31. Proyecto Fénix

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Vincent Parr nació y creció en un hogar con amor, siempre rodeado de su familia, unos padres buenos y tres hermanos que le cuidaban por ser el más pequeño de la casa. Él, como sus hermanos, su padre y, antes, su abuelo, era militar, porque creía en su patria y amaba su país, considerando que el poder defenderlo era el mayor honor que ningún estadounidense podría tener. Era una persona patriótica de corazón, de verdad creía en lo que hacía y en que EEUU actuaba correctamente al introducirse en guerras que, a primera vista, no le incumbían para nada. Creía en la acción militar internacional como medida de seguridad mundial, consideraba que su país tenía la obligación de cuidar y proteger a otras regiones menos poderosas de sus enemigos, de verdad pensaba que estaban en lo correcto.

Su abuelo, su padre y dos de sus hermanos quedaron marcados por las diferentes guerras que les había tocado librar, así como su cuñado, el marido de su única hermana, todos habían sido enviados a conflictos por otras esquinas del mundo. A él le sucedió lo mismo, había estado en Somalia, en la antigua Yugoslavia y en Irak antes de dar por finalizada su carrera militar, y eso lo hizo porque ya no tenía tan claro que ellos fuesen el bando correcto, más quedó rematada su decisión cuando fue consejero durante las actuaciones en Siria, le quedó cristalino que casi todo era una mentira. No se trataba del bien contra el mal, ellos no eran siempre los buenos, ni todos los demás eran los malos, había una enorme cantidad de matices grises entre el blanco y el negro. Su Gobierno, su país, su patria... Había cometido auténticas atrocidades en nombre de la paz, cuando la mayoría de las veces había asuntos políticos o económicos detrás, vio con claridad que la supremacía de los suyos sobre el resto del mundo, al menos las regiones menos poderosas. EEUU no se enfrentaba a Europa, China o Rusia, no directamente al menos, pero hacían una guerra sucia en la que acababan pagando personas inocentes que ni tenían que ver en aquello. Quizás las únicas batallas que tuvieron sentido fueron las contra terroristas, pero hasta esas tenían un montón de matices tras ellas, nada estaba limpio y puro como le habían enseñado desde niño.

Tenía amigos y conocía familias enteras que habían sido destruidas por ese tipo de guerras, más allá del mal que causaban en países extranjeros, a Vincent le dolía el doble lo que sucedía en su patria, lo que le sucedía a sus hermanos. Lo peor era que, de cara a la galería, el sentimiento que veía en sus convecinos era positivo, alababan a los militares por su invaluable valor, eso era cierto, pero también recordaba cómo su padre le contó el repudio y las humillaciones que sufrieron los que regresaron de Vietnam tras el fracaso de sus batallas; y no solo los ciudadanos de a pie, ellos fueron rechazados por sus gobernantes, por los dirigentes del país, al final no eran más que nombres olvidados tallados en cruces en algún cementerio, no héroes como los fallecidos en la II Guerra Mundial u otros conflictos ganados por su patria.

Los que perdían eran olvidados. Los olvidados existían, los miles de cadáveres que se perdieron en lugares desconocidos, también los que regresaban tan afectados física o psicológicamente que nunca volvían a ser los mismos. Vincent no era uno de ellos, el fue valorado por sus méritos, sin embargo, se sentía más unido a los olvidados que a los triunfadores, creía que cada soldado merecía su condecoración, y no necesariamente tenía que ser una medalla, valdría con que se reconociera su honor, no solo de boquilla o por sus grandes logros militares, si no, también, por el coraje que tenían que tener para abandonar a sus familias durante meses o incluso años, para adentrarse en una guerra que ni siquiera era suya. Ese era el verdadero problema que todo estuviese podrido por cuestiones políticas y económicas, y en esa batalla centró su vida, formando un grupo llamado Amanecer.

Había comenzado como un movimiento de concienciación ciudadana a pequeña escala en el Seattle. Hacía ya muchos años de eso, pero recordaba con nostalgia unos inicios fuertes y amables. Sus compatriotas se mostraron atentos ante la idea de que se empezase a reconocer la lucha en balde que había hecho el ejército del país en ocasiones, no con el fin de eliminar la militarización o degradarlos, pero sí con la idea de que se afrontase la realidad a un nivel ciudadano: el ejército debía velar por la paz y la seguridad de su patria, no ser una pieza de ajedrez para conflictos internacionales influenciados por el dinero o el poder. Y, si bien el principio les fue bien, pronto vieron cuartadas todas sus esperanzas, porque el Gobierno eliminó toda referencia a su grupo Amanecer, les prohibieron cualquier acto público y fueron repudiados por aquellos que un día los apoyaron, al soltarse numerosos bulos sobre su financiación, ideales y dedicación.

Mi adicción, mi perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora