Escapar.

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No hay nada más bello y peligroso que una rosa.

¿Cómo es posible que exista algo tan irresistiblemente peligroso en un alma tan pura como lo es un capullo de flor?

Pero ¿qué podría saber Audrey Blinkerhof de rosas, siendo que apenas podía reconocer un árbol?
Apenas sí sabía distinguir una rosa de entre cualquier otra flor, pero hasta ahí.

Podía pasar indiferente de un jardín hermoso, con la excusa de ser algo sin relevancia hacia lo que realmente importa.

Sumida en sus estudios y en complacer a sus padres, no tenía tiempo de apreciar la belleza de algunas cosas como lo son las flores, pero sí podía capturar lo bello en otras cosas, como la esencia humana.

Podía adentrarse en el subconsciente de quienes la rodeaban, como sus amigos, y en ellos podía encontrar la paz que no encontraba en la presión de su hogar.

Sus padres le exigieron toda su época escolar las mejores notas, y todo esto para estudiar en una de las mejores universidades de Arquitectura del país.
Si salía de aquella universidad, lo más probable es que su futuro se vería próspero, y gozaría de una vida acomodada, así como sus padres querían que fuese.

Pero ella nada de eso necesitaba...

Por mucho que tratara de convencerles, era como negociar con una pared: es imposible.

Finalmente se graduó con honores, logró pasar los exámenes de admisión junto a una amiga con la que compartían esa misma ambición y ahora se encontraba ahí donde sus padres querían. En la prestigiosa universidad de California.

Intentaba, en vano, concentrarse en su maqueta que debía entregar en un lapso de dos semanas, pero quería terminar lo antes posible para quitarse esa molestia de encima y no tener que ver más esa tontería.

Aunque pensándolo bien ¿qué importaba? Tendría que pasar el resto de su vida encadenada a proyectos similares.

—Joder...—suspiró, mientras cubría sus ojos con cansancio.

Estaba harta de aquel proyecto, por lo que decidió abandonarlo y llamar a su amiga.

Marcó con rapidez el número, y dejó que sonara el eterno sonido que emanaba la llamada, hasta que finalmente contestó.

—¿Nora? —preguntó por el micrófono.

—Qué extraño que me llames a esta hora —rió su amiga, que tenía un tono extraño en su voz. Probablemente estuviese ebria —. Aunque bueno, son sólo las once. Dime ¿qué sucede?

Se levantó de donde estaba sentada, y comenzó a dar vueltas por su habitación mientras conversaba con Nora.

Podía escuchar el bullicio al otro lado de la línea, y entendía perfectamente la razón.

—Me preguntaba si...

—Aún quieres venir ¿no es así? —respondió Nora, antes de que la joven pudiese siquiera ordenar sus ideas —. Vamos, Audrey, nadie te va a comer aquí. Además, no creo que tus padres vayan a decir que no si se trata de mi casa.

—No los conoces lo suficiente —miró hacia ambos lados y, por si las moscas, cerró la puerta de su habitación —. La última vez que traté de salir me...me castigaron...

El tono de voz de la muchacha comenzaba a quebrarse, porque no era un simple "castigo".

Era una tortura.

Y no en el sentido connotativo de la palabra.

Sino en el literal...

Un silencio en la línea, pero aún podía escucharse la música a través del auricular.

—¿Y si...simplemente te escapas? —propuso Nora.

—¿¡Qué!? —Alzó la voz, pero se cubrió la boca luego de hacerlo, por si es que alguien en la casa la hubiese escuchado. De todas formas, no podía evitar reír un poco ante la idea —. Me matarían...pero no es nada que no hayan hecho antes.

Continuó hablando con su amiga mientras se preparaba para salir, e idearon un plan para que sus padres no se diesen cuenta, o al menos, no la descubriesen enseguida.

Dejaría la puerta de su habitación con llave, la cual llevaría consigo. Dejaría almohadas bajo sus sábanas, como si fuese ella dormida. Apagaría las luces y saltaría por la ventana hacia los matorrales que estaban bajo ésta.

Sería un golpe duro, pero había pasado por cosas muchísimo peores.

Ya estaba todo listo. Las llaves de casa, la de su habitación, su bolso y...¿qué más hacía falta?

Perfume.

Fue a buscarlo cuando se topó con su espejo.

Había algo diferente que ella misma podía notar. No eran ni sus cabellos rojizos peinados, ni sus labios pintados, ni tampoco la ropa que había escogido para ir a la fiesta.

Se sentía libre, y era su mirada la que lo denotaba.

Sonrió para sí misma, mientras se echaba en el cuello gotas de perfume.

Cuando volvió a verse al espejo, las partículas de perfume que volaban por el aire y se adherían a su piel eran ahora un líquido espeso y carmesí.

¿Qué?

Pestañeó, y dejó a un lado el envase del perfume. Volvió a verse, y ya no había nada.

"Qué extraño..." Pensó.

Trató de ser indiferente ante lo que acababa de ver, y actuar de forma escéptica ante todo. Se alejó del espejo y se dispuso a saltar por la ventana.

"Bien, Audrey" Se consoló "Sólo será otra caída más".

Contó hasta tres, y se dejó caer entre las malezas del arbusto. Dolió, pero no tanto como otro tipo de golpes.

Se levantó antes de que sus padres sintieran el ruido de afuera, y desapareció entre las callejuelas hasta llegar a la carretera principal.

Por mucho que quisiese olvidar el suceso extraño, este volvía una y otra vez a su subconsciente.

"Déjalo, sólo ha sido tu imaginación".

—¡Taxi! —hizo un gesto con su brazo, y el auto se detuvo, para luego desaparecer junto a ella.

Abrazar a un monstruo, un amor enfermizo // Jeff the Killer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora