Si hubiera que determinar el momento exacto en el que la decadencia de Saulo comenzó, habría que nombrar el día del azotamiento de Simón, más conocido como Pedro. Aunque esto pueda resultar confuso porque Saulo de Tarso ni si quiera estaba allí cuando sucedió, los acontecimientos desencadenaron consecuencias que marcarían el destino del fariseo. Aquel día arrestaron a Simón Pedro al alba, en la puerta sudoeste de Jerusalén que se abría hacia el Valle de los hijos de Hinom. El cielo de la mañana aún era rosáceo y púrpura y se confundía con las dunas de arena. Bajo una promesa de salvación, el apóstol bautizaba a dos pobres hombres en nombre de Jesús de Nazaret, y se lo llevaron al templo arrastrándole como a un saco deshilachado. Después, el sumo sacerdote hizo llamar a sus más allegados consejeros, buscando que iluminaran su mente irritada y llena de vicio y pereza. Los sacerdotes vestían una túnica de lino ceñida a la cintura y una mitra, el turbante que les rodeaba la cabeza: los atuendos de los fariseos eran blancos y azules, y los de los saduceos, negros y rojos. A pesar de que ambos grupos se diferenciaban en colores y creencias, había una verdad que todos conocían y nadie cuestionaba: el jefe supremo tenía los días contados.Rubén, que caminaba a su lado como una sombra, lo sabía mejor que nadie.
—Debemos mitigar a los seguidores de Jesús. —El sumo sacerdote tomó la palabra, y pronunció la frase con una solemnidad deshonesta. Aquel hombre se alejaba cada día más de la política del Imperio, pero seguía actuando como si lo supiese todo. Era alto, gordocomo una mula (tanto que siempre, sin falta, debía permanecer sentado), de barba larga y espesa y ojos de tonto—. Los romanos no dejan de hablar de su herejía.
—¿Ahora son los romanos los que deciden quiénes son herejes?
Gamaliel, el maestro de Saulo (moreno, apaciguado, ojos de listo, fariseo), no apoyaba ni mostraba simpatía por los extranjeros que les tenían sometidos. Romanos: violentos y sedientos de poder, habían estrechado lazos con los judíos saduceos para controlar Israel y Judea. Los fariseos no aprobaban sus vínculos políticos. Tenían una concepción de la vida demasiado espiritual y pura.—Los romanos crucificaron a Jesús —habló Rubén, dando un paso hacia delante. Su voz rebotaba en las paredes del templo: el techo era alto y hacía fresco—. Y ahora temen una rebelión. Nosotros también deberíamos.
—¿Deberíamos?—Sí, Gamaliel. Y vosotros, fariseos, sois quienes tenéis que controlar a esa gente.
El maestro abrió los ojos de par en par. Tenía la mirada casi tan clara como su túnica desgastada.
—¿Nosotros?
—¡Sí! —respondió, elevando furiosamente la voz—. Sois vosotros los que decís que vendrá el mesías... y esos herejes afirman que Jesús resucitó de entre los muertos: ¡son vuestras enseñanzas! Una fantasía de otra vida. —De reojo, Rubén observó al sumo sacerdote. Se alegró al comprobar que, aunque su papada hacía indescifrables algunos de sus gestos, estaba asintiendo. Encontró la fuerza para continuar—. Vosotros engañáis al pueblo con la promesa de la resurrección, ¿y qué conseguís? ¡Un mesías resucitado! Controlad vuestras palabras, Gamaliel, o Roma nos hará sufrir.
Gamaliel tenía la piel lo suficientemente clara como para que se tiñera de rojo. No era lo común.
Un gran alboroto inundó el salón principal, y los fariseos y los saduceos discutieron sin control. Sus ideas contrarias provocaban enfrentamientos diarios. Rubén, en silencio, retrocedió y se reincorporó en su lugar. Una levísima sonrisa surcaba sus labios afilados. Era un hombre afilado, en general: afilada era su nariz, sus ojos marrones de serpiente, su boca y sus orejas, y (excepto cuando la ira le dominaba) caminaba con el sigilo de un reptil agudo. Gamaliel y su pupilo, Saulo, eran todo lo contrario a él: bondadosos de corazón y de rostro, reales y completos, dados al pueblo y a la hermandad.
—¡Traed al prisionero Simón Pedro! —El sumo sacerdote, sin saber cómo apagar la llama de la disputa, llamó al más loco de los herejes.Un centinela sucio y descuidado entró, descalzo y lleno de sudor.—¿El prisionero...? Mm... El prisionero ha escapado.
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Redención
أدب تاريخيPara comprender a Pablo de Tarso y caracterizarle como Hombre en vez de como Ser Divino, debemos explicar algo más desconocido y oscuro, algo que inundó su corazón de pecado y le hizo, con toda certeza, el acero más ardiente sobre la fe de los prime...