Capítulo 11.

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Y yo, yo no puedo volver viva, quiero que la habitación me lleve abajo porque no puedo evitar preguntarme ¿Qué pasa si? Tenía una noche mas para un "adiós". Si tu no estas aquí para apagar las luces, no puedo dormir, estas cuatro paredes y... yo. 

¿Saben? También se puede extrañar a lo que nunca se tuvo... y duele. 

Pero tampoco se puede conservar lo que no quiere quedarse. 

Es así de sencillo. 

Hay un tipo de tristeza que no hace llorar, es como una pena que nos vacía por dentro y deja pensando en todo y en nada a la vez, como si ya no fuéramos nosotros, como si nos hubieran arrebatado una parte del alma. 

— ¿Te puedo hacer una pregunta, Alyssa?—el señor que se encarga de escucharme tres veces a la semana, pregunta mirándome sobre sus lentes. 

¿Alguna vez han mirado a una persona a los ojos con un nudo en la garganta y querer decirle tantas cosas, pero terminas diciéndole nada? Bueno, así es como me siento con el psicólogo. 

Posteriores a los días que estuve encerrada en la habitación, los chicos creyeron conveniente que viera a otra persona que no fueran ellos, que no me juzgaría y que me escucharía, que sería bueno para mí escuchar palabras ajenas a las suyas.

Me encojo de hombros por que sé que como quiera la hará.
— ¿Te consideras buena o mala persona?

— Ambas, soy como una mezcla de mierda con azúcar.— respondo con sutileza girando la cabeza para mirar por la ventana. Lo escucho reír bajito y hace que por un momento me sienta tranquila. 

— ¿Sabes qué es lo que pasa cuando se abrazan el amor y la muerte?— pregunta una vez más y me es imposible el no esbozar una pequeña sonrisa. 

Es un señor de edad avanzada pero en los días que tengo viniendo a logrado llegarme sin tener la necesidad de indagar más a fondo en mi vida, o cuestionarme directamente por lo que estoy pasando. Él se basa en escuchar y en hacer preguntas de cosas sin sentido, pone música de orquesta y a veces, simplemente nos quedamos en silencio disfrutando de la melodía y compartimos ideas de lo que nos parece.

No regresé a casa, no pude. Huí, y aunque todos quieran hacerme entrar en razón de que no fui una cobarde por no afrontar la situación, sé que lo soy. La madre de Sebastian, cada mañana me espera en el jardín para beber una taza de té y dejarnos maravillar por el resplandor del sol al salir temprano. 

Es lo que siempre quise hacer, ¿cómo a sido posible que otras personas que no son mi familia, se preocupen más por mí? Tal vez, ellos si logran entenderme o están ahí para mí, porque puede ser que para ellos no estuvo nadie. 

Hay días en que el apetito se va y no logró ingerir nada y el sueño me vence, pasando la mayor parte del día dormida. He disminuido en cuanto a peso y es algo que a Amanda y a Sebastian les preocupa, pero simplemente no puedo obligar a mi estómago a que coma algo. 

— Puede que, ¿se muere el amor? ¿o se enamora la muerte?— enarca sus peludas cejas blancuzcas. 

Frunzo el ceño pensando en la posible respuesta, la filosofía nunca a sido mi fuerte y tiendo a decir cosas que ni al caso. Pero con él, puedo expresarme de la manera que quiera, porque aunque sea la incorrecta, me da posibles resultados o respuestas. 

Tal vez la muerte moriría enamorada y el amor amaría hasta la muerte.— murmuro para mí pero logra escuchar por que aplaude. 

— Vas progresando, muchas veces el cerebro bloquea la habilidad de pensar pero ¿te digo algo? nosotros podemos tener el control y hacer que trabaje, porque se aflojona.— articula cruzándose de brazos. 

Ezis© #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora