

- ¡Pues claro! - volvió a sorprenderla con la sinceridad y la prontitud de su respuesta, haciéndola reír-. ¿Pero tú te has mirado al espejo, chiquilla?

- Pues... Todos los días, me temo. Y me parece que no lo veo igual que tú.

- ¿Igual que yo? Igual que el resto del mundo, bonita. Madre mía... No quisiera ser tu novia si eres tan exigente con el físico- se arrepintió de inmediato de sus palabras, pero tiró de café con fingida indiferencia para que no se notase-. Mínimo hay que ser modelo de Victoria's Secret.

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