Capítulo 3.

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*PDV HAILEY*

Casi sin aliento llego a los vestuarios del hospital. Abro mi taquilla y dejo el bolso de mala gana. Me quito la bufanda y el abrigo. Al mirar la mancha de éste anoto mentalmente que tengo que comprar detergente para lavar a mano, porque como lo meta en la lavadora, adiós abrigo. Y es que, ¡menuda mancha!, quizás sea mejor que lo lleve a la tintorería, pienso.

Me pongo el uniforme, o más conocido entre nosotras las enfermeras “el pijama”, ¡vaya trapito más blanco y desangelado!, menos mal que las que trabajamos con niños siempre llevamos alguna que otra cosa colgada, a veces parecemos verdaderos árboles de Navidad. Navidad… cierro la taquilla, me enfundo los crocs en los pies y me dirijo al baño para recogerme el pelo.

Una vez delante del espejo, me peino el pelo hacia atrás e intento hacerme una coleta perfecta, sin pelos que se salgan de su sitio, pero es imposible, así que desisto y sin mucho esmero me hago una coleta desenfadada a media altura. Total, a media mañana acabaré con un moño mal hecho que parecerá un nido de pájaros.

Como bien predije esta mañana antes de entrar a comprarme otro café, ¡mi no café, mi pobre abrigo!, el día está siendo horrible. No paro en toda la mañana y los niños están revolucionados… Hailey por aquí, Hailey por allá, no paran de sonar los timbres y como cada día acabo pensando que acabaré loca. Serás tonta, siempre quejándote de que el día está siendo horrible pero no paras de sonreír y el tiempo te pasa volando. ¡Estos niños y tu trabajo te dan la vida!. Mi subconsciente tiene razón, no sé qué haría sin mis niños y mi profesión. Me vine a Londres para desconectar y mi forma de hacerlo es trabajando. Es lo único que he hecho desde que estoy aquí, trabajar y trabajar…

Cuando parece que el baile de timbres, de idas y venidas por el pasillo se ha calmado un poco, Lauren, la otra enfermera de la unidad me mira y me dice:

-          Nena, bajo a echarme un ventolín o te juro que hoy me subo por las paredes, ¡qué mañanita! – Ventolín o lo que viene siendo un pitillo, vaya. A veces yo también me fumaría hasta mi propio dedo, pero no. Me costó mucho dejarlo y así debe de seguir siendo, ¡pulmones libres de humo!

-          Anda, baja… yo me hago cargo. Deberías dejar de fumar. – le sonrío y ella resopla. Cada vez que baja a echarse un ventolín le digo lo mismo.

-          Lo sé cariño, pero éste es mi combustible. Me activa y cuando lo necesito, me relaja. Al igual que a ti el café. – otra vez mi café. Las dos reímos mientras ella coge su bolso y, rebusca en él. Saca la cajetilla de tabaco y se la mete en el bolsillo del uniforme. Coge la bata, porque fuera debe de hacer un frio de mil demonios y mientras camina por el pasillo se gira y lanzándome un beso grita:

-          ¡No tardo! – y me guiña el ojo.

Me siento en la primera silla que veo en el office de la unidad y estiro un poco las piernas. Meredith se acerca y apoyando su mano en mi hombro me dice:

-          Cariño, voy un momento a farmacia a por un paracetamol para mi, ¡la rodilla me está matando!

-          Sí, sí, ve. Tranquila.

-          ¡No tardo, cielo! - me aprieta el hombro, y la veo como sale del office cojeando un poco y la escucho murmurar: Meredith, ya no eres lo que eras… ¡te estás haciendo mayor!

No puedo evitar sonreír al escuchar lo que dice, ya me gustaría a mí llegar a su edad y estar como está ella, es un todoterreno de mujer. Pero supongo que sí, que la edad pasa factura.

BrokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora