29. Jugada maestra

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Lexa se encontraba junto a la detective Williams en el sótano de su casa, ambas mirando la cara de sorpresa y curiosidad que tenía pintada en ese momento Clarke, que observaba cada detalle a su alrededor. Sí, la pequeña Woods había dado su brazo a torcer y le había pedido ayuda a su novia, para lo cual tenía que contarle bastante sobre la Operación Racoon. Seguía sintiéndose reacia a la idea, pero no quedaba otra, porque no volverían a tener una oportunidad como esa. Además, y como le había prometido a Clarke meses atrás, contaría con su ayuda voluntaria y siempre manteniendo un perfil regular, desde que cualquier cosa se torciese, por mínimo que fuese, emprenderían huída de su plan.

La pequeña Woods solo quitó de las paredes de su sótano las fotos que había sobre el mapa de ruta que había realizado golpe tras golpe, porque esas fotos representaban sus falsas identidades, y eso era algo que aún no quería revelar. Era extraño, porque su novia era sheriff, por tanto debería trabajar dentro de los límites de la ley, límites que se iban a saltar a lo grande con la jugada maestra que tenían planeada, pero, con todo, prefería que Clarke no supiese que ella era Alice McCreary, una prófuga de la justicia dada por muerta. Aquella revelación situaría a la sheriff demasiado fuera de la ley y, seguramente, podría ponerla en peligro legal en caso de que el FBI descubriese quién era ella. Seguiría siendo Lexa Woods, al menos hasta que todo eso se terminase, por fin, lo cual parecía cada día más cerca.

Entonces, Clarke ya sabía prácticamente todo lo que sucedía en Seattle y lo que tenían que hacer, pero aún quedaba por contar el plan, para lo cual necesitaban que el grupo estuviese completo y aún faltaban algunos por llegar. También le había contado, aunque muy por encima, el tema de las drogas, la trata de personas y los experimentos en humanos que hacía su padre en Austin, así como le resumió sus distintos golpes por todo el país. Clarke quería saberlo todo y Lexa satisfizo durante horas su curiosidad, todo salvo el detalle de que ella era Alice McCreary y la habían acusado en su día por culpa de su padre, tampoco que la mandó a matar y, mucho menos, que la dieron por muerta gracias a la intervención de Génesis y el cuerpo de una inocente chica. Detalló mucho más la trama de Seattle que las demás, más que nada porque era el foco del interés, aunque no pudo evitar que Clarke le preguntase por todo lo que había hecho antes. Vio con claridad cómo la cara de su novia iba mutando a medida que conocía los detalles, la rabia, el rencor y la paz al saber que, por fin, se acercaba la claudicación de todos sus esfuerzos. Por otro lado, y ya finalmente, le contó la ayuda que había recibido de Ellie, Hen y Emily, a lo cual Clarke quedó más sorprendida, aunque la noche iba de sorpresas, después de todo lo que le había contado su novia. La sheriff acabó con un inmenso dolor de cabeza, pero con la idea clara de que Lexa no volvería a hacer ningún sacrificio sin contar con ella, cosa que le hizo prometer.

–Menuda tenías aquí montada, pequeña Woods. –silbó Clarke.

Una cosa era lo que le había contado la noche anterior, otra verlo con sus propios ojos. No había movido nada más que las fotos de sus falsas identidades, todo lo demás estaba ahí: los ordenadores, las carpetas llenas de documentos, mapas, rutas, la esquina donde Emily diseñaba y construía sus aparatos... Todo.

–¿Igual te pensabas que veníamos aquí a tomar el té, sheriff? –preguntó con una sonrisa la detective.

–Espero que no sea un chiste para británicos ¿eh? Porque igual podemos comprobar quién ganaría en una buena pelea. –chasqueó la lengua la rubia.

Lexa rodó los ojos. Esa era la extraña tesitura entre la sheriff y la detective, se llevaban bien de una forma rara, con bromas afiladas y amenazas constantes de iniciar guantazos. Lo bueno era que ambas se lo tomaban con humor, así que no parecía que de verdad fuesen a pelearse, o eso esperaba.

–No te ofendas, chica galesa. –le guiñó un ojo Ellie, a lo que Clarke le devolvió la sonrisa.

Y sí, el ambiente era tranquilo y relajado, bien podría pasar por una reunión de amigas, si no fuese por la que les iba a caer encima. El verdadero motivo por el cual estaban ahí era otro bien distinto, y una voz desde la esquina del sótano se lo recordó a las tres.

Mi adicción, mi perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora