Neblina

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Estaba en mi habitación arreglando unas cosas. No había nadie más, solo yo, así que aproveché para cambiar de lugar los muebles. Siempre me ha gustado hacerlo, nunca duran en un mismo sitio por mucho tiempo. No sé cuánto tiempo pasó, siempre es demasiado arbitrario, pero escuché la puerta de la entrada cerrarse. Escuché una voz. Era mi madre. Salí de la habitación y caminé por el pasillo. La luz de la sala estaba encendida. Bajé pero no ví a nadie. Estaba de espalda a la puerta cuando oí una voz baja pero familiar que me susurraba al oído "sal". Casi al mismo tiempo toda la casa se oscureció. La electricidad cesó pero una fría luz apareció a mi espalda. Me giré y la puerta estaba abierta, y afuera, un cegador blanco brumoso no me dejaba ver más allá de la pared. Miré una vez más dentro de casa. Todo era un desorden. La mesa del comedor cruzaba toda la sala y encima había papeles arrugados, platos rotos, y muchas chucherías que no reconocí. También había mucha basura en el suelo. Las plantas estaban muertas en sus macetas y una de las cortinas amenazaba con caer. Rodeé la mesa y pasé mis dedos por ella. Estaba llena de polvo, como si nadie hubiese estado ahí hace años. Me empezaba a inquietar el lugar, y la voz de hace un rato no paraba de repetirse en mi mente. Tomé un abrigo del sofá y me lo puse y salí de la casa. Caminé por el pasillo hasta las escaleras. Frente a mí había una muralla de bruma blanca, tan blanca y tan espesa que no pude ver ni siquiera el final de la escalera. Me detuve en el segundo escalón. Tenía miedo de salir, salir y adentrarme en esa neblina que escondía al mundo de mí, pero no podía regresar a esa vieja casa, desgastada, vacía, que me gritaba "sal de aquí".

Sueños y pesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora